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Sariego Vega

Con estudios en diseño y comunicación visual ha
participado como expositor en el MUMEDI Museo
Mexicano del Diseño y como coordinador en eventos
culturales y educativos en museos nacionales


Guillermo Kahlo – Ruinas de Palenque. Patio posterior del palacio (torre) (1905) Archivo- Mediateca INAH.
Restauración y colorización digital: J. C. De la Cruz

Guillermo Dupaix, Luciano Castañeda, Francois Corroy y Jhon Galindo

 

Entregado el documento de Antonio Del Río en España, Carlos IV decidió proseguir pero con un proyecto más ambicioso. Se comisionó al austriaco Guillermo Dupaix, que tenía —decía Humboldt— instrucción en Italia y ciertos conocimientos sobre historia y arqueología, para hacer tres viajes entre 1805 y 1808 a los principales sitios prehispánicos conocidos, desde Chiapas hasta Papantla (El Tajín), desde Yucatán hasta Oaxaca. El último lugar poblado que visitó fue Ciudad Real, donde Ramón Ordóñez ya en sus últimos años de vida, le obsequió dos antigüedades.

Dupaix, relata: “A pocos días después de mi entrada en esta ciudad, procuré indagar según costumbre de alguna persona de capacidad, las particularidades que podrían existir del tiempo antiguo respectivamente á mi comisión. Solo me citaron á un sujeto, el único acaso que me podría dar luces, como efectivamente fué así. El tal sujeto se llama don Ramón de Ordóñez, provisor de esta santa iglesia y amante de las antigüedades”.

De regreso a la ciudad de México, el austriaco entregó su informe. Luciano Castañeda, dibujante de Dupaix, seguiría una prolífica vida como dibujante, inclusive alcanzó a recibir clases en julio de 1830 del entonces incipiente anticuario pintor Frédéric Waldeck quien después participó en la convocatoria de la Société de Géographie (Sociedad Geográfica) de París y antes en la publicación londinense del informe de Antonio del Río. Castañeda conocería a varios de los exploradores que coincidieron con el propósito de partir hacia la selva chiapaneca.

Estos aventureros dirigiéndose sólo a funcionarios curiosos, cumplieron con dar cuenta de la existencia de las ruinas palencanas sin sospechar las implicaciones historiográficas contraídas. Calderón y Bernasconi nunca entendieron la importancia de contestar cabalmente las Instrucciones, como Estachería y Ordóñez y Aguiar que sí sabían lo que querían: preguntas específicas que creían debían ser contestadas bajo procedimientos específicos. Para cumplir con esta forma, fue como se envió la tercera expedición. Esto con el propósito de seguir un procedimiento que otorgara fiabilidad al conocimiento de lo antiguo, prácticas ligadas a un saber que después se nombraría como prehispánico y que se auxilió con tradiciones de viejo uso, como los cuestionarios de las Relaciones geográficas, y abría un horizonte de posibilidad para formas de trabajo inéditas con respecto a la veracidad de la historia. Esta estrategia historiográfica tuvo un propósito paralelo: sirvió de fundamento para un discurso nacionalista criollo pre-independentista que alimentó las ansias de una separación política de la Corona española y ulteriormente del Imperio mexicano.

Constantine George Rickards – Templo de las Leyes (1909) Archivo- Rickards- The Ruins of Mexico, Volume I. London, 1910.
Restauración y colorización digital: J. C. De la Cruz

En esta dirección, la identidad criolla chiapaneco-guatemalteca fue alentada por el despotismo ilustrado que invadía las colonias americanas. Así, al mismo tiempo que Calderón, Bernasconi, Del Río y Dupaix recorrían los entresijos de la Nueva España, se fundaba en Madrid el Real Gabinete de Historia Natural en 1776 y el Observatorio Astronómico en 1790; en la ciudad de México se creó el Real Jardín Botánico de la ciudad de México en 1788, el primer Gabinete de Historia Natural en 1790 y se diversificaron las Sociedades Económicas de Amigos del País. En Centroamérica también se instituyó un Gabinete de Historia Natural en 1796 y Ramón Ordóñez y Aguiar, aparte de ser consejero de José de Estachería, fue promotor de un círculo de «notables vecinos de culto merecimiento» que se reunía para comentar tanto de temas políticos como de los descubrimientos de Palenque. Como resultado de su afición, el párroco primero esbozó una «Memoria relativa a las ruinas de la ciudad descubierta en las inmediaciones del pueblo de Palenque de la provincia de los Tzendales del Obispado de Chiapas», manuscrito que encontró su destino en el Museo Nacional y posteriormente pasó a la biblioteca del viajero americanista Charles Etienne Brasseur de Bourbourg, pero éste era solo la antesala de una obra más grande que con el  transcurrir de los años terminó siendo un voluminoso libro que llamó “Historia de la creación del cielo y de la tierra conforme al sistema de la gentilidad americana que trata sobre el linaje de ‘los culebras’, del diluvio universal, del origen de los indios a partir de su salida de Caldea y su tránsito por el océano hasta llegar al seno mexicano”; donde describe el principio de su imperio y fundación de la ciudad de Palenque, la destrucción de la ‘primera corte’ que aquí reinó y las creencias gentiles de los ‘votánidas’.

Ordóñez insistió en la antigua existencia de un sacerdote blanco, barbado y cristiano llamado Votán, que llegó por vía marítima y fundó Nachán (Palenque) después de haber recorrido España, Roma y Jerusalén, consideró a Votán fundador de la primera ciudad del México antiguo, pueblo que después se había dispersado por todo el continente americano hacia Uxmal, Xochicalco, Teotihuacán y demás. El chiapaneco llegó a esta conclusión después de leer varios documentos indígenas, entre ellos el Popol Vuh. Su libro quedó sólo en manuscrito pero esto no impidió que fuera consultado. El doctor italiano Paul Félix Cabrera, asistente de las tertulias, elaboró un documento titulado Teatro crítico americano que no resultó más que un plagio del citado libro de Ordoñez. Sin embargo, en 1822, un año después de la consumación de la Independencia mexicana y con la incertidumbre de la separación guatemalteca, el documento apócrifo de Cabrera junto con el Informe de Del Río, apareció en Londres y fue adquirido por el impresor Henry Berthoud que los hizo traducir y los publicó con el título de Description of the Ruins of an Ancient City, Discovered Near Palenque, in the Kingdom of Guatemala in Spanish America, from the Original Manuscript Report of Captain Don Antonio del Rio: Followed by Teatro Critico Americano by Doctor Paul Felix Cabrera (Descripción de las Ruinas de una Antigua Ciudad, Descubiertas Cerca de Palenque, en el Reino de Guatemala en Hispanoamérica, del Informe Manuscrito Original del Capitán Don Antonio del Río: Seguido por Teatro Critico Americano por el Doctor Paul Felix Cabrera). Esta publicación sería un punto de encuentro entre las interpretaciones europeas sobre el origen de la civilidad del hombre americano y las hipótesis pro-nacionalistas de los eruditos guatemaltecos y chiapanecos a través de un documento que escondía en su ilegitimidad el producto de años de búsqueda, trabajo y esfuerzo de hombres como Ramón Ordóñez, José de Estachería, Calderón, Bernasconi y Del Río, entre muchos más probables personajes de Guatemala y Ciudad Real.

Así llegó el informe a manos de la Société de Géographie en 1825. Ahí, en sesión del 11 de noviembre de ese año, se acordó traducirlo al francés y emitir una convocatoria con un premio de una medalla de oro y 2400 francos para el mejor trabajo que demostrara la existencia de aquellos vestigios. Los resultados debían ser entregados antes del 1 de enero de 1830 y a pesar de la prontitud, algunos de los extranjeros que radicaban en México de inmediato empezaron los preparativos. Debían seguir unas instrucciones al modo como lo había hecho Bernasconi y del Río, al punto que esta convocatoria al mismo tiempo que partía de avances y resultados novohispanos también pretendía enriquecerlos con las dudas que habían nacido en el consenso de los sabios de la Société de Géographie. Sin embargo, si la indagación del pasado prehispánico en la Nueva España servía para alentar el nacionalismo criollo, en Europa acorde a ambiciones colonialistas y prejuicios de larga antigüedad, se utilizó para animar la idea de inferioridad de la naturaleza americana, en específico, del nativo. Al punto que al mismo tiempo que se exaltaban los logros prehispánicos, se hacía hincapié con diversos matices en la degeneración histórica de los cuerpos americanos.

En el anuncio titulado «Antigüedades americanas», los estudiosos galos exigieron «…una descripción, más completa y más exacta que aquélla que se posee sobre las ruinas de la antigua ciudad de Palenque». Y al igual que en las Instrucciones chiapaneco-guatemaltecas se solicitó «hacer vistas pintorescas de los monumentos con planos, los cortes y los principales detalles de las esculturas». En una nota se aclaró que «Habrá de pretender donde quiera que esté, excavaciones para encontrar el destino de galerías subterráneas practicadas debajo de los edificios, para constatar la existencia de acueductos subterráneos». Un elemento nuevo fue la sospecha —esbozada ya por Antonio del Río— de una conexión histórico-regional del sureste mexicano y se instaba a buscar más «informes que parecen existir sobre estos monumentos y varios otros de Guatemala y Yucatán», pero un punto fundamental fue calcular «la antigüedad» de los sitios que según llegaban hasta «Copan, en el Estado de Honduras; las de la isla Peten, en La Laguna de Itza, sobre los límites de Chiapa, Yucatán, Verapaz.» y no necesariamente debían datar —suponían— de la conquista española sino probablemente de mucho antes.

Por ello, asimismo requirieron «reconocer la analogía que reina entre estos distintos edificios, observando otras obras de una misma procedencia y de un mismo pueblo». Un punto central que les interesó analizar fue el Tablero de la Cruz que según los novohispanos era evidencia de una antigua evangelización de Votán, «se buscarán los bajorrelieves que representen la adoración de una cruz». Pero ya como requisitos numerados, insistieron en: 1) mapas particulares de los distritos donde las ruinas se situaban acompañados de planos topográficos, 2) la altura absoluta de los principales puntos sobre el nivel del mar, y 3) observaciones  sobre el estado físico y las producciones del país. En este tenor, un elemento que acentuaron los franceses fue la búsqueda de testimonios y «tradiciones relativas al antiguo pueblo a quien se asigna la construcción de estos monumentos, con observaciones sobre las costumbres y los hábitos de los indígenas, y los vocabularios de los antiguos idiomas». Más aún, debían especificar lo que los nativos dijeran sobre la «edad de estos edificios, y se examinará, si se prueba bien que las figuras dibujadas con una determinada corrección son previas a la conquista.»

Aunque más generales y menos exhaustivos que las instrucciones novohispanas, los franceses tuvieron el acierto de volver a incitar la visita, excavación, registro del sitio y la hechura de imágenes a través del uso de ordenamientos que disciplinarían las conclusiones de los viajeros. De los participantes efectivos, sólo tres ilustres personajes salieron con rumbo al sureste mexicano: el militar irlandés-centroamericano John Galindo, el médico François Corroy y el artista francoparlante Frédéric Waldeck. Los demás candidatos, el arquitecto alemán Karl Nebel, el explorador francés Henri Baradére, el pintor Johann Moritz Rugendas  y el viajero germano-ucraniano Louis Choris a pesar de mostrar ímpetu, no comenzaron el itinerario.

Claude-Joseph Désiré Charnay – Fachada del Templo de la Cruz (1881).
Restauración y colorización digital: J. C. De la Cruz

Quizá el primero en llegar, atendiendo la convocatoria la Société de Géographie,  fue François Corroy. Aunque en fechas desconocidas visitó asiduamente las ruinas; al respecto, Frédéric Waldeck apuntó en su diario personal el martes 25 de septiembre de 1832: “François Corroy nacido en París en el año 1777, estudió en un colegio hasta la edad de 17 años, se volvió médico cirujano después de estudios franceses pasados en Santo Domingo con el general Lecrerc y después en México donde permanece desde hace 30 años. Vive con su segunda mujer, tiene un hijo de la primera y una hija de la segunda, ambos criados según la moda del país, es decir: beber, comer y dormir. El señor Corroy después de haber ejercido más o menos su profesión en el estado de Tabasco y sido jefe del hospital militar de aquél estado, se metió en la cabeza sin el menor estudio preliminar, volverse anticuario y desde hace 18 años escribe sobre las ruinas de Palenque a las cuales hace hoy su tercer viaje. Todo lo que escribió y recopiló sin juicio ni crítica ninguna, ocupa varios racimos de papel mientras que la corta sustancia de sus ideas se pueden escribir con una sola mano. Su manía es de hacer hablar de él, y para eso hizo insertar en los diarios de Veracruz artículos más o menos insignificantes. Cuando oyó hablar de mi expedición dijo a todo el mundo que estaba seguro ser nombrado uno de los miembros, no podía ser de otra manera dado que era el único anticuario-historiador que podía trabajar sobre las ruinas”.

Este médico había sentido atracción por las antigüedades mexicanas, había visitado Copán entre 1802 y 1803 y otras ruinas en la ribera del río Usumacinta, en un lugar nombrado Los Cerillos, cerca de la frontera entre Tabasco y Chiapas. No tenía intenciones directas de competir por el premio, pero al saber que ninguno de los candidatos ponía pie en la región empezó a decidirse, más aún cuando se enteró que Henri Baradére, residente francés en México, había logrado obtener el informe de la expedición de Guillermo Dupaix y Luciano Castañeda para enviarlos posteriormente a París. Concluyó dar a luz un tratado de dos volúmenes en Nueva York pero para su desgracia la editorial Harper se negó a publicarlos por el elevado costo de las imágenes. Su primera referencia sobre Palenque data de una carta a Jomard fechada el 10 de noviembre de 1831: “El Palacio… se compone de cinco cuerpos de edificio de alrededor de mil pies de circunferencia cada uno, donde se pueden albergar aún diez mil hombres actualmente. / Hay subterráneos de al menos cuatrocientos pies de largo… Todos estos monumentos están en piedra tallada y con una simetría admirable.  Se ven figuras colosales de doce a quince pies de altura esculpidas en piedra… Cuanto a las excavaciones hechas sobre el terreno inmenso… aguardo la respuesta positiva del estado de Las Chiapas y del gobernador superior de México”.

En síntesis, Corroy sostuvo un origen «antediluviano», creyó que tenía una antigüedad del 2600 a.C. y más ambicioso que Calderón, Bernasconi y Del Río, rompió con la idea de Palenque como la primera ciudad civilizada del continente al sostener una colonización tolteca, migrantes que evidentemente habían aparecido mucho antes en el centro de México. Visionario, pensó en términos de mayor profundidad temporal asumiendo un origen que insinuaba como responsables a los nativos. En cierta manera, este médico que se autonombraba «tabasqueño por adopción» distinguió un atisbo de conocimiento que después se nombraría como prehistórico. Progreso que sólo se equipararía al del explorador norteamericano considerado «padre de la arqueología maya», John Lloyd Stephens, cuando propuso que los pueblos prehispánicos no debían sus alcances y orígenes al Viejo Mundo, sino que eran expresiones auténticas y civilizatoriamente diferentes con una antigüedad considerable. No obstante, para infortunio de la arqueología, Corroy murió en 1836 perdiéndose literalmente en el olvido.

El segundo explorador, motivado por la convocatoria de la Sociedad Geográfica francesa, en llegar a Palenque fue el aventurero irlandés nacido en Dublín en 1802, de ascendencia española pero naturalizado guatemalteco, conocido como Juan Galindo. Después de arribar por circunstancias no bien conocidas en 1827 a Centroamérica, ascendió escalones políticos hasta situarse como gobernador del Petén. Envió sus informes a la Literary Gazette de Londres, a la American Antiquarian Society (Sociedad Americana de Anticuarios) de los Estados Unidos, a la Société de Géographie (Sociedad Geográfica) de París y ciertos objetos a la Royal Society (Sociedad Real) de Londres. Aunque no se sabe con exactitud en qué fecha y cuánto tiempo estuvo en las ruinas, tomó medidas, describió estructuras, orientaciones, hizo planos, dibujó relieves, hizo un vocabulario comparativo del maya y el castellano, vio semejanzas entre los indígenas contemporáneos y las imágenes de los edificios, concluyendo que había una conexión histórica y regional —similar a la propuesta por Antonio del Río— en toda la Península de Yucatán y Centroamérica. No dejó dudas sobre su creencia en la superioridad de aquellas ciudades sobre cualquier otra civilización americana. Consideró que los mayas eran la raza más vieja del mundo y que después de una horrible catástrofe habían emigrado, colonizado Asia y fundado las culturas del antiguo continente. No obstante, Galindo quedó rápidamente en el olvido; no publicó ningún libro, sólo artículos en revistas y anuarios fáciles de archivar. Su activa vida política y militar lo absorbió con demasía y le trajo infortunios. En 1835 escribió nuevamente desde Copán a la Société, pero nada más. Sobre el camino y paisaje de Palenque, escribió: “La cadena de montañas sobre la cima de la cual se esparcen estas ruinas, atraviesan el continente de oriente a occidente, desde la fuente de Yalchilan (Yaxchilán), pequeño río tributario de agua del Usumacinta hasta dar al oeste de donde escribo: ella separa políticamente las repúblicas centroamericana y mexicana, y naturalmente los llanos unidos y calurosos de Tabasco, del país asciende al templado Petén que está al sur. De su extremidad occidental, la cadena gira hacia el sur y separa otra vez la provincia centroamericana del Petén del estado mexicano de Chiapas; un fragmento de este último estado penetra enseguida al norte de estas ruinas, y allí se encuentra la villa de Santo Domingo de Palenque  que tiene el honor, entre lo extraño, de dar su nombre a estas ruinas que aquí son conocidas bajo el de «Las Casas de Piedra». Después no se volvió a saber de Galindo.

Revista Escribas