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Bernardo Meneses Curling

Periodista, escritor. Ha sido director de prensa de la UNAM, en comunicación social de las secretarías de educación y del trabajo federal, del gobierno de Chiapas con el Doctor Velasco Suárez, entre otros. Ha colaborado en medios nacionales como: El Día, La Jornada, Unomásuno, Revista Siempre; Conductor del programa de televisión Problemas y Realizaciones de México en Canal Once y comentarista de Radio.


Panteón de Tapachula. Collage Sariego Vega

Ante la cercanía de los Días de Muertos, que, en Tapachula, en Chiapas, como en todo México se celebran el uno y el dos de noviembre, podemos rememorar que el Panteón Jardín o “panteón nuevo” de Tapachula fue construido por el presidente municipal Gamaliel Becerra, hace casi siete décadas, en la administración   1951-52, la última de dos años ya que en adelante han sido de tres.

Gamaliel Becerra fue un presidente municipal ejemplar, como no hemos visto en los últimos tiempos: honesto, preparado, comprometido con el desempeño de un servicio público responsable, eficiente.

Lo construyó por la inminente saturación del antiguo Panteón Municipal, que ante el nuevo fue nombrado ya, también por la gente, como el “panteón viejo”. Está situado este entre la 8ª Avenida Sur y el entonces lecho ampliado –que se llenaba en tiempos de temporal– del río Coatán, y entre la 8ª Calle Poniente y la vía del ferrocarril.

Después del panteón viejo, por el lado Oeste, en las primeras décadas del siglo pasado, había un lago y un aserradero. Con base en el lago se creó un parque recreativo, que además integraba restaurante, refresquería, juegos infantiles, algunas canchas deportivas. Fue un conjunto campestre arbolado al que se le llamaba el “Lago de los Lesher”, por el apellido de su creador.

Era muy apreciado por los tapachultecos de la época y a él acudían personas de todas las edades. El lago contaba con lanchas y bicicletas acuáticas con capotas para la protección solar, en las que disfrutaban las familias y, especialmente, hombres y mujeres jóvenes.

Estos jóvenes que vivieron las primeras décadas del Siglo XX, entre ellas algunas tías, conocidas como “las señoritas Meneses”, mayores aún que mi padre, nos describían así, a los niños y adolescentes del medio siglo, al ya desaparecido Lago de los Lesher.

Las “señoritas Meneses” fueron muy prestigiadas porque a lo largo de muchos años enseñaron en su casa las primeras letras y números –como decía la gente– “a medio Tapachula”, incluido el que escribe.

Panteón de Tapachula. Archivo

Cuando salí de este parvulito e ingresé a la Escuela Primaria Tipo Fronteriza, las “señoritas Meneses”, especialmente Aurora, ya me habían enseñado a leer y escribir las vocales, las consonantes, el abecedario. Y también ya me habían hecho aprender, escribir y usar los números; memorizar las tablas numéricas, y ya me habían enseñado a ejecutar las operaciones aritméticas básicas: sumar, restar, dividir, multiplicar. Quizá por ello la escuela primaria fue muy divertida para mí.

Hoy también ya da muestras de saturación de sus espacios el “panteón nuevo”, el Panteón Jardín, que en lejanos días se construyó más allá del río texcuiyapan y todavía “más allá de la villita de Guadalupe”, pero antes de los vastos, olorosos y bellos cultivos de “la telimonera” –ya cercanos por el oriente al río cahuacán–, cuyos terrenos   después ocuparía el fraccionamiento “Laureles”.

Sin embargo, ninguno de los últimos presidentes y ayuntamientos municipales ha dado muestras de tener previsto otro espacio para construir un nuevo panteón, en dónde los tapachultecos que en adelante pasen a formar parte de los difuntos, encuentren un refugio para su descanso definitivo, de manera digna, no hacinada, no encimados unos con otros, como lastimosamente ocurre hoy en el Panteón Municipal y también ya empieza a verse en el Panteón Jardín.

Entre los largos, largos surcos de los esplendorosos cultivos de té limón y citronela, que tenían como destino el mercado y la industria nacionales o la exportación, muchos niños y adolescentes que llegaban desde la cercana ciudad, podían transitar en bicicleta, fácil y tranquilamente o a toda velocidad, como algunos de mis compañeros de la secundaria y yo.

Unos 20 años después, en la decena de los años setentas, los grandes terrenos de la “telimonera”, en alguna forma propiciada por el gobernador neurólogo Manuel Velasco Suárez, pasaron a manos del presidente de la República, Luis Echeverría, quien al concluir su mandato los entregó para su custodia y, después, aparentemente como “pago de servicios” al “comandante Yanes”, quien se había desempeñado como jefe de su guardia personal.

Este “comandante Yanes”, pelirrojo con porte y expresión recios, de agente y jefe policial, había trabajado como policía federal durante el sexenio del presidente Gustavo Díaz Ordaz, en la Secretaría de Gobernación, que encabezó precisamente Luis Echeverría.

Entonces ocurrió el Movimiento Estudiantil de 1968. Y en las inmediaciones de algunos mítines estudiantiles a los que asistía como joven reportero, quien escribe pudo observar al que después identificaría como el “comandan Yanes”.

Este acostumbraba vestir una gabardina de color beige. Después se le señalaría como el jefe del “grupo del guante blanco”, que previamente se instaló en pisos estratégicos del Edificio Chihuahua de Tlatelolco, y desde allí inició los disparos, la masacre, la matanza, contra los estudiantes que acudieron al mitin del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas.

Durante su ulterior retiro y refugio en Tapachula, se dice que Yanes fraccionó la antigua “Telimonera”. Así se originó el que se llamaría Fraccionamiento Laureles.

Ya difunto, Gamaliel Becerra yace en el Panteón Jardín, el que la gente, después de siete décadas, sigue llamando “panteón nuevo”. Descansa cobijado por una sencilla estructura techada, con columnas delgadas, abierta al viento. Allí alguna vez habrá de recibir de los tapachultecos el reconocimiento que merece.

Revista Escribas