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Bernardo Meneses Curling

Periodista, escritor. Ha sido director de prensa de la UNAM, en comunicación social de las secretarías de educación y del trabajo federal, del gobierno de Chiapas con el Doctor Velasco Suárez, entre otros. Ha colaborado en medios nacionales como: El Día, La Jornada, Unomásuno, Revista Siempre; Conductor del programa de televisión Problemas y Realizaciones de México en Canal Once y comentarista de Radio.


Jaguar en el Zoomat, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Foto Archivo

Hace 25 Años Murió el Creador del ZOOMAT. La obra de don Miguel Álvarez del Toro y de sus colaboradores es producto de la convicción plena de que el servicio a los demás, a la patria y a la humanidad, puede y habrá de realizarse siempre a pesar de todas las adversidades.

 Mucha gente de todas las edades de México y de numerosas naciones que han visitado, disfrutado y recomendado el extraordinario zoológico de Chiapas, establecido cerca de Tuxtla, en el bosque selvático de El Zapotal, está triste, como yo, de luto, por la muerte de Miguel Álvarez del Toro, el hombre ejemplarmente tenaz que creó esa monumental obra viva, de esparcimiento y de conservación, investigación y difusión del conocimiento del patrimonio animal y vegetal de Chiapas, única en nuestro país y quizá sin parangón en el mundo.

Creo que si conocieran su trabajo –una muestra del cual es precisamente el Zoológico Miguel Álvarez del Toro (ZOOMAT), como con justicia se le ha denominado– todos los mexicanos también sentirían pena y querrían honrar su memoria.

Me atrevo a pensar, con el debido respeto, la admiración y el afecto que le tengo a muchos valiosos y esforzados chiapanecos, que Don Miguel es el hombre que más decidida, definida, ininterrumpida, intensa, éticamente y durante más tiempo ha trabajado por Chiapas.

Lo hizo con plena sencillez y dignidad a lo largo de 54 años, desde 1942 cuando llegó, a los 25 años de edad –luego de laborar tres años en el Museo de la Flora y de la Fauna de la Ciudad de México– de su natal Colima, donde, niño aún inició jugando su trabajo de estudio y defensa de la naturaleza.

Eligió a Chiapas –tierra que contiene todos los climas del país– por su gran biodiversidad, aproximadamente la mitad de la  del país, el que  a su vez se cuenta entre los más dotados del mundo, y a partir de entonces le entregó su amor activo, comprometido, incondicional, producto y testimonio del cual son también sus siete u ocho libros –varios más de los que es coautor, así como veintenas de sus artículos incluidos en publicaciones científicas internacionales de primer orden–, particularmente el titulado “Así era Chiapas”.

Este libro de lectura apasionante es un relato del trabajo cotidiano y paciente de un hombre excepcional para conocer, estudiar, desentrañar y describir las características de la naturaleza, los climas, la flora y, particularmente, la fauna –los hábitats de las distintas especies– de Chiapas.

También, “Así era Chiapas” es testimonio vívido de viajes a lugares remotos y aislados, de selvas y bosques, ríos y lagos, estuarios y pantanos, sierras y abismos, realizados durante varias décadas con el propósito de colectar ejemplares para el estudio y la difusión educativa de la fauna de Chiapas.

Así, con denuedo, al mismo tiempo que promovía la creación de una cultura de respeto y conservación de la naturaleza, reunió majestuosos jaguares, águilas arpías (las de mayor tamaño del mundo), impresionantes cocodrilos de hasta cinco metros, manatíes –cuyas hembras, que por sus mamas, inspiraron el mito de las sirenas–, quetzales –la más bella ave del continente, símbolo de fertilidad–, simpáticos monos arañas y saraguatos, dantas –equino de hasta 400 kilos–, jabalíes y venados, coloridas guacamayas y loros en gran variedad, tucanes, hocofaisanes y pavones –ave unicornia de singular presencia y hábitat– jabirúes y helodermas –único escorpión venenoso–, boas y serpientes de innumerable variedad, tortugas, iguanas, tepezcuintles de carne suculenta, nutrias de la más tersa piel, zenzos y coyotes, pumas y ocelotes.

Leyendo “Así era Chiapas” podemos valorar la magnitud de los recursos naturales, que  en forma irracional y acelerada, han estado siendo destruidos, sobre todo en los últimos 30 (hoy entre 50 y 60) años. Todo ello a pesar de las advertencias que Miguel Álvarez del Toro siempre hizo, de sus recomendaciones para preservar y, en su caso, dar uso sustentable y controlado a suelos, bosques, selvas.

Sin embargo, en este aspecto también logró mucho. Identificó numerosos nichos intocados y recomendó y obtuvo que fueran declarados áreas naturales protegidas, como: El Triunfo, bosque de niebla sobre la Sierra Madre de Chiapas, arriba de Pijijiapan, Mapastepec y Escuintla, en la cuenca del Pacífico, y de Angel Albino Corzo, en la cuenca del Río Grande o Grijalva.

El Ocote –selva noroccidental, contigua a Ocozocoautla–, Montes Azules –en la Selva Lacandona– y La Encrucijada –en el sistema lagunario y estuarino del Soconusco, región esta que ha sido reducida por la burocracia política, pero que históricamente abarcó toda la costa de Chiapas–, son algunos ejemplos. Para realizar esas muchas tareas por tanto tiempo, se requería un espíritu audaz y abnegado, no cabe duda, pero lo que también siempre distinguió a Miguel Álvarez del Toro fue su discreción, sencillez y modestia. Con la virtud de que su trabajo siempre lo hizo a la vista y junto a la gente.

Tecolote en el Zoomat, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Foto Archivo

Su obra ha sido valorada por propios y extraños y se proyecta en varias direcciones, más allá del ZOOMAT, el cual es también un área de convergencia y comunión de todas las clases sociales, donde mujeres y hombres, viejos y niños, maduros y jóvenes nutren, elevan su espíritu e identidad.

Y no es el ZOOMAT, únicamente, un zoológico ni la sola selva natural en que se asienta y se cobija, sino un santuario de reencuentro con la naturaleza, de estímulo y educación interactiva, de reflexión y toma de conciencia de lo valiosos que somos los hombres, los animales y los árboles; los suelos, el agua y el aire, así como del peligro en que estamos de que la naturaleza toda que constituimos sea definitivamente destruida por el único animal capaz de hacerlo, por el mayor depredador: el hombre.

 En el ZOOMAT habitan, en condiciones similares a su hábitat original, 8,500 especies de plantas, 650 de aves, 184 de mamíferos y 280 de reptiles, entre otras; en 30 de una reserva de 100 hectáreas de la selva conocida como El Zapotal, en la que también hay arroyos y lagunas con población piscícola.

El trabajo de Miguel Álvarez del Toro, considerado uno de los pioneros de la ecología mundial, siempre fue elogiado pero también mal pagado, poco respetado y mal provisto de instalaciones, herramientas y demás recursos, incluso los indispensables, por burócratas inconscientes o necios y hasta por gobernadores que, en el extravío del buen juicio que suele devenir del acceso al poder, suponen que sólo por este hecho son habilitados además con mejores conocimientos que los que acumulan los especialistas honestos.

Basta referir, anécdota simple pero dramática, que en el Museo de Historia Natural, antecedente del ZOOMAT, ya con años de creado y con un acervo considerable de diversos animales disecados, don Miguel era exigido bondadosamente por la población para que obtuviera un jaguar, el deificado, mayor y más bello de los felinos americanos.

Miguel Álvarez del Toro había estado cerca, incluso asediado y en peligro de ser  atacado y muerto por jaguares, tanto en La Lacandona como en El Ocote, sin poder defenderse ni haber cazado uno porque no se le había dotado de un arma adecuada. Por eso, una noche en el Hueyate –zona de pantanos y manglares con la mayor población de jaguares, situada entre el mar y la cafetalera y cañera ciudad de Huixtla–, cuando un hermoso ejemplar del felino saltaba para bajarlo del tapesco de observación –improvisado entre las ramas de un arboil– en que trabajaba, don Miguel se vió en la penosa necesidad de defender su vida y cobró así esa pieza de lujo para su museo, con un sólo, preciso, milagroso tiro de un pequeño rifle ¡Calibre 22!

De formación autodidacta –condición que permite apreciar mejor su gran vocación y la magnitud de su tarea–, Miguel Alvares del Toro mereció reconocimiento internacional como científico, zoólogo, naturalista y conservacionista. También fue gran taxidermista y artista plástico formidable. Otros de sus libros, Las Aves de Chiapas, por ejemplo, que muestra su condición de genio y artista plástico, tiene también el mérito de las magníficas pinturas con que reprodujo esa multitud de especies. Y no se diga de los extraordinarios murales y dioramas en los que recreó, ayudado por Cesar Domínguez Flores, su gran colaborador y amigo, y por sus hijas Hebe y Rebeca, con fidelidad visual increíble, en tercera dimensión, la flora, la fauna –con animales disecados que parecían vivos y en movimiento¬– la luz, el ambiente todo de los diferentes ecosistemas del Estado. Especialistas internacionales los calificaron como excepcionales.

Desgraciadamente estas obras se perdieron cuando el Museo de Historia Natural y el ZOOMAT se trasladaron a El Zapotal, y sus anteriores instalaciones en el Parque Madero fueron destruidas. Más dolorosa fue una segunda pérdida, porque realizadas nuevamente las obras en el nuevo edificio para el Museo, en el Zapotal, sólo un año más tarde toda su estructura sufrió severos asentamientos y grandes cuarteaduras.

A pesar de todo, apenas el reciente sábado 8 de junio de este 1996 –cuando tuvo la gentileza de recibirme en su casa de El Zapotal y platicar largamente conmigo, aún convaleciente de las varias cirugías que le hicieron desde diciembre– después de que yo le recordara de la primera gestación y nacimiento de la danta en cautiverio que había logrado allá por 1972, y de que le expresara la imborrable admiración que guardaba por los dioramas del Parque Madero, me dijo ante Hebe que pensaba producirlos nuevamente, ahora con paneles no integrados a las paredes, de forma que no se afectaran en caso de que el edificio volviera a fracturarse.

Pero ya no tuvo tiempo, un síncope cegó su vida en un instante, a las 21 horas del viernes 2 de agosto, mientras platicaba con su médico que acababa de tomarle un electrocardiograma, el que paradójicamente  no había registrado anormalidad. Durante 57 años, 54 de ellos en Chiapas, Don Miguel recibió la comprensión, muchas veces el apoyo de hombres y mujeres nobles, conscientes del valor y el peligro fatal que se cierne sobre la naturaleza. Pero generalmente sufrió vicisitudes, contra las cuales tuvo que luchar y dedicar gran parte de sus energías y de su tiempo.

Vicisitudes ocasionadas por la falta de un sistema de administración pública idóneo y eficaz en el que no tenga cabida el burocratismo que complica en lugar de facilitar; empleados y funcionarios que cifran su importancia no en servir sino en poner obstáculos al trabajo de los demás; ni el entorpecimiento de suministros y hasta cancelación de tareas y programas por simples cambios de gobernantes.

A lo largo de “Así era Chiapas” –libro editado en 1985 y reeditado en 1990– particularmente en las páginas finales –en el capítulo Los Gobiernos y el Instituto de Historia Natural, entidad que dirigía e incluye al zoológico y al museo– en el epílogo, don Miguel se revela también como un analista de la sociedad, de la administración pública, de la política local, y muestra con nobleza y valor civil, con datos y nombres, las virtudes de los buenos y los defectos de los malos servidores públicos, las aberraciones que cometen por omisión o por el uso del poder sin respeto a la opinión de los que saben, así como por las obras que construyen sin respetar las necesidades de quienes han de usarlas, además de todo lo que se hace o se administra con vicio, de manera incompleta, inoportuna o fraudulentamente.

La obra de Miguel Álvarez del Toro y de sus colaboradores es producto de la convicción plena de que el servicio a los demás, a la patria y a la humanidad, puede y habrá de realizarse siempre a pesar de todas las adversidades.

Entre las muchas distinciones que recibió Miguel Álvarez del Toro, la Universidad Nacional Autónoma de México creó y dio su nombre a un laboratorio de Fauna Silvestre, y el Fondo Mundial para la Naturaleza le otorgó el Premio Paul Getty, que en ecología corresponde al Nobel.

Pero no tengo duda de que él apreciaría más –este podría ser el mejor homenaje que se rindiera a su memoria– que en los municipios de Chiapas  se crearan áreas protegidas o parques de conservación, esparcimiento y difusión de su patrimonio biológico, a la manera del ZOOMAT, los cuales, en prácticamente todas las poblaciones, seria quizá el único, pero apetecido por todos, centro público de recreación al aire libre y entre la naturaleza  –como en Tapachula, ahora que se ha cometido ecocidio con sus ríos Coatán y Texcuyuapan, así como en sus playas de Puerto Madero.

Y uno de esos parques ecológicos, con voluntad gubernamental y ciudadana, se podría establecer en los antiguos terrenos de la Feria Internacional de Tapachula, terrenos de unas diez hectáreas que el gobernador Sabines II, de manera arbitraria, ilegal, dispuso quitárselos para entregarlos –en “sociedad anónima”, dice la gente– al consorcio de tiendas Soriana. Esos terrenos, como la propia Feria Internacional de Tapachula –aunque quienes buscaron cosechar a río revuelto digan lo contrario– son parte del patrimonio social de Tapachula y de los tapachultecos,  y desde el despojo y destrucción de las instalaciones de la Feria, están ociosos y en conflicto por su posesión, frente a la UNACH y al costado sur de la Plaza Crystal.

* Trabajo escrito a su muerte y publicado en la Revista del Instituto de Historia Natural, BARUM**, «edición dedicada a la memoria de don Miguel Alvarez del Toro».

 **Barum: Jaguar, en lengua Maya-Lacandón

Revista Escribas