Seleccionar página

Patricia Fonseca. Foto de la autora.

Patricia Fonseca, es una escritora originaria de Villaflores Licenciada en Administración de Empresas con Especialidad en Administración Pública. Cursó un Diplomado en Actualización Profesional en Creación Literaria. Es autora de la novela “Negra como la Noche”, (que en este año va en la 3ª. Edición); De los libros infantiles: “La Jirafa” y “De Mascotas y juegos electrónicos”, cuyos textos son propicios para incitar a los niños a la lectura de

Negra como la noche

manera lúdica; “La Playa un pizarrón gigante” y “El mundo que habita bajo la cama”. Es creadora del proyecto Letras Andarinas que consiste en pasadores para libros, con ilustraciones y frases de la propia autora. Es fundadora de los grupos Viajeros en el Arte y promotora de la campaña de libros “Sembrando letras”.

Fue antalogada en la I Antología de Narrativa chiapaneca contemporánea la Voz en Tinta, en la Antología de la Asociación de Escritores de Tapachula A.C. En Memoria en blanco de la colección Biblioteca Chiapas -Serie las Alas del sueño- y en la Antología de poesía y narrativa Punto de Fuga.

Libro infantil «La Jirafa» de Patricia Fonseca. Foto de la autora

De su novela, “Negra como la Noche”, Patricia Fonseca declaró en una entrevista que tuvo la idea de esta obra cuando tenía 13 años de edad, pero no fue sino hasta los 22 cuando comenzó a escribirla y que llevaba años esperando poder sacarlo al mercado. La novela retrata el embarazo en los adolescentes, el machismo latente en la región, la violencia intrafamiliar, entre otros males que aquejan a la sociedad. La autora concibe su libro como una crítica social que en ocasiones llega tener cierto humor dentro de su relato, su intención es hacer que el lector empiece a captar esa idiosincrasia, esa educación —no la que se da en las instituciones educativas sino la que se transmite de generación en generación— en donde entra la violencia en contra de la mujer que los niños llegan a pensar que es algo normal, esa doble moral, las conveniencias, la falta de visión, la abnegación, el problema social del alcoholismo, el embarazo en la adolescencia y ese conformismo de algunas mujeres que tienen miedo al cambio, que aceptan el sufrimiento como si no hubiese alguna manera de evitarlo.

Para la construcción del discurso de “Negra como la noche” Patricia Fonseca realizó una ardua investigación conviviendo con muchas mujeres de todos los estratos sociales para aclarar la hipótesis que ella tenía.

La novela transcurre en una comunidad que se llama San Juan Chicharras, que nos muestra que Chiapas es un estado rico, con gente pobre. Un estado rico en vegetación, hermoso, con lugares naturales, pero carente de infraestructura en muchas comunidades y donde las mujeres aún sufren vejaciones con un sufrimiento callado, conformista y sin cuestionar aquel machismo, debido a que la violencia equivale ya a un acto normalizado. La autora señala que la comunidad de San Juan Chicharras “bien puede ser cualquier comunidad, una ciudad o lo que sucede en nuestro entorno inmediato porque describo esa doble moralidad con la que nos educan, y esto no es través de la educación común, la que se realiza en las instituciones educativas, sino que es a través del ejemplo que se transmite de generación en generación”, en la novela se retrata el papel de la mujer, que por el hecho de serlo le niegan lo que debería ser su derecho, como lo es estudiar, a casarse o no, o a tener hijos si lo desea. “Estas actitudes que nos envuelven, los actos que aceptamos sin cuestionar por qué hacemos lo qué hacemos”.

Enseguida, los cinco primeros capítulos de “Negra como la noche”:

Villaflores, Chiapas. Foto. VFM

Capítulo primero

El crujir de las hojas secas atemoriza a Juana; espera unos segundos a la sombra del árbol de limón y respira tranquila al escuchar los ronquidos de Jacinto a través de la ventana. Con cuidado sujeta la bolsa de lona que contiene algo de ropa y dos de sus libros favoritos, se acerca a la calle y destraba la tranca que le impide el paso.

Es de madrugada, las vacas y las gallinas descansan en el corral. El perro se acerca y ella lo ahuyenta. Intenta ir de prisa, pero las zanjas, las piedras y el lodo se lo impiden; apenas logra distinguirlos gracias a la luz de la luna. Los perros del patio vecino ladran embravecidos. Juana quiere correr; pero una sombra detrás de los arbustos la detiene bruscamente, siente como si una descarga eléctrica le recorriera la columna vertebral. Voltea a izquierda y derecha, busca con qué defenderse, pero no se le ocurre qué cosa puede ayudarla. Esa situación la sorprende; mira hacia atrás en busca de otra vía, pero allí sólo percibe el rumor del río y recuerda las historias de aparecidos. A lo lejos se escucha el canto de los gallos, corre para alejarse. Se detiene junto a un árbol para recuperar fuerzas y observa las rocas y piedras, agarra las piedras más grandes y, sosteniéndolas, levanta las manos y regresa al lugar donde vio la sombra y dice en voz alta:

–¡Aunque seas el mismito diablo, yo paso!

Corre, y en un abrir y cerrar de ojos llega a la carretera polvorienta y solitaria. Se detiene para recuperarse y, temerosa, observa el lugar para comprobar que realmente está sola y no hay alguien que la persiga. Busca un lugar donde sentarse y su mirada y sus pensamientos se pierden en la llanura; infinitas lágrimas fluyen por el rostro.

Parque central de Villaflores. Foto VFM

Capitulo segundo

Cuando Roberto llega a San Juan Chicharras y baja del camión, no puede evitar llevarse las manos a la nariz. Hace una mueca de desencanto, un hedor insoportable lo asquea y observa el agua estancada dentro de las zanjas en ambos lados de la calle.

Se dirige a la iglesia, a lo lejos se ven las montañas una tras otra, en una interminable hilera verde… le parece que en cualquier momento se comerán al pueblo. Camina entre calles sin pavimentar. Los perros ladran en vanos intentos por alejarlo. La neblina, como densa capa blancuzca, se posa en las paredes, en los árboles y también en sus huesos. Un escalofrío le recorre el cuerpo y le tiembla la barbilla; en un intento por calentarse, mete la mano hasta el fondo de su chamarra, mientras la otra, a la intemperie, la siente helada y rígida al jalar la correa de la maleta.

Mira a hombres y niños cargando leña con mecapal. Las mujeres que muelen maíz, les dan de comer a las gallinas, barren, tienden la ropa, y hombres montados a caballo pasan a su lado, lo saludan con una leve reverencia, inclinan la cabeza y se retiran el sombrero.

La iglesia sobresale de las casas vecinas por su construcción hecha de ladrillo y su campanario en lo alto. Contrasta con las casas de adobe y tejas de barro. La casa que busca se encuentra justo detrás; es la única con loza de concreto y un portón de metal. Al pasar por el parque, observa con cierta tristeza que los columpios donde deben jugar los niños están retorcidos; el sube y baja y la resbaladilla se encuentran despintados. Llama su atención el suelo árido, con piedras por doquier, hierbajos sobresalen debajo de éstas.

Al llegar a la casa lo recibe una señora de aspecto ceñudo que le dice:

–Máistro, desde a quióra lo estábamo esperando.

–Disculpe, el camión salió tarde. ¿Dónde puedo colocar mi maleta?

–Ah mire asté, estas son las llaves del portón pa’ que pueda entrá y salí –señalando al patio dijo–. Ahí le acomodamo como pudimo.

Camina por un corredor cubierto de macetas de diversas flores: geranios, margaritas, rosas, tulipanes y plantas de helechos; en la pared reposa una jaula con un pájaro, en el piso sacos de maíz y sobre éstos un gato dormita disfrutando su siesta. Al fondo se distingue una choza de adobe con una puerta de madera que resalta en medio de esa pared sin ventanas, las tejas le dan un aire pintoresco. Entra al cuarto y encuentra una mesa pequeña, un catre, una silla y un lazo atado de extremo a extremo de la pared y ganchos para la ropa.

–Al menos pensaron en que no puedo dejar mi ropa tirada –murmura–.

De repente, una sensación en el estómago lo obliga a buscar el baño. Atraviesa el corral de las gallinas, el perro amarrado a un árbol de guayaba le gruñe, a lo lejos divisa a unos cerdos. El baño parece una casita hecha de palos forrados con plástico negro. Al entrar abre los ojos espantado:

–¡Puta madre, qué es esto! –al ver un hoyo en el suelo y, sobre éste, una especie de silla sin respaldo. Al salir, siente náuseas al observar que los cerdos pelean lo que él acaba de defecar, el contenedor del sanitario va a parar a las zanjas.

Calles de Villaflores. Foto VFM

Capítulo Tercero

     Es la hora del recreo, algunos muchachos juegan fútbol, otros comen bajo la sombra de los árboles y Juana reta a dos de sus amigas para ver quién come más chiles, son del tamaño de un arroz, agarran un puño, lo meten a la boca. Juana hace lo mismo, mientras sus amigas se atragantan poniéndose rojas y suplican agua, ella ríe como loca, su secreto: tragárselos enteros. Se dobla de la risa cuando se percata de que alguien la observa, es Roberto; él le sonríe y ella sonrojada agacha la cabeza. Al poco rato lo distingue en clases, es el maestro recién llegado de la capital que cubre a la maestra Mercedes con un interinato. Al pase de lista un retortijón le revuelve el estómago cuando él menciona su nombre.

Ese día le da de comer a las gallinas y a los puercos, riega las plantas, llena el canasto de pan para salir a venderlo y no espera a que su madre se lo ordene. Por la noche y a solas en el cuarto, juguetea en su cuaderno y escribe de diversas formas el nombre de Roberto, al revés, de manera vertical, horizontal, separando las letras con puntos suspensivos y después anota J y R, los encierra en un corazón, pero se arrepiente y presurosa lo raya.

Cada vez que tiene oportunidad simula que no entiende la lección, se acerca al escritorio y lo invade con preguntas. Mientras Roberto revisa el cuaderno, Juana aprovecha para ver a su antojo las pestañas, los labios carnosos y morenos del maestro. Turbada escribe garabatos tratando de disimular el efecto que esa cercanía le produce.

Por eso, fue la primera en levantar la mano cuando él dijo:

⸻Quiero formar una rondalla para que aprendan a cantar y a tocar la guitarra.

⸻¿Quién dice yo?

Con esa actividad, al término de clases nace entre ellos la confianza y surge una amistad disimulada. En las clases él toca la guitarra y les enseña a modular la voz. Juana, a propósito, se sube un poco la falda y cruza las piernas para captar su atención, ríe descaradamente cuando él de una manera reiterada le da el tono de la canción en turno y ella simula que no entiende. Estos momentos rompen la solemnidad, conversan de cosas personales. Roberto conoce más sobre la vida de Juana y de sus padres, tiene dos hermanas que residen en ranchos lejos de la colonia. Cada tarde elabora pan y a veces juguetea con la masa formando mariposas en vez de las figuras cotidianas. La posesión más importante de su casa es el horno de barro, porque aparte de hornear el pan, preparan barbacoa de res y pollo. Cuando el pan está listo, María, su madre, le prepara un canasto para que salga a venderlo. Su padre se dedica a la venta de ganado y a la siembra de maíz y frijol. Por su parte, Juana se entera de que Roberto es de la capital, le gusta jugar futbol y Nintendo, colecciona libros, toca la guitarra y estará en San Juan Chicharras por poco tiempo. Estas conversaciones rompen las barreras de la prudencia y en secreto se tutean.

Ella sonríe cuando él menciona:

⸻Lo más bonito de este lugar, eres tú.

Juana coquetamente le pellizca las mejillas.

Paisajes de Villaflores, Chiapas. Foto VFM

Capítulo Cuarto

     Roberto disimula al contemplar las curvas de Juana, las piernas torneadas, los senos que parecen querer salir de la blusa y un botón los contiene. Es una mujer que despierta su erotismo. Por varios días logra controlarse, pero una tarde en que ella pasa a vender pan, la conduce al cuarto, toma el canasto de mimbre, simula ver las teleras, las conchas, las cemitas, los cuernos, las hojaldras y acercándose la olisquea, le acaricia el cabello y besándole la nariz, susurra:

⸻Me gustas.

Juana tiembla, vibra, los vellos de su piel se erizan y en esa mezcla de miedo y emoción tira el canasto, aprovecha para soltarse, apurada recoge el pan y sale corriendo.

Jadeante y sudorosa regresa a su casa, su madre al verla, exclama:

⸻¡Pero qué puta tenés pué vos! ⸻arrebatándole el canasto le jala el cabello.

⸻Mirálo nomás como trajiste el pan, entierrado, así no sirve.

Juana apenas se defiende:

⸻¡Ay! Un chucho me correteó y me caí.

⸻Pues a ver si te fijás, yo aquí en chinga limpiando, y vos en vez de que te avivés y traigás dinero.

Zafándose del jaloneo, se encierra en su cuarto, las lágrimas se diluyen en una mezcla de coraje y gozo al recordar el aliento de Roberto. La sensación de mil hormiguitas recorre su cuerpo y le ruboriza las mejillas, esa noche no duerme.

Al siguiente día, él le extiende un separador que elaboró con un pedazo de cartón blanco, el cual tiene una mariposa disecada en color amarillo y una dedicatoria:

⸻“La vida es hermosa porque tú estás en ella”.

Juana, sonrojándose, acepta de buen agrado el detalle. A pesar de que el pueblo no le agrada, Roberto organiza eventos para estar cerca de Juana. Entre ellos organizó concursos de lecturas, las cuales los alumnos comentan por la tarde una vez a la semana. Tienen que saber de qué poema se trata y el que logra contestar gana puntos para su clase.

Debido a las insistencias de él y a esa curiosidad de ella por conocer lo que es tener a un hombre cerca, se convence de ir a su cuarto al término de clases. Lo encuentra sentado en la piedra cerca del portón como le dijo. Él simula ver el pan y la invita a pasar; caminan entre los árboles, ella intenta hablar, pero Roberto hace señas para que guarde silencio. Apenas entran, los besos suaves y los susurros de amor invaden la estancia. Juana absorbe ese aroma a lima-limón, ese sabor a canela de su boca. Ella lo aprieta cuando él también la estruja a través de la ropa, prolonga ese momento y están mucho rato abrazados, mientras afuera un fuerte viento; azota las puertas y levanta una polvareda intensa. Algunos corren a encerrar a los animales, a tapar el pozo y a recoger la ropa tendida para que no se pierda en ese torbellino infernal. En tanto, dentro de ese cuarto, ajenos a las preocupaciones de los demás, ellos disfrutan de besos suaves y húmedos. Juana husmea el cuarto, repara en los libros, los huele, los palpa y Roberto detrás de ella, la deja curiosear mientras le da besos tiernos en el cuello.

Regresa a su casa como levitando, absorta, repasa cada uno de los momentos que acaba de vivir, se duerme con la vestimenta puesta para seguir oliendo su perfume impregnado.

Después de unos días regresa a ese cuarto sombrío y húmedo donde la dulzura de los besos sube de intensidad, de pasión y después de besos húmedos pasan a los mordiscos, a la necesidad de sentir el fuego de la piel, que se esconde tras la ropa.

⸻Tengo miedo.

⸻Pequeña mariposa, déjate llevar.

Foto. Butterfly on bullets wings. Flics

Más artículos

Revista Escribas