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Roberto Baltazar Márquez 1

Escuchar a Beethoven es un acto de compromiso emocional e intelectual. En los primeros acordes de casi cualquiera de sus obras, el estremecimiento que genera se deriva de algo que nos oprime el cuerpo y es doloroso; siempre en forma controlada y nunca con excesos. Esa emoción se aproxima a la de una sensación física, como si efectivamente algún aditamento, una herramienta o una mano procedieran a lastimarlo. Al escuchar los acordes iniciales, se adivina que algo superior llegará, pero nunca antes de largos momentos dramáticos, conflictivos o de dolor. Con Beethoven, se sabe que el caos será derrotado y el orden recuperará el dominio del universo, porque él mismo está formado en las fuerzas racionales e intelectuales que se desataron con la Ilustración, cuya enseñanza moral más importante radica en que el ser humano es ahora el dueño del mundo.

Los conocedores lo ubican dentro de la historia de la música en el tránsito que va de los periodos Clásico al Romántico, o sea, no es clásico ni romántico o es las dos cosas a la vez. Beethoven es experto en provocar trastornos y alteraciones bajo una conducción controlada, en condiciones de equilibrio emocional y orquestal; es, por tanto, un exponente que representa de manera perfecta a ambos periodos. Con él, culmina la etapa clásica de Haydn y Mozart y a partir de él, inicia el siglo de oro de la música occidental, que se concentra en el romanticismo, corriente musical que dio lugar a las mayores glorias musicales en la historia de la humanidad.

Se dice que hasta antes de Beethoven, los compositores sólo eran capaces de transmitir sentimientos y emociones, las más de las veces en un esquema programático con una línea musical preconcebida; Beethoven, en cambio, es el primero en introducir ideas en la música y es así como implanta intempestivamente el concepto heroico y su idea de grandeza, que lo alejan de los hechos simples e inocuos como sólo se pueden ver desde el lado terrenal.

Lo que busca y encuentra es la idea de la épica como forma superior de la vida, a la que deben subsumirse las emociones mundanas y triviales que tenemos las personas. Beethoven propone que el ser humano está concebido para su creciente superioridad; compara al hombre con el hombre mismo y usa a la historia como punto de referencia del cual partir, siempre, en busca de una superioridad colectiva y unánime y de ninguna manera de razas y menos aún, de una sobre la otra. Concibe al hombre como un todo y también lo imagina como un nuevo Prometeo en su lucha sin cuartel por retar y vencer a los dioses.

En suma, la idea heroica radica en el engrandecimiento del ser y de lo que nos forma como humanos: ideas, actitudes y emociones, contenidas todas en un ambiente de libertad individual y colectiva que haga posible el advenimiento de una mejor humanidad. Lo heroico se asume, entonces, como lo humano por encima de cualquier cosa. La idea heroica supone un tránsito permanente hacia esa transformación, hacia ese destino de bienestar, épico ahora y no simple, como antes. Si es así, el concepto no puede quedar desprovisto de las sensaciones humanas más elementales como son el drama, la bondad, el conflicto, la alegría, la derrota, la maldad, el amor. Esos elementos son intrínsecos a la idea heroica y son, cada uno, una parte alícuota al concepto.

La significación de lo heroico guarda relación con algo que parece inaudito en nuestros días. Beethoven abre la posibilidad de que veamos, de forma naciente en la historia del ser humano, que el hombre se ubica en el centro del universo; la humanidad es lo que es gracias al hombre y, por primera vez, sabe que el futuro le pertenece. El hombre empieza a desterrar a los dioses y demonios que lo apabullaron durante milenios. Los enciclopedistas franceses dictan a cualquiera que quiera escucharlos, que el hombre es fruto de la razón y que el oscurantismo acabó y se aleja para siempre.

El gran logro de Beethoven y los pensadores de su tiempo es dejar asentado que la persona aparece por primera vez como individuo con rostro y que ahora, se convierte en el dueño único de su individualidad. Ese nuevo ente social se inaugura al separarse de la masa, del colectivo, del anonimato. El hombre se convierte en ser libre y se apropia del mundo, cosa que confirman la ciencia, la música y la literatura del siglo XIX.

La Ilustración, la Revolución francesa y la obra beethoveniana, en conjunto, liberan las potencialidades del ser humano y le dan forma al ciudadano, y mientras la Revolución y la Ilustración lo llevan por la defensa de sus derechos, con lo que se forma un cuerpo jurídico, político, racional y revolucionario que prevalece sólido más de doscientos años después, Beethoven nos conduce hacia nuestra condición superior, heroica, individual, como producto de la libertad, el raciocinio y lo humano; por ello es que José Saramago actúa con justicia al concluir de manera perfecta y formular una bella tesis. Dice: la Novena no es la Novena Sinfonía de Beethoven, sino la Primera Sinfonía del Hombre.

La épica beethoveniana y su idea heroica se relacionan a los conceptos de libertad y transformación, porque persiguen lo mismo, la justicia y el progreso como destino de engrandecimiento del ser humano. Por tanto, estas dos ideas, que son ahora tan grandes como catedrales y que fungen como motores del mundo desde hace más de dos siglos, también tienen una justificación estética y ética, además de la política. Resulta de una congruencia asombrosa que en el tiempo que Beethoven está a punto de concluir su obra magnífica con la Novena Sinfonía, mantenga enarbolados los conceptos a los que le puso letra Friedrich Schiller, escritor alemán del siglo XVIII. La obra de Beethoven es perdurable no únicamente por su poderío, sino porque es de una congruencia absoluta; pasó treinta años de su vida con las mismas ideas con las que se formó en su juventud y jamás se apartó un centímetro de sus propósitos iniciales.

La música de Beethoven no es tan difícil como su carácter, aunque para su época sí lo fue. Le exige a la persona que se acerca a escucharla una participación total y comprometida, que no estará exenta de duras pruebas. La primera de ellas es la concentración, ese ejercicio de abstracción que consiste en la capacidad de sólo escuchar música y dejar que el mundo ruede durante el tiempo que dure la obra. Además, dentro de su discurso musical, Beethoven nos pondrá a la vista la complejidad de la existencia, hará lo necesario para que seamos capaces de observar las señales de alerta que nos avisan que las cosas no vienen bien; sabrá decirnos que la comodidad es simplemente una pasajera fugaz de la vida, será insistente en mostrarnos que el dolor y la tragedia son de una cotidianidad asombrosa y que siempre y a toda hora, acompañan a los momentos importantes y luminosos de nuestra existencia.

La música de Beethoven molesta, lastima y hiere, y si sabemos que exige un compromiso emocional absoluto de sus oyentes es, porque escuchar, en el más amplio sentido del término, forma parte de un mecanismo de cultura personal acumulada, demanda saber de la vida, disponer de un bagaje intelectual suficiente y contar con la aspiración interminable del aprendizaje. No es posible escuchar una obra cualquiera de Beethoven y quedar igual que antes.

Reclama sentir y pensar, siempre de forma superior. Es indispensable sentir mejor y para lograrlo, no basta con lo que nos digan el cuerpo y el cerebro, el lenguaje es fundamental para lograrlo. Un lenguaje amplio sirve para sentir más y mejor. Pongamos por ejemplo a una persona que todos los días se enfrenta al mundo con doscientas palabras en su haber. ¿Cuántas emociones y sentimientos será capaz de dimensionar a través del lenguaje? Pocas, muy pocas, porque ese leguaje es, además de magro, más bien concreto e indicativo; con celular, metro, tele, agua, güey, sus palabras se acaban. ¿Una persona así será capaz de identificar un sentimiento relacionado con la tristeza o con la alegría?, es posible que sí. ¿Lo hará con la ira?, lo más probable es que no, aunque la sienta.

Es aquí en donde se presenta el cambio cualitativo que nos proporciona la cultura personal acumulada; al ensanchar el lenguaje, no sólo ampliamos la noción del mundo, sino que mejoramos la percepción hacia la vida, ya que somos capaces de sentir mejor, de entender lo que pasa en la mente y en el corazón, lo que sucede en la calle y lo que le ocurre a nuestros semejantes. Tenemos una utilidad práctica al momento de enfrentamos conscientemente a Beethoven, es más sencillo, incluso, entenderse a sí mismo como ser humano.

La música beethoveniana abre un mundo de posibilidades y nos aleja del beneplácito que otorga la certidumbre, es decir, ayuda a pensar y a establecer distancia con la conformidad. Al escuchar una obra del compositor alemán, es inevitable que nos ataque un esfuerzo íntimo de reflexión sobre las condiciones que nos ubican en determinada circunstancia emocional, no para ser heroicos, sino para dar respuestas, sencillas si se quiere, a los problemas centrales de la existencia. En este sentido, Beethoven proporciona también un discurso filosófico útil y personal y usa herramientas del pensamiento, de la cultura y de la música.

El Cuarto concierto para piano, compuesto en plena etapa heroica, puede servir de ejemplo. Es capaz de llevarnos de un lado a otro de nuestro muestrario personal de emociones y es una obra de tan capital importancia en la historia de la música, que puede generarnos unas emociones hoy y otras con matices diferentes, dentro de un año y también habrá diferentes emociones si la interpreta una orquesta u otra. La obra de Beethoven no es un producto enlatado que todos los días sabe a lo mismo.

Con un lenguaje basto y una fina sensibilidad, es decir, dentro un espectro de amplia magnitud, tendremos la posibilidad al escucharla, de conducirnos por amplios e insospechados territorios, con el agregado de plenitud absoluta al oírlo. Si el lenguaje es parco y la comprensión musical está congestionada, quizás un ser inerte resulte con más capacidad de sentir que nosotros.

Es por lo que podemos apreciar claramente cómo el Cuarto concierto nos puede llevar de la felicidad de los primeros acordes, a los durísimos sentimientos de soledad y dolor del segundo movimiento, por ejemplo. Por primera vez en la música de concierto, dicen los cuadernillos que acompañan a los discos, se da un equilibrio perfecto entre el individuo y la colectividad. Es decir, en la confrontación inevitable de la orquesta y el piano, ambos son importantes y ninguno cobra preponderancia por encima del otro y cada uno impone su propia personalidad. La obra no puede estar desprovista de la armonía, que se manifiesta como el verdadero amor, que siempre es pasajero y fugaz.

Hasta antes de este concierto, ambas fuerzas, solista y orquesta, hacían apenas una conversación, un coloquio fugaz. Beethoven consolida lo que inició Mozart, especialmente en sus conciertos para violín. Es decir, la música se adapta a la realidad para permitir que lo diferente se confronte como lo que es: la lucha de los contrarios. Si con una sinfonía lo que busca un compositor es crear la obra total, en el concierto para un instrumento, el objetivo capital es entrar en un terreno musicalmente disputado y, a partir de Beethoven, que el equilibrio sea el que prevalezca. El Cuarto concierto es revolucionario hasta la médula porque impide conscientemente que el individuo haga lo que la colectividad dicta y, en esa disputa, cada uno desarrolla sus propias singularidades, es decir, hay un ejercicio riguroso de los temas musicales para la orquesta, el solista y cuando ambos entran en escena de manera conjunta.

Son las épocas, decíamos, en las que aparece el individuo y esta realidad social permite que Beethoven lo manifieste artísticamente con la composición de un concierto en el que el individuo, el piano, no es apabullado por la colectividad, el concierto.

¿Puede alguien vivir sin escuchar a Beethoven? Sin duda que sí. ¿Puede una persona vivir después de haberlo escuchado? La respuesta también es afirmativa; tanto, que la mayoría de hombres y mujeres se ubican en esta categoría. Sin embargo, también están los que dicen que si uno escucha a Beethoven se alegra de estar vivo y que con su música como acompañante, la vida vale la pena vivirse; nada más cierto. Beethoven nos ofrece compañía, conflicto, música, poderío, desarreglos internos, cimas heroicas, expectativas, discurso filosófico, emociones controladas, proyecto estético, apretujones en el corazón, incertidumbre. Nos regala un plan de vuelo para la vida, un plan que cada uno puede ajustar a lo que pretende de ella.

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