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Patricia Fonseca

(Villaflores, Chiapas, México). Autora de la novela “Negra como la Noche”, de los libros infantiles: La Jirafa, de Mascotas y juegos electrónicos, La Playa un pizarrón gigante y El mundo que habita bajo la cama. De la colección Letras Andarinas. Promueve el Taller de Fomento a la Lectura y la escritura en instituciones educativas, culturales y en línea. Su página: https://www.facebook.com/letras.andarinas/


 

A medida que caía la tarde, las sombras de los árboles sobre el pavimento aumentaban mi excitación. Caminaba de prisa, el corazón parecía salirse de mi  pecho, tenía heladas las manos y un sudor muy fino perlaba mi frente.

Terraza de café por la noche (1888) Vincent Van Gogh

Terraza de café por la noche (1888) Vincent Van Gogh

Por fin divisé la cafetería que me había indicado. Sentí un leve retortijón en el estómago y sonreí para mis adentros “ahora sé lo que es sentir mariposas en el estómago”, me dije. El ambiente se veía agradable, mesas pequeñas iluminadas por la luz de una vela, la decoración de la pared me cautivó, aquel lugar estaba adornado de ángeles de cerámica de todos los tamaños y colores, grandes lámparas redondas colgaban del techo de madera, pero no lo vi. Sólo  unos señores  en una mesa y por lo que alcancé a escuchar, parecían tener ahí alguna reunión relacionada al municipio; en otra mesa unos jovencitos se comían a besos, me ubiqué en una mesa casi escondida por plantas de helechos detrás de la de los señores; el mesero trajo la carta y apenada sólo pedí un café indicándole que esperaba a una persona. Pasaron los minutos y el tiempo se hacía eterno. Bebí sin advertir que el café humeaba lo que provocó que me quemara la lengua, quise hacerme tonta con un folleto para calmar mis nervios, pero éstos aumentaron al recordar su coqueteo a través de la ventanilla del banco para que lo atendiera, sus constantes llamadas solicitando estados de cuenta para luego decirme que eran pretextos para oír mi voz y esa manera tan tierna de guiñarme el ojo, que cedí a la invitación de aceptarle un café. ¡Al fin lo vi en la puerta de entrada! Creí que el corazón se me paralizaría, tuve deseos de correr hacia sus brazos pero me contuve, era la primera cita y al menos tenía que demostrar un poco de prudencia, no lo fuera a espantar con mis impulsos. Caminó con pasos cortos moviendo la cabeza hacia ambos lados buscándome. Sin que me viera,  observé sus gestos, sus ojos pequeños, el cabello lacio y bien peinado y esos labios delgados que me volvieron loca cuando lo conocí. Iba a levantar la mano para saludarlo cuando noté que se acercó a la mesa de los señores, eran como cinco, estos, se levantaron saludándolo y dándole palmadas en la espalda; a la distancia percibí el aroma a lima limón que lo caracterizaba, suspiré hondo, maldiciendo dentro de mí por arruinar lo que pretendía ser una velada mágica, sentí un cubetazo de ag

Bodegón de naranjas y limones con guantes azules (1889) Vincent Van Gogh

Bodegón de naranjas y limones con guantes azules (1889) Vincent Van Gogh

ua helada cuando alguien le preguntó – ¿vienes a la reunión? y él respondió:

– No, no sabía, sólo pasé a comprar un pastel para mi esposa y mis hijos.

En ese momento deseé que me tragara la tierra. Llamó al mesero, pidió su orden y mientras esperaba siguió conversando con los señores y a mí ni me volteó a ver.

 

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