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Óscar Wong

Poeta, narrador y ensayista. Becario del INBA-FONAPAS y del Centro Mexicano de Escritores en ensayo. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde y el Certamen Literario Rosario Castellanos en Cuento.


NACIÓ EN EL SUR, SU NOMBRE: JUAN BAÑUELOS

Juan Bañuelos
Foto Rogelio Cuéllar

En su momento, Juan Bañuelos participó en “La espiga amotinada” (1960), un grupo de poetas, que postuló una propuesta lírica surgida de una fuente común: la exaltación, la ira y la subversión de los cánones literarios. La poesía, para Bañuelos (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, octubre 6 de 1932-Ciudad de México, 29 de marzo de 2017), responde a las necesidades de la colectividad como principio irreductible. Acaso por lo mismo el título de su primer libro sea un indicador: «Puertas del mundo» (1960).

El mejor Bañuelos es el que canta el sentimiento mismo del hombre, el que observa a la humanidad desde su perspectiva amorosa. Quiero insistir en el aspecto amoroso del autor de «Espejo humeante» (1968), en ocasiones soslayado por la crítica. Bañuelos es, por supuesto, un ser sensible que busca reflejar la realidad a partir de las herramientas que tiene a la mano: su conciencia de hombre y su voz de rapsoda. También es un cronista cuya bitácora lírica va describiendo ritmos y sensaciones, circunstancias y acontecimientos. Las voces de la historia van de la mano de los mitos indígenas. Evocación, deslumbramiento, entonación sacra, incluso en la conciencia colectiva que es su poesía.

Bañuelos, acaso el más íntegro en su expresividad por cuanto ensaya las formas tradicionales, se desborda desde el intimismo erótico-amoroso hasta la solidaridad colectiva. Originario de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, el poeta borda páginas enormes de lirismo, de fuerza telúrica, volcánica: en cada poema se palpa esa madurez vital, característica de su condición –y darse ese afán de “actualizar” su expresividad. Desde «Puertas del mundo» (1960) y ‘Escribo en las paredes» (1965), hasta «Espejo humeante» (1968), Bañuelos ha llevado su experiencia y cultura hacia una expresividad cada vez más depurada -y mesurada (V. su poemario «Destino arbitrario», publicado por Papeles Privados, en 1982.)

La exaltación de su sentimiento (“Quiero aclarar mi voz y encabronarme/después de tanta furia y tanta pena”), la cólera temprana y la angustia por enfrentar su propia realidad, lo llevaron hacia cúpulas imantadas, fiel espejo de su integración a lo natural, al paisaje captado inmisericordemente: “Hay pétalos de aurora que caen al pie del horizonte».

En Bañuelos, insisto, se han dado cita casi todas las formas estructurales adoptadas por la poesía hispana, como lo demuestran los poemas incluidos en sus primeros libros. Esta característica formal, hizo que los compiladores de «Poesía en movimiento» escribieran del autor lo siguiente: “La cólera, la pesadumbre, la certeza de vivir en una época agonizante se vierten en páginas donde la experiencia vivida y cultura heredada logran una síntesis cada vez más exactas y personal”. (Id., op., p. 117).

Juan Bañuelos 1994. Foto Archivo

Sin discrepar del todo de este juicio, considero que en Bañuelos coinciden la iracundia, el rencor del mundo ante los sucesos sociopolíticos y una expresividad tal que no soslaya a la retórica, a las fórmulas de la “cultura heredada”. Como poeta, Bañuelos trae la energía misma de la naturaleza, extraída, claro está, de su propia condición humana; este autor es un hombre identificado con los demás hombres que se duelen de los acontecimientos.

«Escribo en las paredes» es el ejemplo. La desesperación, ante esta circunstancia, lo lleva a renegar de los libros, de la página en blanco; el proceso histórico que vive el poeta lo obliga a renunciar a la retórica. (Estamos en los años 60: el hombre empieza a circunvolar el espacio; la guerra fría comienza a cobrar relieve; persiste el bloqueo económico a Cuba; John F. Kennedy intenta invadir la isla revolucionaria en Bahía de Cochinos; en México diversas huelgas convulsan la vida del país; Adolfo López Mateos se perfila como un estadista internacional, pese al “problema”, con el líder campesino Rubén Jaramillo; Díaz Ordaz asume el poder, luego de las usuales elecciones, aún no estalla el conflicto estudiantil del 68, etc.). Por ende, reniega de los medios de producción literarios a su alcance; Bañuelos, en este mismo orden de cosas, utiliza los muros de las calles para expresar su condición de hombre consciente:

“No sirve ya el papel.

No sirve el llanto

Escribo en las paredes”.

Por supuesto que el autor es de los pocos escritores que sabe que la existencia es cosa seria; asumir esta limitación existencial es primordial para conformar su particular visión del mundo. Juan Bañuelos observa con objetividad lo que acontece, desde su propia perspectiva personal:

 “Largo a largo me estiro, me preparo a vivir

Como si no existiese la muerte (la muerte es

Un gusano de seda que se encierra).

Quiero decir el agua, el universo, el viento

Que no muere dos veces la misma rama, amigos.

Este es un corazón que late. Es cosa seria.

Vivo,

eso sucede:

¡vivo!

Y este grito desata una tormenta”.

Básicamente, «Escribo en las paredes» es una crónica de las cosas diarias, cotidianas, y va desde el paseo noctámbulo citadino, con su correspondiente cúmulo de observaciones naturales y situaciones físicas –como son el movimiento de las ramas por el viento, el llanto de un niño, el dolor de un enfermo, etc.-, hasta la descripción de los hechos sociales. La cólera vibra en cada página, en cada imagen, en cada metáfora que expresa con certeza el proceso social; su correcta observación e interpretación de la realidad (Incorrecta ahora, observada desde la perspectiva que proporciona el tiempo; correcta en su momento, a pesar de su correspondiente dosis de retórica.) está concatenada a su anhelo de vivir; su intención, también, es amorosa; el propio autor lo reconoce cuando escribe:

“Tal vez esta manera de incendiar la amplia sala de cine

Con los harapos de tantos en mis ojos, no sea sino

Sólo una forma como llevo al mundo y el amor que le tengo”

También realiza un virtual recuento del hombre, el resultado es dramático: el individuo hereda en sus cromosomas, y en su memoria colectiva, la violencia, la tensión por sobrevivir, puesto que está, de hecho, “en la entraña del polvo de los bárbaros”. (V. el poema “Prehistoria”, pp. 24-27.) Por otra parte, al utilizar los heptasílabos y la asonancia, sobre todo en “Canción de la piedra” (pp. 29-30). Obsérvese los siguientes versos para corroborar mi aserto: “Es un rincón cualquiera. /Como ruido olvidado. /Estrado en la lluvia/Como una negra arteria. /Yo sé que estoy desnudo/En pie y hombre en la tierra”.)

Bañuelos pretende imitar los romances hispanos; en cambio en el poema “Leopardo insomne” utiliza una estructura similar a las rimas becquerianas: tres versos endecasílabos y un pentasílabo; el segundo asonante con el último, mientras que el primero y el tercero van libres (aunque a veces variantes). La descripción –como tal– es casi estática:

“Quema la tarde y desarrollando cosas

vienen las sombras, y en el plomo abierto

Nace el olvido y en los trajes nacen

Tiempos perdidos”.

En ocasiones también utiliza las formas eminentemente clásicas, como el soneto; en otras, temáticamente hablando, canta al padre muerto: “Redoble bajo una ceiba” (V. pp. 54-63 de la obra que vengo manejando.) constituye el recuerdo, el reconocimiento al padre obrero muerto; no ocurre, como en Sabines, la palabrota, la imprecación, el dolor amargo ante la visión de la muerte y sus consecuencias; es, simplemente, un canto amoroso, dulce, donde las estructuras clásicas se entrelazan para imaginar, en el recuerdo, la figura paterna (sin dolor, pero con resignación).

Por su parte “Huelga de hambre” (Cfr. pp. 64-71.) es otro intento por signar el sufrimiento de la sociedad; el grito esperanzado de múltiples vientres infantiles que aguardan un bocado; un mirarse a él mismo con desagrado y dolor; en este poema, Bañuelos no es Narciso divinizado, sino un cíclope que se engulle a sí mismo; Cronos devorando a sus pequeños, a sus obras, a sus palabras, puesto que:

“Las palabras son hijas de la vida.

Sufren, paren: también tienen sus muertos.

Y en la honda capital de la miseria

las arme de fusiles y de versos

(En esta patria muda, perseguida,

donde hasta el aire mismo va a dolernos).

Yo fui el autor;

Lo que suena a dolor me suena a pueblo.

Nací en el Sur. Mi nombre:

 Juan Bañuelos”.

Pero si en «Puertas del mundo» y en el poemario ya consignado («Escribo en las paredes»), Bañuelos era un cronista, un testigo dolido y encorajinado de la realidad, en «Espejo humeante» (Edit. J. Mortiz, Colec. “Las dos orillas”, Méx., 1968, 120 pp. Este libro obtuvo el “Premio Nacional de Poesía” en 1968) es un hombre con una expresión más decantada y madura; un individuo que ha vivido y padecido y que, en consecuencia, sabe lo que es el sufrimiento, la existencia; sus imágenes, empero, son menos violentas. En instantes el amor sensual de la mujer lo acosa; Bañuelos acepta esta nueva condición en su temática sólo porque el amor humaniza, hace al individuo un ser más profundo y contradictorio; más real. Las imágenes de Bañuelos, cuando se acercan al erotismo, son hartos sugerentes, de un erotismo sutil, dinámico. (V. por ejemplo, el poema “Anacreónica”, p. 37, o los poemas de la tercera parte del libro.) En cambio, en el poema denominado “Fusil, hoja que conmueve a todo el árbol”, (V. pp. 63-66.) el autor se ocupa de la muerte del comandante Guevara, en las selvas de Bolivia, con una expresión más cotidiana; es un poema en prosa que habla a un amigo, a un individuo histórico con un lenguaje diario, libre de retórica.

En «Espejo humeante» los acontecimientos se vuelven realidad literaria; Hiroshima, Vietnam, la República Dominicana, están presentes como referencia, casi sin adquirir relieve histórico; uno lee a distancia estos poemas y comprende que aún tienen validez, pese a pequeñas referencias circunstanciales, atenazadas a un contexto prefijado, establecido de antemano; por lo mismo, en otro poema la guerra no establece su verdadero significado; los actos bélicos son meros recursos líricos:

“La muerte torva del fusil se hunde en las cuevas de estómagos

hendidos; las púas gotean nubes de corderos

y el resplandor del aire es un vellón sombrío.

Todo. Todo será bajo las mangas de helicópteros

y del monzón que rueda como un tanque ciego.

Todo será.

Y la muerte en cada bombardeo no detendrá al

sol”. (V. el poema “En Vietnam las púas gotean nubes de corderos”, p. 71.)

La penúltima parte del libro (Cuatro partes conforman este poemario, a saber: “El paso de una puerta a otra puerta”, “Espalda tatuada por hábitos terrestres”, “Voy a poner tu nombre a un día del año” y “Esto lo estoy escribiendo mañana”) el tono es al menos esperanzado; una invitación a la vida puesto que Bañuelos ama al mundo. Aún puede amar. Lo sabe y lo confiesa:

“Puedo. Aún puedo un poco:

llorar, gemir, hablar en voz baja, decir

que yo te amo furiosamente

como un rayo que cae, de pronto, en el jardín”.

Culmina este poemario con una vuelta a la retórica, al lirismo acendrado, aunque enlazado a la realidad circundante, sociopolítica; amoroso habitante, Bañuelos gesticula y señala convencido:

“No preguntes por mí. Cercena para

siempre tu corazón y el mío. Déjalos

como el día y la noche del olvido”.

En la obra de este autor se dan la mano la rabia, la cólera vibrante, ennoblecida, y el amor al mundo; los acontecimientos sociales y políticos son observados desde una perspectiva literaria, solamente, aunque válida en su momento (en los años 60 la expresión literaria se establecía merced a juegos verbales y metáforas herméticas, de espaldas a la situación sociopolítica imperante); empero, la estatura del poeta se encuentra no en los libros estudiados en estas páginas, sino en las publicaciones esporádicas de sus poemas y en algunas antologías, que vale la pena revisar.

ENOCH CANCINO CASAHONDA

ENOCH CANCINO CASAHONDA

Médico de profesión y poeta por convicción y vocación, Enoch Cancino Casahonda (6 de octubre de 1928- 2 de marzo de 2010) realizó una obra de gran envergadura. Autor del celebérrimo «Canto a Chiapas», Noquis -como se le conocía familiarmente- construye su poesía con sencillez y soltura, elaborando paisajes íntimos y ventanas campiranas.

Obtuvo diversos galardones, como el Premio de la Ciudad de México en poesía (1956), Premio Chiapas en Artes (1979) y Medalla Rosario Castellanos (2008), otorgada por el Congreso de Chiapas.

Autor de los siguientes poemarios: «Con las alas del sueño» (1951), «La vid y el labrador» (1957), «Ciertas canciones» (1964),»Estás cosas de siempre» (1970), «Tedios y memorias» (1982) y «La vieja novedad de las palabras» (1986). El FCE recopiló su obra lírica en 1999 con el título de «Ciertas canciones y otros poemas» (selección de Elva Macías).

En su obra lírica persiste la sabiduría, el conocimiento del mundo y del interior conflicto humano; además de su expresión cotidiana donde vibra la provincia. Por ello describe con soltura ese mágico instante en que los seres humanos nos recobramos.

Cada poema expresa sapiencia, Sabiduría -con mayúscula: el conocimiento que deviene de la experiencia cotidiana, gracias a la madurez con que observa al mundo y lo construye líricamente.

Como poeta, en su oficio de vate, supo vaticinar su muerte, en la madrugada del 2 de marzo de 2010, como se observa en el poema siguiente:

«SI TENGO QUE MORIR»

Si tengo que morir

que sea por marzo.

Y de noche, y de pronto,

y sin un llanto.

Mientras los astros miran sus rebaños y justifican su quehacer amargo.

Y morirme saltando la ventana

en busca de lo fresco y de lo claro,

mientras lo cierto duerme entre las sombras y aún no se anuncia el resplandor del gallo».

 

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