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Óscar Wong

Poeta, narrador y ensayista. Becario del INBA-FONAPAS y del Centro Mexicano de Escritores en ensayo. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde y el Certamen Literario Rosario Castellanos en Cuento.


«MUERTE SIN FIN», UN CANTO MÍSTICO

José Gorostiza. Foto Josefina Ortega de Gorostiza

Considerado por la crítica como un texto clásico, «Muerte sin fin» (1939), de José Gorostiza, constituye un canto litúrgico, con un trasfondo místico. Aborda la zona metafísica que, muchas veces, preocupa y perturba al individuo: la muerte, la existencia misma y Dios, que «acaso ha muerto ya, siglos de edades arriba».

Pero no hagamos conclusiones precipitadas. Dos partes conforman este nuevo «Cántico espiritual» -cada una desemboca en una «Canción» con versos de arte menor, a manera de resumen o corolario-, donde la presencia de Dios en el mundo se manifiesta a través de metáforas brillantes, reveladoras, y que terminan por obnubilar el contenido («el que tenga ojos, que mire; el que tenga oídos, que escuche», sentencia la cita bíblica).

La primera estancia aborda la evolución de la substancia: parte de la metáfora del vaso y del agua (continente y contenido) hasta llegar a la inteligencia y al lenguaje. Dios se advierte como » un vaso/ que nos amolda el alma perdidiza»; aunque el ojo es inútil para percibirlo porque tenemos «mirada de atropina».

La vida, la existencia, es sólo un «sueño/ desorbitado/ que se mira a sí mismo en plena marcha». Por supuesto que»el ritmo es su norma y trae » largas cintas de cintas de sorpresas/ que en un constante perecer enérgico,/ en un morir absorto» se presenta. El «sueño se repite,/ irresponsable, eterno,/ muerte sin fin de una obstinada muerte».

A pesar de la inteligencia, esa «soledad en llamas», ese «páramo de espejos» que nos induce a la reflexión -pensar sobre lo pensado- , repercute en la expresión incluso oral, y nos lleva a «la sorda pesadumbre de la carne». Pero a pesar de ello, termina el poeta por resaltar un Aleluya, esa voz gozosa, de júbilo, ante la Revelación.

La segunda parte describe el decaimiento de la substancia (Aristóteles, en su «Metafísica», nos habla de las substancias finitas -todo lo que nos rodea y palpamos- de sus accidentes -cambio de lugar, modificación y destrucción; la enfermedad, la vejez, la muerte- y la substancia infinita, que es Dios). Esta involución, este decrecimiento, involucra a los tres reinos -mineral, vegetal y animal- hasta llegar al «origen mismo del origen» donde el Espíritu de Dios flota y entrega «su palabra sangrienta».

«Unos a otros se devoran»

Elaborada líricamente, la reflexión parte -otra vez- de la imagen del vaso y el agua. El lenguaje es inútil, se agosta ante la realidad, ante los reinos ya señalados, la forma, la substancia finita, se desgasta. Los versos finales son perturbadores. Todo -«unos a otros se devoran», precisa Gorostiza- se derrumba «hasta que todo este fecundo río/ de enamorado semen se conjuga,/ inaccesible al tedio,/ el suntuoso caudal de su apetito,/ no desemboca en sus entrañas mismas, en el acre silencio de sus fuentes,/ entre un fulgor de soles emboscados,/ en donde nada es ni nada está,/ donde el sueño no duele,/ donde nada ni nadie, nunca, está muriendo/ y sólo ya, sobre las grandes aguas,/ flota el Espíritu de Dios que gime/ con un llanto más llanto aún que el llanto,/ como si herido -!ay, Él también!- por un cabello,/ por el ojo en almendra de esa muerte/ que emana de su boca,/ hubiese al fin ahogado su palabra sangrienta./ ALELUYA, ALELUYA!».

En «El Zohar» se habla del Mutismo, previo a la Voz, al Verbo, a la Oralidad Divina. Este En-Sof, este Silencio Sacro, esta Afonía, es previa a la generación del mundo, al Bereshit hebreo («En el Principio era el Verbo», musita Juan, el «Hágase la Luz» bíblico, genésico). Como siempre mordiéndose la cola, el final del poema constituye la vuelta «al acre silencio de sus fuentes». Dios mismo vuelve al Silencio, a la inmovilidad en el punto muerto de la Creación (Ouroburus). Por lo mismo, José Gorostiza (1901-1973) postula una «muerte sin fin de una obstinada muerte».

En su «Metafísica», Aristóteles habla de la Divinidad como un motor inmóvil y, de alguna manera, el poema del tabasqueño aborda esa Creación ex-nihilo de que hablan los filósofos.

 

 

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