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Óscar Wong1

Veinte personajes participan en esta obra, considerada para niños debido a la sencillez de la historia que se manifiesta: un piloto, extraviado en el desierto del Sahara, se encuentra con El Principito quien, a lo largo de veintisiete capítulos, aborda temas como el amor (representado por la rosa), la amistad (contemplada por el zorro), la vida (el farolero por lo fugaz de su trabajo), la muerte (caracterizada por la mordedura de la serpiente) y, en general, la condición humana.

Sutil, casi evanescente, la trama narrativa va enunciando la aguda visión del mundo del autor francés Antoine de Saint-Exupéry. Revela ese conocimiento que solo tienen los grandes espíritus, los altos iniciados que, en virtud de su sabiduría, se vuelven seres humildes, transparentes en todos los ámbitos.

De manera que «El Principito» (1943), traducido al español en 1951 por Bonifacio del Carril y publicado por Emece Edit., con las ilustraciones del escritor, aborda la naturaleza humana en forma fresca, clara y sencilla, tanto que parece un libro exclusivo para niños.

El también piloto Saint-Exupéry, profundiza en la Palabra de una manera tenue, mágica, delicada. Hay frases, expresiones agudas, contundentes: «He aquí mi secreto: solo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible a los ojos».

Aborda, además, la actual actitud de quienes tienen poder: el rey, un personaje singular, señala que una orden insensata suya puede provocar una revolución. La solicitud del zorro, por ejemplo, se vuelve casi una ordalía al expresar: «domestícame»; aunque revela el valor de la amistad, sustentada en lo cotidiano y en la costumbre a través del afecto, que vincula a la persona que se ama.

Si leemos con ojos incisivos, se advierte que el entorno donde se desarrolla la historia es cruel, terrible. El desierto, per se, corresponde a un sitio inseguro. El páramo, la sequedad, lo contrario a la fértil condición, está presente en la historia. Y la avería del aeroplano, que lleva al Principito a descender en dicho lugar, responde a otro aspecto indispensable en este ritual prácticamente iniciático.

Evocación, memoria: elementos que funcionan de manera correcta para adentrarse al difícil ceremonial de iniciación que de hecho corresponde al núcleo de la trama: el dolor es parte de la existencia y prevalece en todos los órdenes. Por eso el recuerdo de la rosa que se anhela, los diferentes mundos que recorre el personaje principal, el amor explícito, en momentos presentado con sencillez e ingenuidad, todo ello demostrativo de aquella vieja enseñanza pitagórica: «Comienza por lo imposible».

Aunque mi lectura parte de la Estética, esa tercera rama de la Filosofía, combinada con los mitos y elementos alegóricos, emblemáticos -la serpiente como sabiduría, por supuesto, así como la mágica experiencia lingüística que persiste a lo largo del texto-, revelan que «El Principito» simboliza el triunfo de la imaginación y la fantasía sobre la realidad.

Desde esta perspectiva hay que adentrarse a la obra de Saint-Exupéry y recoger sus sagrados frutos: la magia, la poesía que expresa el pensamiento y la sabiduría. Vacuidad y abundancia, sí, como eje alquímico, revelador, develando los misterios para alcanzar la Aletheia, desde luego, y salir del letargo en que el individuo se encuentra. He aquí, desde mi perspectiva particular, la enseñanza de «El Principito».

1Poeta, narrador y ensayista. Becario del INBA-FONAPAS y del Centro Mexicano de Escritores en ensayo. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde y el Certamen Literario Rosario Castellanos en Cuento.

 

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