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Roberto Baltazar Márquez1

Vista de la CDMX Foto. MP

24 de marzo

Vivimos tiempos difíciles, tristes, con una enorme carga de desesperanza, con la pobreza, el contagio y la muerte pendiendo de nuestro futuro.

Las ciudades, esos seres que rebosan vida y dinamismo, ahora están solas y parece que se mueren. La gente las abandonó y trata de esconderse de un enemigo que mide apenas algunos nanómetros, que es como intentar escondérsele a la conciencia. La calle es hoy un buen espacio para los fantasmas, para los seres que traen la desgracia. Son parte de un paisaje que antes solamente veíamos en las películas y ahora está aquí y nos agobia. La ciencia ficción nos alcanzó y nos muestra su peor rostro. Dicen que las cosas vendrán peor y que esta experiencia se volverá horripilante, como una pesadilla. Ante ello, solo nos tenemos a nosotros y debemos de confiar en el buen juicio del otro.

El coronavirus agarró al mundo de sorpresa y nos muestra lo vulnerable que sigue siendo el hombre. Los mexicanos lo tomamos a chunga y nos dimos cuenta que con él no se juega y, rápido, nos puso en nuestro lugar.

Ver a la ciudad vacía tiene también un aspecto que reconforta: ya nos dimos cuenta del problema y acudimos presurosos a nuestras casas como el ancestral resguardo que es y como única forma de combatir a esa cosa que ni ser vivo es, dicen los que saben.

Ordenar los viejos libros, escuchar la gran música, ver la película siempre pendiente, lavar la ropa, platicar con la pareja, usar las redes, leer o releer, darle uso de bici al perchero arrumbado, son las grandes tareas que tenemos enfrente.

10 de abril

Mi general:

Desinfección en el metro de la CDMX. Foto ASP2

Informarle que sus huestes están sitiadas por un virus y desarticuladas, mas no inactivas. Y que seguirán luchando contra el enemigo que se disfraza de izquierda, pero está lejos de eso.

12 de abril

Lopez-Gatell es un hallazgo único de la 4T, un garbanzo de a libra. Científico y buen comunicador, genera confianza en muchos y algo así como certidumbre social, lo que es mucho en estos días. Parece un buen hombre que saca día a día del atolladero a un gobierno que no quiso ver a tiempo el problema. Es posible decir que sin él, el presidente la pasaría peor.

Ante tanta exposición, sin embargo, ha formulado disparates graves, tonterías mayores que le restaron puntos, pero el gobierno no tiene otro activo que le dé la credibilidad que necesita ante esta crisis inusitada. No obstante, su margen de maniobra cada vez se reduce más, porque siguen cometiendo errores. El presidente está atrapado y no tiene otra carta qué jugar, ya que ni el mismo Marcelo puede brindar un manejo acertado de la gigantesca crisis de salud de hoy y económica de mañana.

Nadie culpa al presidente del virus, pero sí de haberlo minimizado. Fue un gravísimo error aquello de «hay que abrazarse, no pasa nada», porque generó una especie de repudio a los cuidados sanitarios indispensables, dada su enorme influencia en la sociedad. Esa declaración hoy, a un mes, provoca que mucha gente siga sin atender los más elementales llamados: no salir y cuidarse.

Mal haríamos en echarle la culpa a la gente, aunque haya alguna que no actúa con la debida responsabilidad social, pero es pedir lo imposible ante un monstruo de 130 millones de cabezas. Pero entre esos no están los millones a los que la estructura económica nacional precaria y subdesarrollada, los obliga a salir a ganarse la vida; a rifársela, dicen ahora.

Un ejemplo puede ser útil para ilustrarlo, pues mientras en la clasemediera colonia Condesa, casi todos los negocios estaban cerrados, en la populosa salida del metro Tacubaya, los ambulantes seguían afuera y la gente consumiendo comida, especialmente.

Nadie sabe qué viene, pero sí debemos preocuparnos y más cuando vemos el divorcio entre gobierno y empresarios que no definen un mecanismo único para enfrentar el problemón que se asoma. También se observa un distanciamiento entre cada vez más gente con el presidente. En este panorama nada grato debemos atender tres actividades inmediatas y elementales: salir lo menos posible, evitar difundir información no comprobada y no caer en desánimo.

Tampoco hay que olvidar que con todo y su falta de unanimidad, la gente empezó los cuidados antes que el gobierno, que ve un problema ideológico en una pandemia de origen incierto.

17 abril

Protesta del sector salud de Toluca Foto. CGArchivo

No se trata que nos digan que el presidente es popular y que no es una fuerza de contagio, el problema no es ese; y que podamos seguir leyendo las tonterías de sus simpatizantes en las redes, que insisten en comportarse como lacayos, porque tampoco ese es el problema.

Lo que queremos saber de los hombres que tienen hoy el poder, es cómo se van a enfrentar las fases que siguen del virus. Queremos que nos digan cuál es la estrategia de salud para paliar los efectos de la fase 3. Necesitamos oír que ya le dieron a los profesionales de la salud los elementos suficientes para sanar los casos positivos, que existen recursos económicos suficientes para hacer pruebas de detección del Covid 19 y para atender la pandemia. De la corrupción no nos preocupamos porque el presidente cuidará que no se presente.

Que el poder público se comprometa en un plan de rescate económico con empresarios y demás agentes productivos y fuerzas sociales. Que sea un plan generoso e incluyente para que se evite atender únicamente a las clientelas electorales y se asegure la atención de todos los mexicanos. Que si hay que endeudarse lo hagan y cuiden el dinero.

Queremos que el presidente se quite su aire de suficiencia. Es necesario enfatizar que no vivimos un problema ideológico, sino uno de sobrevivencia que involucra a miles de personas, primero por el virus y luego por la crisis económica.

En tanto, nosotros participamos quedándonos en casa. Lo hacemos porque somos conscientes de sus beneficios, aunque sea un esfuerzo extraordinario, especialmente para quienes les afecta en su empleo y modo de ganarse la vida. Recordemos, para no rasgarnos las vestiduras por su presencia en la calle, que más de la mitad del empleo está en la economía informal.

En todos los protagonistas de estos tiempos debe prevalecer el principio ético de la política, con el que entendamos que la vida y el empleo de la gente es lo más importante. Que necesitamos un gran acuerdo nacional en el que prevalezca el interés de todos. Y todos somos 130 millones.

6 mayo

Venta de cubrebocas. Foto JsArchivo

Es del todo normal que en 2020 los políticos diriman sus diferencias viendo al 2024, más que al virus mismo. Es natural porque los políticos son así, no importa de qué partido provengan; el virus los obligó a salir a la palestra y lo tenían que hacer para defender una postura propia y de partido.

Cada declaración en torno al virus tiene la mira puesta en quien habrá de suceder a AMLO. Sin embargo, esta posición supondría cierto nivel de sensatez, de apego a la verdad, de respeto a la situación sanitaria. Pero no. Las tonterías trascienden los colores y son muchos los que disputan el premio al disparate más grande. Cada uno de nosotros está en libertad de elegir a los ganadores.

Lo que sucede en Morena gana la atención porque es el partido en el poder y son muchos los actores políticos que participan y aunque no es un partido estructurado, su líder único lo mantiene, aún, arriba en las preferencias.

Morena tiene tres personajes que destacan en la lucha por la sucesión: Claudia Sheinbaum, Ricardo Monreal y Marcelo Ebrard; son quienes se asumen con posibilidades por alcanzar la grande.

De los tres, sólo la señora Sheinbaum está en los reflectores diarios, el carnal Marcelo está un poco agazapado y Monreal, el expriísta, marrulleramente se oculta. Es inevitable que la jefa de gobierno esté en la arena, donde no lo ha hecho del todo mal. En cambio, los otros dos, más versados y con más malicia, juegan a no aparecer.

Es dable pensar que en este momento la disputa se centre en Claudia y Marcelo porque, además, son amigos del presidente. Una posibilidad, entonces, sería que el tremendo agarrón diario entre Sheinbaum y Lopez-Gatell, sea, en realidad, un encontronazo entre la jefa de gobierno y el carnal.  Hemos visto en los medios, a través de noticieros y pequeñas cápsulas en Facebook, la fiereza de ambos. Que si los cubrebocas, que si los hospitales, que si las camas, que si la curva. Es raro que todo sea diferente ante un mismo problema y que dos visiones encontradas se den en un mismo gobierno, sí, pero el asunto se resuelve al provenir de proyectos políticos diferentes.

Ante el observador común, la señora Sheinbaum parece que enfoca mejor el problema; su concisión es preferible a las divagaciones del otro, que tiene un desgaste acumulado y le gustan más los reflectores.

Y es que a alguien debe creerle la gente, toda vez la disparidad de la danza de los números que solo ellos pueden disponer. Alguien que inspire confianza, porque al régimen se le está haciendo bolas el engrudo. Lopez-Gatell la viene perdiendo por su necedad de figurar y opinar de todo, y sirve lo mismo para un barrido que para un fregado. Perdió la mira y ahora habla sin ton ni son de todo; lo ponen en evidencia para que el Congreso no se instale, cuando la oposición ya lo había decidido.

Dr. H López G. Foto Archivo

López-Gatell ignora que gobernar no es volverse un personaje mediático, que incluso habla con los niños y habla de lo que no le corresponde. Eso es un montaje inútil a la hora de gobernar y más cuando se tiene que perfilar una candidatura presidencial. El ejemplo más vivo de esa enseñanza es el propio presidente de la República, en que hay que reconocer que tenía muchas más credenciales que sólo el impacto mediático.

Supongamos por un momento que el último semestre de 2023 llega tan convulsionado como nuestros días. ¿Quién le asegurará al presidente las lealtades? Solo Claudia. De los otros dos no, por ninguno puede meter las manos al fuego. Hay que recordar que Marcelo ya cedió su lugar una vez y Ricardo, es un pasajero eventual en Morena.

Hagamos un modelo predictivo. Claudia a la grande por Morena que no solo es posible, sino probable.  Marcelo, en cambio, es difícil que vaya por otro partido, pero Monreal es altamente probable que lo haga. En la otra hipótesis, Marcelo es el bueno y Claudia se disciplina y Monreal pudiera hacerlo también, pero no es seguro.

Si le ponemos nombres a la primera hipótesis, dos están clavados: Claudia por Morena y Monreal por el PRI, porque no hay que olvidar que Ricardo fue del PRI y los priístas que están en Morena podrían regresar al nido tricolor. En el PRI de hoy, no dejan de considerar esta opción y es la única válida ante su declive continuo. El PAN sigue su proceso interno para identificar a su hombre, si no lo encuentra no le vendría mal una alianza que encabece Monreal. Todo sea por acabar con el proyecto del presidente.

Claudia contra Monreal es un buen agarrón. En tanto llegan esos días no tan lejanos, tenemos que confiar en que el virus no sea tan agresivo como lo fue en otros lugares, que nos siga tratando con piedad. Debemos seguir con los cuidados y no salir. Respetar las recomendaciones por confusas y contradictorias que sean.

Aunque ya se vislumbra otro trabajo que tendremos los ciudadanos comunes: cuidarnos de los salvadores de la patria, los que nos rescataron del maligno virus, esos que se acompañan de un coro de voces obedientes que inundan las redes con su cretinismo.

Estas notas no son una apuesta, se reducen a una posibilidad de hoy, a un ejercicio imaginativo con base en lo que se ve. Estamos en las aguas fangosas de la política mexicana que tan dada es a cambiar de escenarios. Si los políticos juegan a hacer futurismo, por qué no jugamos adivinarlas.

9 mayo

Becqueriana

Amuletos gubernamentales. Foto Archivo

Nadie nos platica la historia de los muertos, de su destino como cuerpo inerte, de su obligada transformación en polvo. Es tan devastador este virus que ni siquiera el consuelo de acompañar al cuerpo tienen los deudos.

«Cerraron sus ojos/que aún tenía abiertos,/taparon su cara/con un blanco lienzo,/y unos sollozando,/otros en silencio,/de la triste alcoba/todos se salieron».

Así tienen que ser las cosas, les dice el ministerio público. Y ahí se queda la gente, con su dolor y sin su muerto. Así tiene que ser, se los repite el enterrador: solos. Firmar papeles para que se vaya el cuerpo es el vínculo frío que los enlaza con el muerto. Sólo eso les queda, un trámite y un recuerdo.

«De la alta campana/la lengua de hierro/le dio volteando/su adiós lastimero./El luto en las ropas,/amigos y deudos/cruzaron en fila/formando el cortejo.»

La autoridad lo dice muy a su pesar, los panteones no abrirán. La gente repite: ¡ay, cuánto dolor! se quedarán más solos mis muertos. El poeta siempre es un remanso porque lo dice mejor:

«¡No sé; pero hay algo/que explicar no puedo,/algo que repugna/aunque es fuerza hacerlo,/el dejar tan tristes,/tan solos los muertos!»

(Entre comillas se registran las estrofas de la Rima LXXIII, de Gustavo Adolfo Bécquer).

22 mayo

Cuando el lenguaje miente, las cosas van mal. Si decimos «pandemia», «quédate en casa», «aplanar la curva», «nueva normalidad», «pueblo», «covid», «coronavirus», «semáforo» y no entendemos qué estamos diciendo, nos enfrentamos a la peor de las ignorancias.

Por ahí puede venir el crecimiento de infectados y muertos que las noticias nos dicen en estos días. El problema es que no tiene remedio porque la gente ya se apropió de esos conceptos, aunque su entendimiento no sea el correcto; ya son suyos y con esa información toma sus decisiones. Si el resguardo nunca fue cien por ciento efectivo, ahora disminuirá mucho más porque la gente ya tiene sus criterios, mal o bien cimentados y, además, su capacidad económica está en los límites de la mendicidad.

Éste no es un problema de los lingüistas, sino de los epidemiólogos, que no supieron explicarlos y se conformaron con darles rienda suelta sin ahondar en sus contenidos y sin remachar una y otra vez sobre sus significados. Puede pensarse que no tuvieron capacidad de definir las dimensiones de la crisis sanitaria, aunque en México tuviéramos la ventaja de ver un juego del que ya sabíamos el resultado. En realidad, vemos todos los días la repetición de lo que sucede en Europa, principalmente.

Si no se entiende cómo reacciona una «masa», es difícil predecir su comportamiento y eso fue lo que pasó en México. La eficacia comunicativa de Lopez-Gatell se aprovechó con otros fines, lejanos a los de una auténtica prevención. Pero, a fuer de no ser injustos, el problema no se centró únicamente del gobierno, aunque ahí se haya provocado. También lo es de los medios de comunicación que tienen una visión corta del proceso de comunicación y se escudan en su «misión informativa», para no darle un sentido explicativo a lo que sucede. Con lo que parece que informar es repetir lo que sucede, sin ningún tamiz ni explicación.

Tanto en medios como en gobierno gana la postura del «raiting». Ambos quieren ganar adeptos, público, que se traduzcan, en votos para unos y anunciantes para los otros. Ambas fuerzas se encontraron en las mañanas, en el espacio creado por el presidente para informar y el resultado fue y es bochornoso. Lo vemos día con día. Periodistas improvisados, con mala fe unos y zalameros los otros. Respuestas del gobierno desatinadas y absurdas que justifican más que explican el problema. Incapacidad de los medios para enfrentar el reto comunicativo con una posición digna e informada.

23 mayo

11,394 personas infectadas de Covid forman parte del personal médico de los hospitales públicos y privados que atienden el virus. El dato por sí mismo ilustra respecto a la situación de la salud pública en México. Dicho de otra manera, el 30% de los infectados al 11 de mayo, integran un segmento de profesionales y trabajadores de la salud que nunca debió contagiarse y que su trabajo de alto riesgo lo desempeñan sin los implementos sanitarios indispensables.

En un primer acercamiento, quiere decir, llanamente, que el personal que labora en esos hospitales del sistema de salud pública hace su trabajo en un ambiente hostil, sin la limpieza profunda que requieren los espacios destinados a emergencias, atención médica y salas de espera y sin equipo médico de alta especialización, así como la carencia de materiales básicos: batas plastificadas, guantes, caretas, cubrebocas, anteojos, botines, gorros, todo de materiales especiales que brinden una real protección. Quien haya estado en un hospital público lo puede corroborar, al entrar ahí se percata de la miseria con la que funcionan y se adueña del visitante la sensación de desamparo.

Pero tampoco nadie en sus cabales puede acusar al sistema de salud de no haber previsto una crisis sanitaria como la que padecemos. Era imposible que los hospitales tuvieran los materiales y el equipo sanitario necesarios para atender con eficacia la pandemia, porque el virus sorprendió al mundo y a México.

Sin embargo, lo que sí se pudo haber haberse previsto era disponer de una colección de protocolos de cuidado para cada tipo de trabajador: médicos, enfermeros, personal administrativo, personal de limpieza, personal de disposición de residuos sanitarios. Es decir, un plan rector que señalara los caminos a seguir para enfermedades de contagio. Nada de eso existía antes de que se presentara el coronavirus, en noviembre del año pasado en el mundo y en febrero en México.

Ese plan mínimo que debió existir en cada hospital, debió haberse sumado con otros para que se diera paso a un plan que aglutinara los de una ciudad, una región, un estado, una dependencia, el país. Pero tampoco los hospitales tenían un plan rector de este tipo.

En ese plan rector idílico, era posible establecer, además de los protocolos, los programas de adquisición, requerimientos por material, lugares y proveedores para hacer compras consolidadas, mecanismos de distribución y demás elementos disponibles en el ámbito hospitalario. Con ese plan, la actuación ante la pandemia tendría que haber sido más rápida, con una mayor agilidad que diera una respuesta adecuada en el lugar indicado. Al no haber plan, no pudo haber tampoco simultaneidad en las acciones públicas, con lo que la atención a enfermos y al mismo personal se retrasó y se descuidaron las medidas mínimas de protección, por una razón simplísima: no había equipo y materiales para salvar al enfermo y tampoco se contaba con los equipos de protección del personal responsable de la atención. Un dato alarmante es el índice de letalidad que llega al 11.1%, y significa que de cada 1000 infectados, mueren 111, cuando en el mundo el índice es de 66.5.

Todo mundo sabe que una epidemia es un evento no previsto, razón por la que debió crearse un «Plan rector para contingencias epidemiológicas», que tomara en cuenta la posibilidad que se presentara un virus desconocido o alguno de los existentes, como el sarampión que regresó al país inopinadamente.

Ese plan rector de contingencias epidemiológicas también debió fijar el presupuesto federal y el de cada una de las entidades federativas, no para que se ejerciera, sino para que se considerara dentro del colchón presupuestario anual y se usara, sí y sólo sí, la eventualidad se convirtiera en certeza. Aunque también pudo haberse creado o fortalecido si ya existe, el fondo de desastres por epidemias. Es muy posible que con nada de eso contemos.

Un especialista en salud pública podría seguir detallando mejor los elementos de este idílico plan rector que se propone. Lo único firme en este pequeño alegato es que de esos 11 mil contagios y los que se acumulen, la grandísima mayoría pudieron no presentarse y evitar también, las muertes que trae aparejadas.

El sistema de planeación en materia de salud falló estrepitosamente porque nadie se dedicó a hacer un plan mínimo, cuando hubo tiempo para que alguien sistematizara información. Cuesta trabajo creerlo porque no era tan difícil de juntar información bajo un método riguroso, siguiendo una metodología, clasificando acciones, estableciendo montos; parece que en este gobierno todos le rehúyen a la planeación. Sin ella, el resultado de la acción pública pierde mucha eficacia.

Sin embargo, es de llamar más la atención que no hubo una respuesta expedita para la adquisición de los equipos y materiales que la realidad descubrió que no existían en los hospitales. No se puso pronta atención a los médicos que los exigían a gritos, con ejemplares tomas de instalaciones o calles aledañas a sus centros de trabajo, como fue informado por los medios de comunicación. Los requerimientos tardaron en llegar por la inflexibilidad en el ejercicio del gasto público que no tuvo la virtud de la oportunidad y al día de hoy, los hospitales siguen siendo un riesgo mayor porque se convirtieron en un centro de contagio para el personal que trabaja ahí y la gente que llega por cualquier causa.

Las autoridades sanitarias también tienen la obligación de hacer gobierno y es exactamente lo que no hicieron en esta administración, en el que da la impresión que solo trabaja el presidente de la República, bajo su estilo personal que puede ser cuestionado, pero ha sido mediáticamente efectivo.

24 mayo

Es incuestionable que el presidente de la República ejerce una extraña fascinación sobre un número muy grande de mexicanos y como todos los liderazgos políticos, el del presidente fluctúa todos los días y si bien sube y baja, se mantiene en niveles altos. La base de su popularidad son los simpatizantes acérrimos, aquel segmento intolerante que todos los días lo endiosa y lo pone en una condición casi de beatitud inmarcesible; la otra, es un segmento más blando y volátil y mucho más numeroso, con menor nivel de compromiso y militancia.

El presidente lo sabe y juega con ellas y con toda la opinión pública. Las mañaneras son el espacio, inventado por él, en el que la agenda política se define y ahí mismo se desahoga. Es su foro y su trono y patíbulo modernos. Nada importante de la acción pública sucede si no es ahí.

Es en esos eventos periodísticos matutinos de preguntas a modo, donde se definieron los mecanismos de intervención del gobierno ante la pandemia y los resultados que tenemos ahora. El pico que hoy experimentamos, que tiene ya una prolongación más que indeseada, es el resultado de lo que se sembró en aquellos aciagos y primeros días de la pandemia emergente.

El olfato político del presidente falló y no supo ver lo que venía a pesar de que la pandemia mostró sus estragos en la avanzada Europa. Italia, Alemania, España y otros países caían ante el avance del virus y el presidente no actuó a tiempo. A pesar de ello, en el camino tuvo un hallazgo formidable: López-Gatell, que enfrentó con éxito los primeros embates de la crisis sanitaria y parecía que encontraba la fórmula para hacer que los efectos no fueran tan severos. Pero solo fue de efectos pasajeros y se desdibuja todos los días.

Todos sabemos que la realidad es terca y que tarde o temprano emerge por mucho que se le quiera ocultar. Los altísimos números de personas nuevas infectadas y de fallecidos, son el resultado de medidas que no se tomaron a tiempo y de acciones de prevención insuficientes.

Si recordamos, por ejemplo, al responsable de la salud cuando insistía en que el cubrebocas no era indispensable y no recomendaba su uso, y se mostraba ufanamente sin él, es posible catalogarlo como una medida de política pública errónea, que tiene sus consecuencias en el transcurso del tiempo porque se trata de un virus que se manifiesta a los días.

Si el presidente, un tanto socarronamente, dice que tiene un «detente», que es otra acción de política pública, está dictando una medida de salud que lleva a que la gente a la que está dirigido el mensaje, no tome con aprecio otras medidas de amortiguamiento de los daños del contagio.

Lo malo de todo esto es que hubo voces que alertaron al presidente y le dijeron que el camino no era ese. Lo hizo el personal médico, los partidos políticos y el periodismo crítico. Pero nada lo hizo cambiar y aún hoy, 23 de mayo, se aferra a su creencia de que la curva se aplanó, cuando la evidencia estadística dice lo contrario.

También hay una enorme responsabilidad social en los niveles de contagio. Es difícil de entender a mucha gente que sale sin necesidad de hacerlo; enormes segmentos de la población que parece increíble que no tengan un criterio formado respecto a las formas del contagio y los mecanismos de prolongación de los efectos más perniciosos del virus. Es inexcusable que anden por la calle comprando, paseando a sus perros, haciendo ejercicio, por mucho encierro que tengan.

En cambio, nada hay que decir de otras personas que pasan por momentos terribles al no tener cómo solventar la manutención diaria y ver cómo se aleja la posibilidad de reabrir su negocio. La lista de esos ínfimos espacios comerciales es interminable, pero se puede ejemplificar con los jacarandosos puestos de tamales, que son el sostén de cientos de miles de familias y la base alimenticia de millones de trabajadores, estudiantes, niños, amas de casa.

Como sociedad también tenemos responsabilidad en lo que vivimos hoy. No hay lugar para optimismos, no caben en el horizonte, pero sí de los deseos para que termine pronto.

28 mayo

Héroes y heroínas llenan los hospitales del país, comentan las noticias. Claro. Son gente que trabaja con la adversidad a cuestas, que no dispone de los insumos suficientes para combatir la enfermedad. Son personas comunes cuyas profesiones y tareas adquieren su verdadera dimensión en el interior de un hospital o clínica, ya sea en la gran ciudad o en el pueblo más apartado. En esos lugares grises, de mosaicos brillantes y fríos que los demás tenemos como espacios temibles a los que no deseamos regresar.

Entre ellos predominan los médicos y los enfermeros, pero son muchos más profesionales los que están ahí: anestesistas, radiólogos, camilleros, choferes, administrativos, archivistas, afanadores, vigilantes, recepcionistas, almacenistas y un largo etcétera. Son hombres y mujeres comunes que salen diario de casa sin capa y cuando salen de su trabajo tampoco la tienen; es más, andan por ahí entre nosotros y no sabemos de su heroicidad, porque tampoco lo saben ellos y les tiene sin cuidado.

Hoy nos dicen que su trabajo es esencial, término novedoso y un tanto injusto para las otras esencias de la vida, pero que se le va a hacer si debemos entender la emergencia. Pues bien, ese personal se porta maravillosamente en los centros de trabajo donde enfrentan al enemigo feroz que nos ataca por todos los flancos, ese virus gordo y perezoso del que el mundo ignora aún muchas cosas y sobre el que solo pocas certezas existen: se requieren esfuerzos monumentales y conjuntos para combatirlo y evitar que la pandemia se establezca por largo tiempo entre nosotros.

Las miserias hospitalarias las vemos todos los días en periódicos, noticiarios y sitios de la red, en las que también se ha dicho que se dará la condecoración Miguel Hidalgo que incluye medallas, cruces, bandas y placas y una cantidad de dinero, a doctores y enfermeros. A primera vista, parece una medida encomiable a la que nadie se puede oponer porque nunca estará de más reconocer el trabajo profesional y dedicado y en efecto lo es, pero resulta extraño que se anuncie en el tiempo más álgido del problema, cuando los esfuerzos deben concentrarse en detener al virus.

Antes de que culmine el mecanismo de premiación, sería mucho más útil que a esos mismos trabajadores y a los demás que integran que atienden la emergencia en un centro de salud, se les entreguen los recursos indispensables para que su trabajo se haga en las mejores condiciones posibles. Que cuenten con los materiales y equipos que, gritando con la fuerza de la voz y de sus humildes pancartas, exigen a las autoridades sanitarias en las calles, los accesos y espacios comunes de los hospitales. Lo que el personal de los centros de salud pide es sencillo: que se atienda la pandemia, que el virus deje de propagarse en sus centros de trabajo, que ahora son focos de infección porque carecen de recursos para un combate efectivo.

No hablamos entonces de héroes, sino de profesionales de la salud dedicados a su trabajo. El lenguaje es el que hay que cambiar para evitar hablar de heroísmos y quitarle el sentido romántico a una tarea ardua y difícil.

Darle sentido romántico de las palabras y a los hechos no ayuda cuando hablamos de una política pública, porque la acción de gobierno es seca y contundente y claramente antirromántica, especialmente, en medicina, en donde adquiere tonos de realista dureza porque de no hacerlo, los doctores sucumbirían ante el dolor del paciente y dejarían de ser efectivos.

Más que medallas, el personal de los hospitales pide cápsulas de traslado y más que monetario, los doctores necesitan batas especiales que impidan infectarse del virus. Y más que todo lo anterior, esos doctores y demás personas de clínicas y hospitales, junto con todos los mexicanos, pedimos una buena atención médica que detenga al intruso.

La medalla parece el reconocimiento de una culpa de la que hay que sacar provecho. Es nuevamente obtener un beneficio mediático antes de resolver un problema. En la lógica del poder público, es mucho más redituable entregar 250 millones en premios que darle los presupuestos suficientes a los centros hospitalarios.

30 mayo

Incertidumbre. Foto archivo

Enorme desconfianza y temor provoca que al país lo hayan pintado de rojo. No hubo una explicación sensata que ayudara a entender que las treinta y dos entidades federativas salgan de la etapa de «sana distancia» para entrar a la de «nueva normalidad», en absoluta incertidumbre y en un momento en que los números de muertos y nuevos contagios no ceden y superan las predicciones de un modelo matemático mal hecho o de un número, 8 mil muertos, que soltó a la ligera el C. Subsecretario.

El color rojo artificial que la autoridad pone, es producto de un proceso desaseado, faltó de rigor metodológico y bañado de una guerra de descalificaciones entre gobernadores, el subsecretario y el presidente; en una lucha de bandos rijosos que no quieren entenderse, en donde ellos ponen las medidas y la sociedad los muertos y se mueve entre el autoritarismo ineficaz de la federación y la apatía irresponsable de buena parte de los gobernadores.

El color rojo alerta sobre riesgos máximos, nos dicen desde el discurso oficial, pero, entonces, cuál fue la causa que se etiquetaran a 300 municipios bajo el cursi y falso nombre de «municipios de la esperanza», si hoy, sin que cambien sus números de la crisis sanitaria, se convirtieron en «municipios de mayor riesgo». Así, de un plumazo. Esos municipios se ven ahora como un elemento más que demuestra el pobre rigor con el que se manejó la crisis sanitaria, en el que el uso manipulador del lenguaje sirvió para sembrar falsedades.

Instalarse en la «nueva normalidad», es una apuesta mayor en un juego de ruleta rusa y todo por no haber aplicado medidas eficaces cuando el virus apareció entre nosotros. El gobierno, representado por el subsecretario, tuvo un comportamiento errático que puede, sucintamente, describirse así: a) aún hoy, los hospitales que luchan contra el virus, carecen de los insumos necesarios; b) se actuó tardíamente; c) se menospreció el problema; d) el gasto público no se usó para dotar de insumos a los hospitales, con lo que se convirtieron en un foco de infección, e) no existió una efectiva campaña preventiva; f) no existe una efectiva política pública en materia de salud; g) no se predicó con el ejemplo.

El próximo lunes seremos testigos de una mayor movilidad. Mucha gente habrá en la calle porque se conjugan tres factores: otras ramas productivas se ponen en operación, la necesidad de hacerlo en un gran segmento que prefiere correr el riesgo de contagiarse y contar con algo de dinero para llevarlo a casa y por nuestra inveterada indisciplina social.

El transporte es el mayor desafío inmediato. Cómo hacer coincidir el interés del concesionario que más gana en tanto vaya más gente vaya en su unidad de transporte con el de evitar mayores contagios. Quién lo va a regular, si nunca nadie lo ha hecho. ¿Cómo evitar que viajen hacinadas quince o más personas en la parte trasera de una combi por la avenida Kabah, en Cancún? ¿Cómo impedir que ese mismo número de personas se trasladen al centro de la ciudad provenientes de Valle de Chalco o Ixtapaluca? ¿Cómo regular el metro? Parece entonces cierto un chiste que corre por ahí: pasamos de la «sana distancia» al «sálvese el que pueda». O que aparezca la «inmunidad de rebaño» como un milagro salvador.

El problema social mayor es que al día de hoy, 30 de mayo, el gobierno no ha informado en forma suficiente acerca de un peligro eventual: un posible rebrote, que se expresaría con una curva no aplanada, como hoy, y con una curva ascendente con una pendiente mayor.

Para desgracia nuestra, en México se agudiza la paradoja anunciada por Umberto Eco: mientras más información circula, menos se sabe de los fenómenos que vive una sociedad.

1Realizó estudios de posgrados en: Esp. Políticas Públicas y Equidad de Género, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Planeación y Operación del Desarrollo Municipal y Regional: Metodología y Herramientas, Instituto Nacional de Administración Pública, A.C. El Enfoque Territorial del Desarrollo Regional, ONU (FAO-FODEPAL)

 

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