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Elvira García

Investigadora para documentales, ha ganado una
variedad de premios y escrito varios libros. A lo
largo de cuatro décadas ha hecho periodismo
desde distintas plataformas: en más de seis diarios
y en más de veinte revistas culturales mexicanas.
Actualmente colabora con entrevistas en: Revista
de la Universidad de México y Revista Este País, y
desde 2020 escribe para Cultura en Milenio Diario.


https://ciencia.unam.mx/contenido/galeria/208/el-saber-hacer-jose-de-la-herran

Esta es la historia de dos hombres que se llamaban José. Y es también la historia de dos instantes de mi vida, en la de ellos. Porque, en dos tiempos distantes y distintos, conocí a ambos. Los traté, los admiré y por eso los entrevisté.

Los dos han muerto.

El primero; José R. de la Herrán y Pau, falleció hace más de 35 años.

El segundo; José Antonio Ruiz de la Herrán Villagómez, falleció el 5 de septiembre del 2022, hace poco más de cinco meses.

Eran padre e hijo. Ambos ingenieros, ambos apreciaron la cúpula celeste; los dos conocieron a Francisco Gabilondo Soler “Cri Cri”, amaron su música y fueron a pasear en los veleros que don Pancho construía. Los dos tocaban el piano, y construyeron amistad con Agustín Lara.

Esos dos Josés fueron seres tremendamente curiosos y osados. Y esa curiosidad y osadía los llevó a realizar hazañas tecnológicas que hicieron evolucionar, en el caso del primero, la radiodifusión mexicana y, en el segundo, la Astronomía.

 Fue mi oficio de periodista que me llevó a los dos. En 1981, a don José de la Herrán y Pau; quise conocerlo para que me hablara de la instalación técnica de la XEW, de la cual él fue el único y mayor responsable; esa misma tarde de aquel 1981, frente a una paella

española, en un restaurante del centro de la ciudad, también hablamos mucho de don Pancho Gabilondo. Claro, porque yo estaba escribiendo mi primer libro: De lunas garapiñadas, que narra la vida y obra de Francisco Gabilondo Soler, pues hice la última

entrevista que el creador del personaje Cri Cri, me concediera pocos años antes de morir.

Esa obra se publicó en 1983 y hoy tiene ya tres ediciones, todas agotadas.

Treinta y seis años después, gracias a la ayuda de mi amiga Claudia Ojesto, se me hizo posible entrevistar, en las instalaciones del Museo Universum, a su creador, don José Antonio Ruiz de la Herrán Villagómez. Quedé impresionada ante el enorme parecido físico

de don Antonio con su padre; hubo un momento en que sentí que estaba conversando con el constructor de la W, no sólo por el parecido facial, también por el timbre de la voz, profundo y bien modulado.

A continución les convido de un fragmento de mi charla con el ingeniero José Antonio Ruiz de la Herrán, un ser casi mítico para mí, no sólo por el hilo biológico que lo unía a su brillante padre, sino también porque descubrí que era tan curioso, intrépido, multifacético y exitoso como su amado papá. Nada menos, el Universum fue una de sus grandes aportaciones a la ciencia en México.

Pocas veces la vida de periodista nos permite conocer y entrevistar, en un lapso de tres décadas, a padre e hijo. Esto me ocurrió, y me siento afortunada.

Aquí, un pedacito de una muy larga charla con el ingeniero José Antonio Ruiz de la Herrán Villagómez, a quien el gobierno de México le debe, al menos, un reconocimiento público. Esta sabrosa charla la transmití en mi programa: Entre Nos, que conduje y dirigí en

Radio Red, del Grupo Radio Centro, durante diez años.

La influencia del padre

José Antonio Ruiz de la Herrán en patines.

EG.- ¿Es cierto que durante un tiempo le dio a usted por patinar? ¿lo hacía como una manera de experimentar, desprenderse del piso momentáneamente?

-Mi padre era un buen patinador, en ruedas y en hielo. Y me inculcó la idea de patinar en los concursos que hay para campeonatos. Y me fue muy bien, pues me preparé para un campeonato que hubo en Dallas y obtuve el primer lugar. Tenía yo entre 15 y 16

años de edad.

EG.- Pero no era un experimento científico, era una diversión, emoción…

-Pues es combinado, porque patinar tiene mucho de física y de dinámica, de manera que ayuda mucho a entender esas cosas, si uno ha estudiado tales temas.

EG.- Bueno usted nace en 1925, y 5 años después ya estaba cerca de su papá, instalando la XEW, cuénteme ¿de qué se acuerda?

-Bueno, me acuerdo de muchísimas cosas, pero le voy a decir que en realidad nos cambiamos de vivir en el centtro de la ciudad de México, para ir a la planta de la XEW que estaba en Coapa, en el kilómetro 13 y medio de la calzada de Tlalpan, cerca de Huipulco;

ahí todavía están unas instalaciones. Nos mudamos en 1931, de manera que ahí cumplí mis seis años y estuve muy lejos de la civilización, pues por allá no había escuelas, sino que eran llanos de alfalfa, muy bonitos, de las haciendas de Coapa, y de San Antonio que estaban a cada lado de la estación XEW. Y mi primer trabajo fue ordenar la herramienta, asi que como a los 8 de edad limpiaba la herramienta, para hacer aseo de todos los equipos.

Y el señor José Piña, que era el encargado de las instalaciones, me dijo: “Aquí tienes oportunidad de laborar y aprender muchas cosas”, y yo sí quise, y me puse a trabajar en eso, y pues era un trabajo muy sencillo, y aunque quisiera hacer más, no podía pues era yo pequeño aún.

Padre de hijo, abajo y arriba respectivamente.

El niño que no conoció a su mamá

EG.-¿Cómo era vivir entre aquellos alfalfares ¿Era usted niño muy inquieto? ¿Cómo recuerda a su madre? Porque su padre fue polifacético.

-Allá en la casa en Coapa vivíamos mi abuelita María, mi bisabuelita Magdalena, mi tía María Rosa, mi padre y yo, éramos cinco. A mi madre yo no la conocí, de hecho se fue de la casa, pero no supe por qué, ni nunca pregunté por ella. Así que la niñez la pasé con mi

bisabuelita, mi abuela y mi tía.

EG.-Pero, bueno la abuelita y la bisabuelita, imagino que le crearon un colchón cariñoso muy bonito…

-Ah, claro, fantástico. Yo con ellas aprendí a leer, a escribir, a contar, a todo, con la ayuda de mi bisuabuelita que sabía tocar el piano y hablar francés, y le gustaba mucho la música. Y yo, al lado de mi padre, que siempre estaba trabajando o construyendo equipos,

tuve la oportunidad de aprender muchas cosas desde niño. Curiosamente, cuando cumplí ocho, mi padre ¿Qué cree que me regaló?

EG.-¿Qué?

-Un torno, pero completito, para hacer piezas. Yo lo que aprendí fue a hacer pirinolas, rápido.

EG.- En esa época se jugaba mucho a la pirinola….

-¡Cómo no! y la vendía entre mis amigos, porque no fui a la primaria, más que al sexto año, no había escuelas por ahí cerca, y ya luego me inscribió mi padre en el sexto año del Colegio Franco Español. Así que hice el sexto de primaria y la secundaria, y la

preparatoria en el Colegio Franco Español que estaba en la Guadalupe Inn.

EG.-Debe usted dominar muy bien el francés

-No, fíjate que no. Aprendí muy bien el inglés y el francés lo puedo leer y escribir, pero hablar no, porque no hay tanta oportunidad de practicarlo.

EG.- Entonces, en su vida ha habido mucha música, por lo que veo.

-Pues en ese tiempo sí, porque trabajando en una estación de radio, era 95% con música y 5% con los locutores- Ahora es a la inversa.

EG.- Sí, pero me refiero a que había mucha música por el lado de su abuela y bisabuela que tocaban el piano.

-Mi bisabuelita tocaba el piano. Mi padre el violín.

El niño que conoció a Agustín Lara

EG.-Y ¿son ellas quienes le enseñan a ejecutar el piano?

-Bueno, el piano me lo enseñó a tocar el maestro Agustín Lara, aunque él no sabía que era mi maestro.

EG.-A ver, cuénteme ¿Como estuvo eso?

Bueno pues Agustín Lara tenía un programa, en la XEW. El maestro tocaba muy bonito el piano, era amigo de mi padre y pasaba a visitarnos allá en Coapa, cuando él iba rumbo a Cuernavaca los fines de semana. Pero después, cuando yo fui operador de la W, lo

escuchaba con mucho cariño, y pues opté por irlo a ver tocar. Porque se aprende mucho al ver. Yo ya sabía tocar el piano, pero enteramente lírico, como me enseñó mi padre; tocaba una sola pieza: Peregrina. Y en las reuniones me pedían que la interpretara. Y los invitados me preguntaban “¿Qué otra cosa sabes tocar?” “Pues nada más”, les respondía.

EG.- Entonces de ver, aprendió de Agustín Lara?

-De ver y oír. Entonces, cuando me gustaba una pieza de Lara, regresaba yo rápido a la casa, a tocarla antes de que se me olvidara y me fui aprendiendo muchas canciones, así.

EG.- Entonces, nunca le dijo usted a Agustín Lara que le diera clases?

-No, ni me atrevía. A mí me encantaba verlo y copiar su estilo, porque Lara tenía un estilo único para el piano; él no sabía música desde el punto técnico, es decir, no escribía la música que componía, a él se la escribían técnicos en partitura, que saben hacerlo por nota.

De manera que había que tomar lo que salía de sus manos. Entre los años 40 y los 50, estuve trabajando en la XEW con mi padre, como radio operador. Luego, ya de los 50 a los 60 me dediqué a la televisión. Me tocó echar a andar el Canal 2 y todo los estudios de

Televicentro. Y de los años sesenta al setenta cambié totalmente, me fui a fabricar aceros, en la empresa Campos Hermanos, que se dedicaba a hacer aceros especiales, así que mudé de actividad, y de ahí salió la cuestión de que nos pidieran si podíamos hacer las cúpulas para el nuevo observatorio de San Pedro Mártir, de la UNAM, del Instituto de Astronomia, pero acabé diseñando el telescopio. De manera que las cúpulas realmente no valía la pena que se hicieran en Campos Hermanos, pues las cúpulas para astronomía deben ser muy ligeras, de aluminio más bien; pero el doctor Arcadio Poveda, director del Instituto de Astronomía, sabiendo que yo me habia dedicado por gusto a hacer telescopios en forma enteramente casera, pues me encargó el diseño del gran telescopio que ahora es el más grande que tiene México.

El niño que construyó su telescopio

EG.-Es fascinante que usted haya hecho el telescopio de la UNAM, sin haber estudiado Astronomía, no sé si fuera necesaria esa carrera. Pero quiero recordar que usted de niño fabrica su propio telescopio, creo que de cincuenta centímetros…

-Yo hice uno de doce centímetros. Es que un amigo de mi papá le pidió el consejo de cómo hacer un telescopio. Había comprado libros en inglés y no les entendía muy bien.

Y mi padre se puso a leerlos, y se interesó en hacer telescopios, y nos pusimos a crearlos como una actividad de pasatiempo, ¿verdad? Yo hice uno de doce, él hizo uno de veinte, luego uno grande de treinta, para ver la posición de Marte en 1939, fíjese. Y ya después

hicimos uno de cuarenta centímetros, y otro de setenta, que era un telescopio de tamaño profesional.

EG.-Así que cuando usted conoce al doctor Poveda, y hace usted ese telescopio profesional, ya traía una gran experiencia detrás.

-Es que en Campos Hermanos estaba mi segundo de a bordo en el horno eléctrico en que yo trabajaba; él tenía un hermano en el Instituto de Astronomía, y por ese conducto fue el contacto para que viéramos si podíamos hacer en Campos Hermanos las cúpulas para

telescopios, y fuinos a ver al doctor Poveda, y supo que yo me había dedicado a fabricar telescopios de tipo enteramente artesanal y por gusto, además que cada vez que salíamos de viaje mi padre y yo, íbamos a visitar algún observatorio, de modo que conocía los

observatorios más grandes, como el de California, y otro de dos metros y medio y varios en Europa. En fin, que ya estaba preparado. Y así me puse a trabajar en el diseño, porque en Campos Hermanos había diseñado maquinaria y finalmente el telescopio es algún tipo de maquinaria.

El joven que se apasionó por la Astronomía

EG.- La influencia de su padre es muy grande en usted, pues él era ingeniero también.

-Sí, es muy muy grande.

EG.-Necesariamente usted tenía que estudiar ingenieria. ¿Nunca dudó?

-Desde muy chico, mi padre tenía amigos ingenieros, amigos médicos. Y como yo era solo, pues siempre estaba escuchando pláticas de ellos, muy interesantes. Cuando mi padre platicaba con un amigo suyo, el Capitán Proal, que era piloto aviador, pues me daba

algunos días por la aviación, y luego platicaba con otro amigo, me daba por otra cosa. Así que tuve una infuencia fuerte de esas personas, a través de mi padre.

EG.-¿Para qué son importantes las cúpulas de los observatorios?

-La cúpula es un instrumento complicado porque tiene que girar; el edificio de los telescopios generalmente es cilíndrico y en la parte alta está la cúpula que es una media naranja, y en la parte más alta tiene una abertura por donde se asoma el telescopio. En fin

que es un mecanismo complicado que sí se podía hacer en Campos Hermanos, pero se interesó más don Arcadio en que mejor nosotros hiciéramos el telescopio.

EG.-Y en el Instituto de Astronomía conoce al gran astrónomo don Guillermo Haro…

-Sí, a muchos conocí. Como teníamos nuestro telescopio en casa, alguna vez iba don Guillermo a visitarnos a observar a través de él, sobre todo cuando ocurrió la oposición de Marte, de 1939, la principal. Bueno, hay una oposición cada dos años, pero la buena-

buena fue en esa época, porque pasó lo más cerca de la Tierra.

El hombre que ve a Mercurio y a Venus

EG.-Ingeniero, ¿Hay algun momento en que la Astronomía le roba más tiempo a la Ingeniería o son complementarias?

-Pues como ingeniero mecánico electricista me interesaban más los mecanismos y el telescopio no es más que un tipo de mecanismo bastante complicado y sobre todo de alta precisión, de manera que está muy ligada la Astronomía con la fabricación de telescopios y

yo estaba más interesado en la parte de fabricarlos y observar a través de ellos.

EG.-Y ¿Hoy, tiene usted telescopios?

-Sí, cómo no. En Puerto Marqués, que es ahora donde vivo con mi hermana, porque aquí en la Ciudad de México la atmósfera no ayuda, y a mí me hace mucho daño la altura.

Y acabo de ver a Mercurio y a Venus, a la hora que se puso el Sol; y más tarde ya veíamos a Venus y Mercurio, porque allá todavía hay buen cielo.

EG.-¿Y allá se llevó algunos telescopios?

-Pues me llevé uno que es muy importante y muy cómodo.

EG.-¿Hecho por usted?

-No, éste es de fábrica. Es un telescopio Celestrón.

EG.-Y ahora ¿Se dedica más a observar el cielo que a la ingeniería?

-Hoy estoy retirado y me dedico a la lectura, estoy acabando un libro de mi padre, justamente, y me gusta mucho estar allá en Acapulco, por el clima, porque me hace mucho bien. Pero sólo leo y escribo, ya no tengo mucha actividad.

El hombre que conoció a Gabilondo Soler, creador de Cri Cri

EG.-Cuéntenos un poco de su padre; lo conocí cuando estaba yo haciendo mi libro:

“De lunas garapiñadas” la única biografía, hasta hoy de Francisco Gabilondo Soler, Cri.Cri. Y recuerdo que su papá me relataba que –debido a la pasión que él y Gabilondo tenían por la Astronomía- su padre ayudaba para que el programa de Cri Cri saliera mucho mejor.

-Eso fue siempre. Tanto al maestro Agustín Lara como a Gabilondo Soler los cuidábamos mucho, teníamos esa preferencia. Yo me llevé muy bien con Francisco, primero de niño prácicamente yo iba a escuchaar su programa, y luego de mayor ya nos hicimos amigos. Más tarde a él le dio por irse y se fue de marinero…

(La anécdota que cuenta acerca de Gabilondo Soler y su decisión de abandonar su programa de Cri Cri, que hacía en la W, es larga; la guardaré para revivirla en la cuarta edición de mi libro: De lunas garapiñadas. Por ahora, regreso a platicar con don José).

EG.- Gabilondo Soler también construyó uno o dos veleros…

-Sí, cómo no, tenía su velero allá en Tequesquitengo. Después del programa de radio se iba a Tequesquitengo a pasar el buen rato… ¿cómo ve?

EG.-No, pues qué rico, qué experiencias. Pero por favor, hágame un retrato hablado de su padre. Quién fue don José de la Herrán Pau.

-Pues mire, es muy intersante su vida también porque nació en Barcelona, España en 1903, y la familia decidió venir a México en 1910, pero nada más llegaron las señoras, así que dejaron allá a los esposos y llegaron suegra y nuera, o sea, mi bisabuela y mi

abuela, mi padre y mi tía; y vinieron en un barco a México, a correr fortuna. Y les fue muy bien. Mi abuelita hacía trabajos de tejido, muy finos; porque mi bisabuela había nacido en Monterrey, pero había tenido mucho contacto con las tiendas grandes como El Palacio de Hierro, El Puerto de Liverpoool, y ahí vendía ella lo que mi abuelita fabricaba y les resultó un éxito. Y ya cuando mi padre cumplió trece años, entró a trabajar en una fundición, una temporada. Y empezó a ganar un poquito de dinero, después tuvieron un tiempo en que había mucho trabajo para mi abuelita y empezaron a recibir buen dinero, y decidieron que mi padre se fuese a estudiar a los Estados Unidos, pero en esto los atrapó la Revolución, justamente en 1914, 15 y 16, que fue muy pesada aquí en la ciudad de México. Y se acabó  el dinero, y para mi padre la oportunidad de seguir estudiando en la universidad en la que quería entrar en los Estados Unidos. Entonces ingresó como oyente, aprendio inglés, y después tuvo que arreglárselas allá para conseguir dinero trabajando y tuvo en toda clase de empleos elementales, entre ellos repartir telegramas. Y en una repartición, fue a llevarle un telegrama a un señor; cuando éste abrió la puerta de la casa, mi padre vio que había en la mesa un como bulbo; él no sabía bien qué era, pero se iluminaba con los alambres. Y  pum…¡le cerraron la puerta…!

Lo que le ocurrió después al joven José de la Herrán Pau, sería un descubrimiento fantástico que le abriría las puertas para crear la primera radiodifusora en México.

Pero eso, lo contaré después, cuando tenga otro rato para revivir el resto de la historia de dos hombres que se llamaban José. Dos hombres brillantes, geniales, a los que la vida me dio la gran oportunidad de conocer y entrevistar, en tiempos distintos y distantes…

Revista Escribas