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Joaquín Gutiérrez Niño

Analista, docente y realizador, inició un intenso
quehacer comunitario en favor de su lugar de
origen Tonalá, Chiapas. Con amplia trayectoria
en medios nacionales como El Universal y
Radio Red en CDMX es reconocido con el
Premio Nacional de Periodismo en 1992 y
la Medalla Luis M. Farías. Cuenta con una
amplia experiencia de más de 25 años frente a
los micrófonos. Es creador de la Revista Ocote
y Stéreo Costa. Su blog personal En la brega
disponible en: bregador.wordpress.com/


Boombox record player. Foto archivo

Más que programa de radio, Juventud 12-90 fue para mis coterráneos y contemporáneos un espacio común y enlace festivo, pleno de energía. Para mí, fue plataforma y puente hacia otros géneros. Lamentablemente, como ha ocurrido después, no entendí oportuna y cabalmente su potencial.

Era el primero de febrero del 71. Era entonces o nunca…

Cerca del mediodía busqué a Ernesto Montemayor (hijo del primer concesionario de XEDB, el ingeniero Fausto Montemayor Garibay), quien se hizo cargo de la emisora a la salida de Carlos Arjona, el vecino gerente que me cerraba el paso.

Apenas un mes antes, el 27 de diciembre de 1970, Ernesto permitió lo hasta entonces impensable: que realizara una emisión especial dedicada al centenario de Tonalá, de manufactura y aceptación notables.

Con ese antecedente, le pedí oportunidad para llenar un notorio vacío en la programación: ofrecer un programa informal, de amplio espectro musical, orientado primordialmente a la población estudiantil.

Siguiendo el nombre de un espacio de Radio Capital (Estudiantes 12-60) y en honor a otro de los programas de la UC (Club Juventud), se llamaría Juventud 12-90.

Pasaría de una a dos de la tarde, justamente en el reducido lapso entre los distintos turnos de las secundarias y la preparatoria de la plaza. Cuando la competencia (la MG, de Arriaga) difundía su “Brindis Superior”, de corte ranchero.

Ernesto era un muchacho flaco, de cabellos dorados y largos, que calzaba sandalias y usaba atuendos estrafalarios. Algunos decían que “se las tronaba”. Todo un hippie… Así que la propuesta cayó en blandito.

Tan pronto aceptó, literalmente me fui corriendo a la casa por los materiales –para empezar ya, en caliente.

Crucé el parque central a grandes pasos y abordé un taxi del Sitio San Francisco que debió esperarme frente a “El Águila” mientras daba la buena nueva a mi mamá y tomaba lo que tenía a la mano en materia de discos juveniles –y ya no tanto.

Por aquello de las dudas, había preparado un pequeño paquete que abría con “Muñequita”, de Enrique Guzmán, porque era el tema de “Voces de la nueva ola”, de XEUC, y quería rendir tributo, de esa manera, a las fuentes en que había abrevado.

Peace and Love. Foto archivo

Peace & Love. Foto archivo

Mi primer tema introductorio sería “En el verano”, con Mungo Jerry, de la que hice una parodia para “jingle”: “Si en la onda estás / sintoniza ya / XEDB, Radio Tonalá…”

Desde aquella primera emisión, el éxito del programa fue rotundo y se mantuvo por casi tres años. Si no recuerdo mal, lo terminé el 31 de diciembre de 1973. Como si hubiera presentido que muy pronto cambiaría el rumbo de la difusora.

“Juventud 12-90” fue todo un suceso. Para empezar, rompió los cartabones de una emisora tradicionalmente sobria y hasta de cierta elegancia. Se animaba con agilidad y energía; tocaba la música que ninguna estación regional se atrevía a adoptar.

Pronto tuvo un tema regular: “Sentimiento latino”, de Pace and Love, sobre cuyos metales repetía yo a todo pulmón y en vivo: “Expresiones de alegría, paz y amor, a través de una música que vierte, generosa, los sentimientos y aspiraciones de nuestras actuales generaciones, esperando una total / mutua felicidad para toda la humanidad…”

Era el verso o poema que los jóvenes de mi tiempo repetían como propio, dado que la radio nacional puso de moda por entonces el “Desiderata”, de Arturo Benavides, y que yo, para variar, de vez en vez presentaba con Jorge Lavat.

Porque esa era la principal característica de la emisión: su frescura, su inagotable capacidad para innovar o variar.

Tiempo hubo, por ejemplo, en que solamente se identificó la apertura del programa con un tema sugerido y proporcionado por Hernán Toledo Aragón: “Cementerio de trenes”, con los Creedence. Sin mayores preámbulos, sin palabras.

La primera gran anécdota que recuerdo, a muy poco de arrancada la serie, es que llevé un disco grabado en vivo por Los Yaqui, cantado en inglés pero con una intervención introductoria de Benny Ibarra. Este presentaba a sus compañeros entre aplausos y a continuación ejecutaban “Cosa loca”.

Por alguna razón, ese día la oficina que daba al parque fue cerrada temprano, de manera que algunos transeúntes creyeron que el grupo estaba dentro. Otros muchachos, que contaban con vehículo, de inmediato se presentaron en el estudio…

Para el éxito del programa también contribuyó el entorno social de la época. Todavía no había tele ni discotecas; la radio lo era todo y Juventud 12-90 era el único puente de unión entre jóvenes.

Del tiempo que se mantuvo al aire, llené un costal con recaditos de peticiones y saludos, felicitaciones e insultos, que también los hubo y muchos, porque la popularidad que me acarreó también acentuó la división entre quienes apreciaban mi labor y quienes me detestaban.

La línea telefónica solía saturarse, al punto que Raquelito Ramos, la gerente de Teléfonos de México, reclamaba la contratación de una operadora para atender exclusivamente al programa. “Los quinientos números piden al mismo tiempo el 1-29”, se quejaba.

Y sí, era lo habitual, aunque la exigencia era mayor cuando se realizaban especiales o con las simples competencias de artistas. Hubo una célebre, por ejemplo, cuando se disputaron la final José José y Leo Dan. Acudieron espontáneamente al estudio fans de uno y otro.

En aquella ocasión, Sócrates Galván alegaba el apoyo que debía brindarse a José José por el simple hecho de ser un compatriota nuestro. Tan a la mano, Paco Escobar (Paco-Paco) tomó una novedad del argentino, recién llegada, y la presentó al aire: “Toquen, mariachis, canten”, donde clama por la música que rompe barreras y fronteras. Y claro, ganó Leo.

“Juventud 12-90” albergó grandes especiales. Entre los que causaron mayor sensación, como era natural, el de The Beatles y el de la cuarteta Creedence.

Avándaro. Foto archivo

De modo habitual se tocaba algún número de moda de aquellos gigantes o se hacía acompañar de la traducción recitada de sus letras más afortunadas, que invariablemente me proporcionaban los hermanos Hernández Salas.

Los populares tenderos de aquella época también me facilitaban revistas con lo novedoso de la llamada “onda gruexa” e incluso grabaciones de la radio juvenil capitalina, que captaban en sus frecuentes viajes al DF.

Esa fue otra virtud de la emisión. Ahí concurrían los materiales exclusivos de los amigos, a condición que resultaran de interés para los jóvenes. Desde temas fresones hasta los más pesados; desde Lyn Anderson hasta Jimmy Hendrix, por ejemplo.

Pero mantuve especial predilección por el rock mexicano que por fortuna coincidió con la era Juventud 12-90: Peace and Love, La Revolución de Emiliano Zapata, Los Locos, El Amor…

La tarea social también tuvo su sitio. Entre un sin fin de comentarios, algunas campañas de servicio. La principal: una colecta de libros para fundar la biblioteca de la Secundaria “Héroe de Nacozari”, que erigimos en honor al profesor Gildardo Yoé Medinilla.

Dado su enorme impacto (incluso personas mayores y gente de las áreas rurales y pesqueras nos preferían frente a la competencia), desde ahí promovíamos los contenidos de mis revistas radiofónicas del fin de semana, donde ponderaba valores locales y discutíamos temas comunes.

De manera que “Juventud 12-90” fue para mí plataforma y puente hacia el quehacer periodístico de mayor rigor que arrancó en agosto de 1972 con el informativo “Dimensión 4” y las revistas “Espacios 129” y “Domingo en familia”, esta última de corte humanista y cultural.

Acaso por la inexperiencia e inmadurez, aunque es una limitante que lamentablemente se ha repetido en momentos posteriores de relativo éxito, no supe aquilatar oportuna y cabalmente la trascendencia de la emisión. Se hicieron cosas, pero todo desde el nivel de hobby. O, en el mejor de los casos, del servicio. Sin tomarlas demasiado en serio.

Ahora, a la distancia, añoro el enorme potencial que contuvo. A cuarenta años de haber comenzado, entiendo que “Juventud 12-90” mereció un mejor realizador y una mayor consistencia. Con todo, aún encuentro contemporáneos que repiten las frases de entrada o evocan anécdotas.

Alguna vez, en un centro nocturno capitalino, el director del grupo que amenizaba anunció que yo estaba presente y anticipó que tocarían una pieza que me haría llorar… Pensé que sería algún tema romántico, pero me equivoqué.

De la oscuridad y entre la expectación surgieron los acordes en guitarra de “Nasty sex”, acaso el más emblemático del rock mexicano… Y en efecto, poco faltó para que se cumpliera el pronóstico de mi tocayo y coterráneo Joaquín Sierra, quien sobre la pista evocó los tiempos de “Juventud 12-90”.

Me faltaban, supongo, estos años y un poco de mayor conciencia de lo que ese programa significó para los jóvenes de mi tiempo y mi rumbo, para detonar a fondo la añoranza.

Revista Escribas