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Roberto Baltazar Márquez

Realizó estudios de posgrados en: Esp. Políticas Públicas y Equidad de Género, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Planeación y Operación del Desarrollo Municipal y Regional: Metodología y Herramientas, Instituto Nacional de Administración Pública, A.C. El Enfoque Territorial del Desarrollo Regional, ONU (FAO-FODEPAL)


Lejos parecen los tiempos que la gente del Valle de México reclamaba que su candidato a la gubernatura del Estado de México proviniera de alguno de sus 59 municipios, pero no, apenas data de 2011 cuando, ilusos, creyeron que con Eruviel Ávila vendría tiempos mejores para el Valle tan castigado políticamente. Eruviel, se plegó rápidamente al poder central de Toluca y se convirtió en el peor gobernador del que tenga registro la generación actual, entre muchas cosas, porque se olvidó del Valle.

Las dos candidatas son ahora de esa vasta zona: una de Cuautitlán Izcalli y la otra de Texcoco, pero la agenda metropolitana, menos ahora que nunca, fue factor para definir esos abanderamientos. Que sean precisamente ellas las candidatas, únicamente tiene que ver con la obediencia garantizada que demuestran, ahora y mañana, a los poderes reales que las llevaron a ese sitial: el de Toluca y el del presidente de la República.

Pobres de los electores del Estado de México que se encuentran ante tales vacíos. Acuden a una elección que está hueca de contenidos desde los prolegómenos electorales, como lo es la definición de quienes habrán de contender para ser candidatas. Para elegirlas a ellas, ninguno de los militantes o simpatizantes de Morena, PRI y PAN, realmente fueron tomados en cuenta. Fue un asunto de cúpulas en el que no es de extrañar que en Morena no haya un mínimo de inconformidad ante la decisión de elegir a una candidata tan mala, como, «off the record», lo reconocen ellos mismos. No es difícil entender esa postura porque ellos están más que acostumbrados a obedecer ciegamente las decisiones de López Obrador.

En el PRI, las cosas no fueron muy diferentes. Se dice que Ana Lilia Herrera venía construyendo una candidatura que no era vista con malos ojos por los priístas del Valle de México; comentan que se crearon grupos de apoyo para darle forma a los trabajos de proselitismo a su favor; concluyen diciendo que los dejaron creer que ella era la «buena», mientras que Alejandra del Moral era la candidata para negociar la salida airosa para impedir la confrontación de Alfredo del Mazo con AMLO y propiciar que le den una embajada o algo así, no porque la necesite, sino para impedir que lo metan a la cárcel, dado el carácter revanchista que el presidente ha mostrado con otros mandatarios estatales que dejan el cargo. No es una hipótesis descabellada.

Recordemos, además, que no es la primera vez que ocurre que pongan al candidato menos popular en el PRI del Estado de México, ya sucedió cuando Enrique Peña fue impuesto por Arturo Montiel en contra del candidato de la militancia priísta: Isidro Pastor. Sin duda que la hipótesis planteada por algunos militantes priístas sólo es posible comprobarla en los hechos, lo que ocurrirá observando el nivel de compromiso que asuma para ganar Alejandra del Moral. Por cierto, Ana Lilia Herrera rápidamente fue disciplinada y se ignoran las artes y artilugios que se utilizaron para someterla.

En nada se abona a la democracia cuando en la determinación de los candidatos ni siquiera participan los militantes, quienes se conforman con el triste papel de seguir convalidando las decisiones del poder verdadero. Las viejas prácticas de la cultura política priísta permanecen como mecanismo de operación política de ese propio instituto político y también de Morena, que sigue funcionando como un placebo eficaz.

La precampaña de ambas candidatas, que en realidad es una campaña con toda la barba, perfila los estilos personales de cada una, con una muy escasa capacidad de transmitir ideas, propuestas o emociones. El manejo de multitudes en escenarios abiertos y la efectiva comunicación masiva, no son atributos de ninguna de ellas. Se escuchan faltas de contenido y esa mediocridad se transmite al público oyente que por más que quiera, no puede responder con la euforia que provoca un buen orador o quien sabe moverse con inteligencia en el escenario.

Para redondear el desafortunado momento que pasan los electores del Estado de México, el mensaje político de ambas es de poca monta debido a, en parte, que no tienen un conocimiento amplio de los asuntos de Estado, de las necesidades de la sociedad mexiquense, del desarrollo económico, el combate a la pobreza y la generación de riqueza, es decir, de los grandes problemas nacionales. No saben que la gestión pública puede ser una efectiva forma de impulsar políticas para generar los satisfactores de las necesidades sociales y, si lo saben, no han mostrado la capacidad de transmitirlo. Su limitada visión de la cosa pública no las lleva más allá de ofrecer lo mismo que todos los gobiernos del siglo XXI: gasto asistencial.

Están lejos de decirnos cómo se puede generar crecimiento económico, cómo el gobierno mexiquense puede ser promotor del empleo, la industria, el mercado interno, el desarrollo regional, las conexiones con el comercio internacional, en fin, cómo se llegará a la creación de riqueza y cuáles serán los mecanismos para que su distribución impida que se sigan ampliando los niveles de desigualdad y que haga menos injusta a la sociedad. No nos dicen que el tener un programa de desarrollo real, es la única forma de combatir con posibilidades de éxito a la delincuencia y se conforman con el discurso barato de la coordinación entre los ámbitos de gobierno. En el PRI el discurso es mantenerse igual que antes, como si el mundo no cambiará todos los días, en tanto que en Morena el discurso versa sobre el cambio de un grupo político nefasto por otro igual de inescrupuloso, algo así como un revanchismo programático.

Las encuestas señalan a Delfina Gómez como puntera en la contienda, lo que no significa, necesariamente, que será la ganadora de la elección. El triunfo de ella o de Alejandra del Moral dependerá de varios elementos en los que las candidatas no tienen el manejo principal.

El primero de ellos tiene que ver con la imagen que transmiten misma de las candidatas, en el que hay poca tela de donde cortar. Veremos lo que quieran decirnos de ellas con la transmisión avasallantes de rostros, sonrisas y gestos de afirmación en los medios tradicionales de comunicación y las redes sociales.

El segundo es el que tiene que ver con la operación política, es decir, con la capacidad organizativa de sus estructuras políticas reales, en donde el PRI tiene una ventaja significativa porque es el único partido que tiene una estructura universal que ciertamente ha venido a menos, pero que sigue teniendo presencia en cada una de las 6575 (IEEM) secciones electorales. Esta condición para el triunfo pasa necesariamente por la capacidad de cada partido de transformar esa organización en movilización real, es decir, que la organización territorial impacte en los conglomerados afines que no son tan activos políticamente, por lo que la ventaja inicial del PRI se va diluyendo.

Un elemento que puede confundirse con el anterior, pero es diferente en los hechos, es la capacidad de manipulación que cada partido tenga sobre la base social de los programas de gobierno: transformar en votos los programas sociales, en el que, numéricamente, Morena tiene una ventaja definitiva que se puede perder, dada la propensión a la flojera con la que operan sus militantes y empleados de gobierno. Se trata en realidad de poner en operación a las estructuras de gobierno en aras de su candidata. Morena cuenta con los servidores de la nación y el PRI con lo que otrora se denominaba «regionalización». Aquí radica una porción importante del triunfo, que tampoco debe sobrestimarse.

Existen muchos elementos más para influir en los electores: las mañaneras, los escándalos políticos, el crimen organizado. Lo que está a la vista es que las candidatas no son el factor más importante para ganar, aunque Morena y su candidata sí tienen una debilidad que las puede hacerlos perder: el uso que la alianza haga del escándalo del diezmo en perjuicio de los trabajadores del ayuntamiento de Texcoco.

La suerte no está echada en el Estado de México y muchas cosas van a ocurrir de aquí a la elección, pero si es una pena que ninguna de las candidatas tenga el empaque suficiente para dirigir al estado más poblado y, seguramente, el más conflictivo y que puedan convertirse en un caso más de «juanitas». Pobres electores del Estado de México, como que se merecen algo mejor.

Revista Escribas