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Alfonso Naver1

América en la oscuridad, imagen tomada por el satelite Suomi NPP en 2012. Foto NASA

Cada 22 de abril se celebra el Día Internacional de la Madre Tierra, una efeméride oficial proclamada por las Naciones Unidas en 2009, sin embargo, este día se comenzó a celebrar desde 1970, cuando el senador y activista ambiental Gaylord Nelson propuso la creación de una agencia ambiental y se realizó una manifestación masiva a la que acudieron más de dos mil universidades, decenas de miles de escuelas públicas y centenares de comunidades. En dicha manifestación se propuso el objetivo de concientizar a la humanidad sobre los problemas generados por la sobrepoblación, la contaminación, la conservación de la biodiversidad y otras preocupaciones ambientales. En 1972 se celebró la primera conferencia internacional sobre el medio ambiente: La Cumbre de la Tierra de Estocolmo, cuyo objetivo fue sensibilizar a los líderes mundiales sobre la magnitud de los problemas ambientales.

En este año, el Día Internacional de la Tierra ante la pandemia sanitaria mundial del COVID -19, se recordó que los expertos han alertado de la relación que existe de la salud humana con la salud de nuestro ecosistema. Con motivo de su 50 aniversario, y con la acción climática como tema principal, el Día de la Tierra 2020 estaba preparado para ser una ocasión histórica. Originalmente, se había organizado una serie de eventos que reunirían a personas en todo el mundo. Pero la pandemia de COVID-19 ha impulsado un cambio hacia plataformas completamente digitales y virtuales. Sin duda el Día Mundial de la Tierra de este año es diferente a todos los demás, pues se vive en medio del Covid-19 que ha cobrado la vida de 163,000 personas, y ha contagiado al menos a dos millones, alrededor del mundo, de acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), al cierre de esta edición.

El cambio climático que perturba la biodiversidad, es provocado en su mayor parte por el hombre en la naturaleza, como es la deforestación, el cambio de uso del suelo, la producción agrícola y ganadera intensiva o el creciente comercio ilegal de vida silvestre, que ha aumentado el contacto y la transmisión de enfermedades infecciosas de animales a humanos (enfermedades zoonóticas). De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), una nueva enfermedad infecciosa emerge en los humanos cada 4 meses. De estas enfermedades, el 75% provienen de animales. Esto muestra las estrechas relaciones entre la salud humana, animal y ambiental.

Imagen del horizonte terrestre. Foto NASA

El impacto visible y positivo del virus para el medio ambiente, se da a través de la mejora de la calidad del aire y la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, aunque es temporal, esto se debe a la desaceleración económica y a la angustia humana.

El brote del coronavirus representa un riesgo enorme para la salud pública y la economía mundial. Sin embargo, la biodiversidad puede ser parte de la solución, porque una diversidad de especies dificulta la propagación rápida de los patógenos. La llegada de este nuevo virus, no es algo nuevo ni probablemente detenga el origen o surgimiento de otros microorganismos dañinos al ser humano, hasta que se encuentre un tratamiento o vacuna efectiva ante el Covid-19.

Salud y biodiversidad

Los vínculos específicos entre la salud y la biodiversidad incluyen posibles impactos en la nutrición, la investigación sanitaria y la medicina tradicional, la generación de nuevas enfermedades infecciosas y cambios significativos en la distribución de plantas, patógenos, animales e incluso asentamientos humanos, algo que puede ser alentado debido al cambio climático.

Cabras en calles del Reino Unido. Foto Vdlife

A pesar de los esfuerzos actuales, la biodiversidad se está deteriorando en todo el mundo a un ritmo sin precedentes en la historia humana. Se estima que alrededor de un millón de especies animales y vegetales se encuentran actualmente en peligro de extinción.

Para fines de 2020, las emisiones globales de carbono deben disminuir 7,6% y continuar disminuyendo en esa misma proporción cada año durante la próxima década para que podamos mantener el calentamiento global por debajo de 1,5˚C a fines de siglo, según el Informe sobre la Brecha de Emisiones 2019 PNUMA.

Mientras el mundo planifica la recuperación posterior a la pandemia, PNUMA y otras agencias del sistema de las Naciones Unidas ven la situación actual como una oportunidad para llamar la atención sobre la necesidad de reconstruir mejor. Los riesgos de ignorar la destrucción ambiental deben entenderse y abordarse con políticas y medidas de protección.

Cervatillo urbano durante el COVID19. Imagen filescroll

Al igual que en el primer Día de la Tierra, hace 50 años, es hora de demostrar solidaridad, tomar medidas y enviar un mensaje claro a los líderes mundiales para frenar el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, y garantizar de que la protección del medio ambiente sea una base fundamental de los planes para lograr esto.

Sin embargo, nuestros patrones actuales de consumo no son sostenibles y necesitan reformularse. Desde 1950 hasta el día de hoy se han fabricado aproximadamente 8,300 millones de toneladas de plástico de un solo uso, que refuerzan la insostenible cultura de usar y tirar, de acuerdo con datos de Greenpeace.  El 91% de estos plásticos no se reciclan debido a la gran diversidad de materiales empleados en su fabricación, la mayoría termina en vertederos, incinerados o en ríos y mares, cualquiera de estos destinos desfavorables para la vida humana. Hoy más que nunca queda claro que reciclar no es suficiente.

Es el caso de los peces que llevamos a nuestra mesa, al menos el 20% presentó microplásticos en el estómago, evidenciando que la presencia de los plásticos permea todo el consumo humano. Un estudio elaborado por Greenpeace y la UNAM identificó los tipos de pescados con mayor cantidad de microplásticos: el “pajarito” (Hemiramphus brasiliensis) presentó 15.8 fragmentos plásticos, la especie Mero bobo contenía 7.5 y el huachinango ojo amarillo (Lutjanus vivanus) tuvo 3.63 piezas.

Puma en calles de Chile. Imagen filescrol

Otra arista que no hay que perder de vista es la contaminación del aire, la cual podría parecer inofensiva, pero en realidad es la más letal. Cada año, entre siete y ocho millones de personas mueren de forma prematura debido a la mala calidad del aire, afectando al 90% de la población mundial y cobrando la vida de 600,000 niños, de acuerdo con datos del PNUMA.

Según la evaluación del International Union for Conservation of Nature, a nivel mundial se han extinguido 79 especies de mamíferos, 23 de reptiles, 36 de anfibios y 134 de aves. Haciendo especial hincapié que 1,143 mamíferos viven bajo amenaza, de un total de 5,506.

En tanto, las Naciones Unidas ya han establecido al 2030 como una fecha límite para que se cumplan los compromisos actuales del Acuerdo de París, sin embargo, debido a la poca acción de los gobiernos se estima que las temperaturas aumenten hasta 3.2 grados Celsius para esa fecha, muy por encima del límite establecido por los científicos del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, de 1.5 grados. Esto desencadenaría la frecuencia e intensidad de los impactos climáticos, como las olas de calor y las tormentas presenciadas en todo el mundo. Además de la muerte del 75% de los arrecifes de coral y también afectará gravemente la producción de alimentos.

El Día Mundial de la Tierra 2020 debe servir para reflexionar sobre nuestros hábitos de consumo y el modo en que vivimos. Además de exigir a nuestros gobiernos el impulso de energías limpias y la aplicación de medidas y sanciones a las empresas más contaminantes, sin dejar de lado las acciones individuales. Únicamente con la conciencia individual y colectiva y una reformulación ambiental, la humanidad podrá sobrevivir, porque ya no se trata nada más de vivir.

La fauna recuperando, momentáneamente, su hábitat

En algunos países debido al confinamiento de sus habitantes, provocado por el coronavirus, algunos animales tuvieron vía libre para adueñarse de las calles, aunque sea por poco tiempo. El estado de cuarentena, implementado por distintas naciones para evitar su propagación, les dio la confianza a estas criaturas de salir de sus hábitats y pasear por donde, semanas antes, los humanos lo hacían.

En los primeros días del confinamiento por esta epidemia, los habitantes de las grandes ciudades redescubrieron el canto de los pájaro

Monos en calles de Tailandia. Imagen Vidfile

s. En Barcelona, vieron jabalíes y un oso paseándose por una pequeña aldea de Asturias. En Madrid, pavorreales por las calles; mientras que un puma silvestre deambulaba por las calles desiertas de Santiago de Chile, informaron las redes sociales. En París, pájaros cantan a todo pulmón, jabalíes caminan por la ciudad, patos recorren tranquilamente las calles, y delfines nadan en las costas de Cagliari, en Italia. En nuestro país, osos negros entrando a viviendas en Monterrey.

El avistamiento de fauna en las ciudades seguirá ocurriendo, mientras dure el aislamiento, sobre todo en lugares donde todavía quedan hábitats naturales en buen estado de conservación. Por lo general las especies que pueden observarse con mayor facilidad son las que están acostumbradas a la presencia humana, aunque son esquivas y difíciles de percibir en los escenarios urbanos tradicionales donde hay un alto flujo de personas y vehículos.

Los animales perciben que algo está pasando en su entorno, que de cierta manera ya no hay tanto riesgo y por eso se animan a explorar. Este tipo de fauna suele estar presente en las zonas urbanas donde hay parches de bosque, corredores ecológicos y salen más allá de los límites que antes percibían. En el caso de la ausencia de personas en las playas genera otro efecto indirecto: menor contaminación, por lo que el ciclo natural de los ecosistemas progresa de mejor forma. Ya que quizás haya mayor disponibilidad de alimento y que las aves obtienen comida sin tener que gastar tanta energía en desplazamientos. Ahora encuentran espacios donde pueden descansar y condiciones donde los ecosistemas se han regenerado momentáneamente. Pueden obtener alimento más rápido que cuando los humanos están en estas zonas.

Osos en calles de Monterrey, México. Imagen Vidfile

No sólo los animales resienten el cambio súbito en las actividades de las personas alrededor del mundo, la naturaleza también encuentra su camino para que la vida continúe: el agua de mares y lagos es más cristalina, las montañas se ven con mayor claridad ante la disminución de la contaminación, los bosques han renovado su aire fresco y las nubes en el cielo azul se aprecian mejor. Lo mismo ocurre con las plantas. Las orquídeas salvajes, protegidas, que son recogidas por los caminantes, de momento pueden crecer en paz. En las ciudades, los céspedes florecen y ofrecen recursos para abejorros, abejas y mariposas. Los expertos coinciden en que este beneficio para la naturaleza será temporal y que es muy probable que una vez se retomen los estilos de vida humanos, los animales vuelvan a los lugares donde usualmente estaban.

El confinamiento humano

Algunos de los inconvenientes del confinamiento humano para la fauna urbana, podemos mencionar que donde las especies están acostumbradas a alimentarse de desechos es mínima la disponibilidad del sustento, otra porque se interrumpe la ayuda a las que están en peligro de extinción o de lucha contra las especies invasoras (plagas). Hay que considerar que la fauna silvestre, cercana a las ciudades, ante la reducción del tráfico y de la presencia humana han diluido las barreras habituales de acceso a la ciudad. Sin ellas, queda desprotegido un espacio muy atractivo, con una gran disponibilidad de alimento (la basura) y seguro por la ausencia de predadores naturales y de cazadores.

Jabalies en Haifa, Israel. Imagen Vidfile

Las imágenes de fauna silvestre que aparecen en áreas habitadas debido al confinamiento humano, aunque sugiere un vínculo positivo entre la naturaleza y la pandemia de Covid-19 tiene también otras implicaciones, ya que las enfermedades infecciosas provienen principalmente de la vida silvestre. El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de E.U.A., estima que tres cuartas partes de las enfermedades nuevas o emergentes que infectan a los humanos, como el Ébola, el dengue, el Zika o la fiebre amarilla, se originan en la vida silvestre.

La científica meteoróloga estadounidense y profesora de ciencia política en la Universidad Tecnológica de Texas, Katharine Anne Scott Hayhoe, ​ explica que, aunque “algunas enfermedades, como el Zika, se transmiten por animales como los mosquitos y las garrapatas y se puede esperar que se propaguen a medida que aumenta el calentamiento del planeta, pero son los humanos quienes transmiten COVID-19, por lo que el cambio climático no está afectando significativamente la propagación de la enfermedad”. Coincide en el tema un artículo de World Wildlife Fund en que se aborda el efecto de la pérdida de biodiversidad en la propagación de pandemias, lo que implica que la propagación de nuevas enfermedades como el Ébola, el SIDA y el SARS se ve directamente afectada por la destrucción de los ecosistemas naturales. Actualmente, se estima que entre 10.000 y 600.000 especies de virus de mamíferos tienen el potencial de propagarse en poblaciones humanas, pero la gran mayoría de virus circula en la vida silvestre, y son desconocidos.

El nexo entre la vida silvestre, las enfermedades y las personas no es nuevo. Pero las enfermedades emergentes se han cuadruplicado en los últimos 50 años debido a la fragmentación del hábitat, el uso de la tierra y el cambio climático. La contaminación ambiental, la pérdida de áreas naturales por la tala, la minería, la agricultura y la urbanización, acercan a las personas a las especies animales. Sin olvidar los mercados informales como fue el caso del Covid-19. Es muy probable que surjan enfermedades debido a la mayor proximidad entre las personas, la vida silvestre, el ganado y las mascotas. El cambio climático también ha acelerado los patrones de transmisión de enfermedades infecciosas como la malaria.

La crisis climática y las pandemias

Venado en Triconmalee, Sri Lanka. Imagen filescroll

Nuestra destrucción e interrupción de la naturaleza está aumentando la probabilidad de más pandemias. Si no nos enfrentamos a la crisis climática, el resultado será desastroso, pero si nos dedicamos a la protección de la biodiversidad y usamos los recursos naturales de manera sostenible, estamos destinados a mejorar la vida en este hermoso planeta.

Son muchos los científicos que defienden que podría haber una correlación entre las tasas de contaminación del aire y mortalidad para los pacientes con Covid-19. La epidemia pasada de SARS en China encontró que los pacientes de regiones con alta contaminación del aire tenían el doble de probabilidades de morir de SARS en comparación con los pacientes de regiones con aire más limpio.

En lo que todos los medios de comunicación coinciden es que las medidas de confinamiento establecidas para frenar la expansión del coronavirus están disminuyendo de forma drásticas las emisiones. En este sentido, el Centro para la Investigación Internacional del Clima asegura que “existe un fuerte vínculo entre la actividad económica y las emisiones globales de dióxido de carbono, debido al predominio de las fuentes de energía de combustibles fósiles… Este acoplamiento sugiere que podríamos tener una sorpresa inesperada debido a la pandemia de coronavirus: una desaceleración de las emisiones de dióxido de carbono debido a la reducción del consumo de energía”.

Un informe de la Universidad Bocconi de Milán indica que el distanciamiento social puede tener efectos positivos en el medio ambiente.  El documento resalta que solo hay evidencia preliminar de que el distanciamiento social puede tener un impacto positivo: “los investigadores han comenzado a analizar los números que ahora están disponibles (aunque estamos lejos de tener una imagen definitiva) sobre las implicaciones del distanciamiento social para luchar contra el COVID-19 y su impacto potencial en la contaminación. Los resultados se ven diferentes dependiendo de los contaminantes considerados y pueden tener efectos ambientales positivos en general.

Las emisiones de CO2, responsables del cambio climático, se redujeron en forma significativa en los países afectados por el coronavirus. En China, las emisiones de CO2 cayeron casi una cuarta parte entre principios de febrero y marzo de este año, en comparación con 2019. Asimismo, en el norte de Italia y en los Estados Unidos se comenzó a registrar una reducción en las emisiones de CO2 y en la contaminación del aire. Esta disminución significativa está directamente vinculada a la reducción drástica de las actividades industriales que dependen en gran medida del carbón y el petróleo. Del mismo modo, la desaceleración de la movilidad de las personas, en particular la vinculada al tráfico aéreo global (un sector que emite gases de efecto invernadero), parece conducir mecánicamente a una caída de las emisiones de CO2.

Sin embargo, no hay nada de qué alegrarse. Estos descensos únicos se producen después de un largo período de aumento continuo: los últimos cinco años fueron los más calurosos y, además, 19 de los 20 años en los que se registró mayor temperatura corresponden a este siglo. Sumado a esto, actualmente las emisiones de CO2 en los hogares están subiendo de manera drástica.

Las industrias más contaminantes, como el sector aéreo, ya están trabajando para beneficiarse de los esfuerzos de recuperación, obtener nuevas desregulaciones, y enterrar los estándares ambientales y sociales con el pretexto de volver al crecimiento económico, que en realidad está basado en actividades tóxicas y en orígenes de desigualdad.

Medidas después de la cuarentena

Los pagos por servicios ecosistémicos pueden promover la reforestación, reavivar la actividad económica y mejorar el manejo forestal. Las soluciones basadas en la naturaleza también juegan un papel crítico en la confrontación de la crisis climática a través de la captura de carbono y proporcionando barreras a los peligros naturales relacionados con el clima.

Proteger la naturaleza y garantizar el uso sostenible de los recursos naturales podría ayudar a prevenir la próxima pandemia. La combinación correcta de proteger la naturaleza, el uso sostenible de los recursos naturales y educar a las comunidades locales sobre los peligros de las enfermedades zoonóticas podría desempeñar un papel importante en el desarrollo sostenible con importantes beneficios colaterales para las personas, la biodiversidad y el clima.

El fenómeno más importante es que la manera de los humanos de ver a la naturaleza está cambiando: las personas confinadas se están dando cuenta de cuánto la extrañan. Al final de la cuarentena la gente querrá estar cerca de la naturaleza, pero un exceso puede ser desfavorable por lo que será necesario manejar de la mejor manera este acercamiento. Hay que tener presente que la naturaleza puede estar sin nosotros, pero nosotros no podemos vivir sin ella. Somos dependientes de la naturaleza. Hemos intercambiado los papeles. Los pájaros vuelan libremente mientras nos observan confinados en nuestras jaulas.

El distanciamiento social llegó para quedarse y cambiará nuestra forma de vida. Las medidas para frenar el coronavirus nos han llevado a cambiar radicalmente nuestra vida cotidiana, las cosas no volverán a la normalidad después de unos meses. No es una interrupción temporal, sino el comienzo de una forma de vida completamente diferente. Puede ser el momento de reflexión y entendimiento para aprender de nuestros errores, o puede ser el principio de un ciclo que continuará hasta que finalmente aprendamos la lección. La actual pandemia de COVID-19 es un claro recordatorio de la vulnerabilidad de los humanos y del planeta frente a amenazas de magnitud global. El daño descontrolado a nuestro medio ambiente debe ser analizado y comenzar a resolverlo.

1Fundador del periódico “Antena” del Oriente de Michoacán, columnista en “Diario Amanecer” del Estado de México, cofundador de la revista “Vasos Comunicantes” en la Ciudad de México.

 

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