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-PRIMERA PARTE-

Los mayas son una de las culturas mesoamericanas más grandes de la historia, siendo una civilización que se desarrolló en tres períodos que dejaron una gran cantidad de aportes para la humanidad, entre estos: los conocimientos matemáticos, hazañas arquitectónicas, lenguaje, astronomía, política y religión.

La narrativa maya en cuanto a la creación del mundo es de que al comienzo de la historia no existía vida, pues “el todo” era vació, así los dioses mayas decidieron que era momento de comenzar un mundo, al crear a este hicieron la separación del cielo y la tierra, luz de la oscuridad y el agua de los campos.

Notaron que su creación requería de seres que la habitaran, así fue como dieron vida a los animales. Sin embargo, estos no les veneraron, pues era tal su inteligencia que veían por sí mismos sin ofrecer tributos a sus creadores. Los dioses les castigaron obligándolos vivir bajo la supervivencia del más apto, así estos se darían caza para sobrevivir. Continuaron en su búsqueda de un ser que les agradeciera por el nuevo mundo, decidieron que los nuevos seres debían pensar para poder entender lo que habían hecho por ellos, hablar para agradecerles a los dioses, amar para velar por su tierra, y reproducirse para que así la especie existiera por siempre.

Además del Popol Vuh hay otros documentos y relatos que dan cuenta de la creación del mundo por dioses bienhechores. El Chilam Balam de Chumayel, texto de finales del siglo XVIII del norte de Yucatán, es uno de ellos, y contiene un mito sobre la creación similar al del Popol Vuh. En él, la creación comienza con un universo cautivo de los dioses del inframundo, poblado por abejas. Según el relato, fue una época en que llovió fuego y ceniza, y en que cayeron árboles y piedras. En un mundo sin Sol, sin noche y sin Luna, los dioses del cielo, decididos a propagar la semilla que habían salvado de ese caos, destruyeron todo bajo un diluvio y flecharon a quienes habían quedado. A partir de ese universo aniquilado habría de comenzar la nueva creación: los cuatro bacabes, dioses sostenedores del cielo, colocados uno en cada esquina del mundo, levantaron la tierra que se había hundido al desplomarse el firmamento y sembraron una ceiba al centro: axis mundi del universo maya y camino que conduce al cielo. En ambos mitos, el descrito en el Popol Vuh y el del Chilam Balam de Chumayel, el mundo que vivimos es, de esta manera, el último de los ensayos de los dioses, el desenlace de la lucha entre cielo e inframundo, entre luz y oscuridad, que culmina con la victoria de los primeros. Aunque comparte con el resto de los pueblos mesoamericanos la visión catastrófica y renovadora que conduce a la creación humana, el mito maya es, sin embargo, claramente diferenciable y de raíces profundas, como lo es también el panteón de sus dioses.

El cielo estaba sostenido por cuatro dioses “cargadores”, los bacabes, relacionados con los cuatro puntos cardinales, en cada uno de los cuales se encontraba una ceiba sagrada, el árbol de la abundancia que había proporcionado el primer sustento a la humanidad. Se creía que el cielo estaba dividido en 13 niveles superiores, en los que residían los Oxlahuntikú o 13 señores del supramundo. El inframundo, a su vez, estaba dividido en nueve estratos, presididos cada uno por uno de los Bolontikú o nueve señores de la noche.

El poder de los dioses mayas era infinito, así lo entendía una civilización que haciendo presencia en países como México, Honduras, El Salvador, Belice y Guatemala se encargó de garantizar el equilibrio natural acudiendo a sus divinidades con la intención de fomentar la interacción de los hombres con el cosmos.

La cultura maya era una sociedad teocrática, en la cual la religión era usada como un medio de control, no es de extrañarse que dentro de sus deidades existan algunas que podrían generar temor en la población.

Es así como dentro de la mitología maya se cuenta con el espacio apropiado para concebir a sus deidades casi que, de manera fantástica, es por ello que generalmente se les asignaba características que les aportaban atributos no solo humanos sino también de plantas y animales, estas últimas categorías de gran relevancia, pues es preciso tener en cuenta el papel protagonista de los elementos naturales para esta sociedad.

Para la realidad terrenal, el conjunto de divinidades mayas equivalía a energía y esto justamente era lo que permitía que un mismo dios de acuerdo a la temporalidad pudiera asumirse como bueno o malo e incluso femenino o masculino. Adicionalmente surge algo llamativo, pues el hecho de ser considerados manifestaciones físicas de lo sagrado no exoneraba a este grupo de dioses de manifestar estados de ánimo revelando una voluntad influenciada por el tipo de comportamiento de los hombres.

Tal era la necesidad de agradar a sus divinidades que se sabe de sacrificios humanos que pretendían evitar la ira de los todopoderosos. Por tanto, estas entidades sobrenaturales que habitaban cielo, tierra e inframundo no logran ser ubicados dentro de una lógica simplista ya que definitivamente se rigen por principios que aún al día de hoy siguen resultando complejos de entender.

Los sacerdotes mayas basaban los calendarios según las necesidades de cada dios interpretadas con el movimiento de los planetas. Para las civilizaciones antiguas la religión era una forma de relacionar a los hombres con el cosmos y mantener el equilibrio natural.

Para la cultura maya, los dioses eran vistos como energías casi imperceptibles capaces de presentarse en la realidad terrenal en formas tan fantásticas como la imaginación lo permitía: humanoides, animales, plantas y la combinación de ellos. La imagen de muchos de los dioses mayas fue conocida por los antiguos mesoamericanos a través de ritos y, a su vez, plasmada en ricas expresiones artísticas, primordialmente en la arquitectura, la pintura y la escultura. Fue a partir de estas manifestaciones artísticas que hoy se tiene una imagen (aunque a veces no tan certera) de quienes eran aquellos seres habitantes del cielo, la tierra y el inframundo.

Por ello los investigadores de los dioses de la cultura maya cuentan con un abundante acervo de materiales –escultura, cerámica, lapidaria–, un amplio conjunto de inscripciones, un grupo de códices, textos elaborados en la época colonial, pero con profundas raíces en la época prehispánica, y una rica tradición oral, para conocer a los dioses principales y sus características.

Entre los pueblos mesoamericanos, la religión y los ritos asociados a ella estaban relacionados principalmente con el mantenimiento del orden del cosmos, la fertilidad y el bienestar general. Prácticamente todos los asuntos de la sociedad –el nacimiento, el matrimonio y la muerte– se encontraban inmersos en una compleja estructura de creencias, que dictaba pautas de comportamiento y explicaba y justificaba la naturaleza del mundo. Con base en los conceptos religiosos se establecieron los calendarios, se justificaba el papel de los gobernantes y se planeaban los ciclos de producción agrícola, entre otros aspectos. Para ello se realizaba un amplio y variado conjunto de ritos, efectuados por reyes y sacerdotes, que incluían danzas, sacrificios, autosacrificios, juegos de pelota, etcétera.

Estos son algunos de los dioses en la cultura maya:

Hunab Kú

Su nombre significa «un solo dios» o “único dador”. Es el dios más importante del pueblo maya, en él se conjugan las dualidades, es decir, los elementos opuestos como los masculinos y los femeninos por lo que tiene la capacidad de crear. Así dio origen al universo. Para los mayas es de Hunab Ku de quien procede todo, es la fuente de energía que conecta a todo ser vivo y quien transmite la información de todo. De él nacen todas las cosas y los seres vivos del universo y a él retornan. Como Hunab Ku estaba en pleno crecimiento y desplegándose por todos lados, se dice que propició la formación de los planetas, soles, estrellas, a todo ser vivo capaz de sentir y pensar, por tal motivo nacen hombres, mujeres y niños quienes en un futuro serían las próximas estrellas. Los mayas creían que este dios se manifestaba a través de ondas las cuales podrían ser de luz, sonido, energía, pensamiento y amor. También era considerado el padre de todos los dioses.

Dentro de la cosmogonía antigua, Hunab Ku creó tres veces el mundo, siendo la tercera cuando dio vida a los propios mayas. De éste, los mayas no tenían representación alguna por creer en él como un dios incorpóreo.

Itzamná (también llamado Zamná)

Hijo de Hunab ku. Su nombre significa «casa de iguanas», y era el señor del «rocío o sustancia del cielo», dios creador y supremo entre los mayas yucatecos, se le considera espíritu universal de vida que anima al caos para que haya creación. Era señor de los cielos, la noche y el día. Se le representa en los códices como un dragón celeste bicéfalo que vierte agua sobre la tierra; y también como un pájaro con rasgos de serpiente. En su forma antropomorfa se le representaba como un anciano de mandíbulas sin dientes, carrillos hundidos, con ojo grande y cuadrangular, nariz aguileña y algunas veces barbado, dada su facultad omnipresente se le figuraba en el arte maya en formas animales de acuerdo al plano donde se encontraba, es decir, como ave si estaba en un nivel celestial, o como un cocodrilo si era un plano terrestre (como en esta ilustración inspirada del Códice Dresde). Los antiguos mexicanos relacionaban la tierra con los reptiles debido a que la superficie, vista desde algún punto alto, en conjunto con la vegetación y diversas formaciones geológicas como las montañas, tienen gran parecido a la piel de un reptil, sobre todo la de los cocodrilos. Según la leyenda, le enseñó a la civilización maya el uso del lenguaje, a cuidar del maíz, a escribir, usar calendarios, la enseñanza de la medicina, y, por tanto, su origen se remonta a los principios de la historia maya. Era amigo del Sol, de quien dependía el fuego; de Kukulcán, de quien dependía el viento; y de Chaac, de quien dependía el agua. La asociación entre Itzamná y Chaac es muy estrecha, ya que ambos simbolizan la lluvia, pero quizá mientras Chaac encarna al agua misma, Itzamná representa la energía vital que la genera.

Itzamná era considerado un dios benévolo, ya que al mismo no se le vio asociado nunca a destrucción, muerte o desastre. Era el patrono del día (ahau), siendo éste, el último y más importante de los veinte días mayas. Según la mitología maya, Itzamná se casó con la diosa Ixchel quien era la diosa maya de la luna, el amor y la gestación; tuvieron trece hijos de los cuales dos de ellos actuaron como dioses creadores. Según muchos estudiosos de la mitología maya los aretes en las orejas de Itzamná, revelan la necesidad de oír la voz de la conciencia, de saber escuchar y actuar con sensatez. Además, para muchos, Itzamná padre de la sabiduría, plantea la idea de vivir con propósito, de aceptar la diversidad de la psicología humana y de lograr encontrar un camino entre la contrariedad de las emociones, las cuales pueden manifestarse hoy como amor y mañana como odio y de esta forma adentrarse en el camino de la sabiduría.

En Izamal, Yucatán, se encuentran los restos del templo donde los mayas dedicaban ceremonias a Itzamná. De hecho, el nombre del poblado se deriva del apelativo de este dios.

 

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