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Si me preguntas en qué creo, te diré que no creo
en la patria, ni en bandera alguna, tampoco en alguna
religión; pues, muchas de las veces, son el origen o abono
para el enfrentamiento entre hombres, pueblos y naciones.
No creo en reyes, ni en amos, ni en ídolos hechos de barro,
menos en cantantes, adivinos y reyes del fútbol, pues,
ellos van en contra del ser humano, ya que, son simples
mortales con el uso abusivo del poder que les dan las masas,
quienes los ponen en altares, playeras y discos de acetato,
corrompiendo la personalidad, el carácter y el
temperamento
de un buen ser humano; van en sí, en contra de mi
persona…
No tengo himno, ni canción favorita; pues, no me gustan
las multitudes, que cantan y gritan, aturdidos, locos por sus
emociones, dejando de lado, la ideología de un verdadero
hombre…
No tengo estatura, ni color, ni sexo, cuando se trata de amar
a mi mismo género: la humanidad, mi única raza. Hablo
el idioma del amar, que es universal.
No creo en las fronteras físicas, ni mentales y, menos en las
geográficas, cuando impera el diálogo fraterno y la
esperanza
de una vida compartida; en donde sean los ríos y los mares,
como largos brazos que nos abrazan, uniendo a los pueblos
y
a los hombres que los habitan.
Soy como los perros, que no se fijan en colores, que aman
a todo hombre, que se entremezclan con la lluvia y los
mercados públicos, que mueren de tristeza, entre el batallar
por la comida del día y por los amores perdidos.
No me aferro a ningún dogma, pues, siempre estoy
susceptible
al cambio.
No considero que haya doctrina superior a otra, todas son
iguales,
en cuanto, a que son producto del raciocinio humano.
Ahora mismo sé, que la fe mueve montañas, que los miedos
estancan
hasta a los caudalosos ríos, que mis años por la vida, me han
enseñado
que no hay lección que enseñe más que la tallada con
lágrimas sobre
la propia piel… que si bien, con el tiempo se curan las
heridas, con las
risas se sana de la misma muerte, que no hay peor enemigo
que el
propio hombre.
Y ya, para la despedida, les digo que, no odio a nada y
menos a nadie.
Odiar es pérdida de tiempo, cuando en tiempos funestos
como los que
ahora se viven, amar, es más, mucho muy urgente.

San Cristóbal de Las Casas,
Chiapas 2019

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