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Óscar Wong

Poeta, narrador y ensayista. Becario del INBA-FONAPAS y del Centro Mexicano de Escritores en ensayo. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde y el Certamen Literario Rosario Castellanos en Cuento.


 

Una historia celérrima que expresa el deseo vehemente de Gepetto, aquel anciano carpintero ansioso porque su marioneta se convierta en un niño de verdad. El Hada azul escucha su ruego y se lo concede, pero le advierte a la criatura de madera que, para ser un niño de verdad, debe ser generoso, honesto y obediente.

Ilustración original de Enrico Mazzenti

Con ilustraciones de Enrico Mazzanti, «Las aventuras de Pinocho», de Carlo Collodi, seudónimo del escritor Carlo Lorenzo Fillipo Giovanni Lorenzini (Florencia, Italia, 1826-1890) se publicaron en el periódico «Giornale Per I Bambini», en Roma, el 21 de diciembre de 1882 y en enero del año siguiente, con los títulos de «Storia de un burattino («Historia de un títere») y «Le aventure di Pinocchio» («Las aventuras de Pinocho»).

Por supuesto que la travesía que realiza Pinocho en su afán por aprender a comportarse, me recuerda al recorrido del héroe que permanece en todo ser humano, según observa Joseph Campbell en «El héroe de mil caras» (1949), por lo que no puede considerarse como un libro exclusivo para niños; aunque Walt Disney popularizó la historia en la pantalla cinematográfica.

De acuerdo con Gerardo Bouroncle Mc Evoy, en la obra se advierte «Una Visión Espiritual» en virtud de que el autor florentino entrega un mensaje «iniciático, esotérico y de desarrollo personal, pues expresa el recorrido del alma humana en su viaje de evolución espiritual».

Desde esta perspectiva, Gepetto y el Hada azul, representan los aspectos masculino y femenino de la Divinidad, mientras que Pepe el grillo simboliza la conciencia.

Ilustración original de Enrico Mazzenti

Al ser enviado a la escuela, Pinocho cumple con «un proceso de aprendizaje permanente». Sin embargo, pese a las protestas de su conciencia, el niño toma decisiones equivocadas: sucumbe ante la tentación del orgullo -el ego produce placer; aunque después genera dolor y esclaviza el alma-; se une a una compañía de circo, es encerrado en una jaula y, cuando el Hada lo interroga, pretende mentir para justificarse; pero a cada mentira la nariz le crece.

En la Isla del Placer empieza a transformarse en burro. El simbolismo es claro: el espíritu, el alma, «cuando se embrutece por la indiferencia y la satisfacción permanente del deseo, se olvida de quién es y de cuál es su misión», arguye Bouroncle.

Cuando escapan de la isla, Pinocho y el grillo buscan a Gepetto, pero éste salió a buscarlo, como hace cualquier padre ante la desaparición de su pequeño.  «Esta imagen tiene una importancia fundamental, pues nos da a entender que no sólo buscamos nosotros a Dios, sino que Dios nos busca a nosotros».

Pinocho descubre que su padre -como el Jonás bíblico-  fue tragado por una ballena. «El animal marino es un antiguo símbolo de la reconciliación del espíritu y la materia. El mar es un símbolo del inconsciente. Así, el cuento nos dice que encontraremos nuestra inspiración espiritual, nuestra verdadera naturaleza, en nuestro propio yo inconsciente, en el fondo de nosotros mismos».

Pinocho y el grillo, al ser tragados por el mismo cetáceo, se reúnen con Gepetto. «El interior de la ballena representa la cámara de reflexiones masónica, el descenso al centro de la Tierra (…) Dicho de otro modo, nuestro viaje espiritual no termina cuando empezamos a reencontrarnos con nuestras profundidades espirituales en nuestros sueños, en nuestras oraciones, o nuestras meditaciones».

Al escapar de la bestia marina, Pinocho ofrenda su vida para salvar a su padre -la «muerte mística» del profano durante su iniciación-. El sacrificio tiene su recompensa pues el Hada lo resucita y lo transforma en un niño de verdad.

 Así, el cuento constituye la travesía de todo ser humano como parte del “viaje de desenvolvimiento espiritual». Pero la clave es el amor, concluye Bouroncle, «la ofrenda desinteresada, que significa a su vez la renuncia al “yo” personal y egoísta. El propósito de la vida que compartimos todos los hombres es manifestar en lo finito lo infinito, llevar lo divino a lo humano y dar expresión individual a nuestras cualidades espirituales”.

 

Revista Escribas