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Carlos Pellicer Cámara nació el 16 de enero de 1897 y falleció el 16 de febrero de 1977, fue escritor, poeta, museógrafo y político, fue Senador por Tabasco desde el 1 de septiembre de 1976 hasta el día de su muerte. Fue cofundador del Grupo Solidario del Movimiento Obrero; profesor de poesía moderna en la UNAM y director del Departamento de Bellas Artes; organizó los museos Frida Kahlo, La Venta y Anahuacalli. Formó parte del grupo los Contemporáneos e ingresó a la Academia de la Lengua en 1953. Colaboró en las revistas Falange, Contemporáneos y Ulises. Premio Nacional de Literatura 1964.

Se acercó a las letras gracias a la dedicación de su madre, quien también inculcó en él una consciencia social. La terrible situación política de su país lo obligó a trabajar desde muy pequeño, mientras su padre prestaba sus servicios como soldado. Fue en esa época, a los doce años de edad, que Pellicer comenzó a escribir sus primeros versos. Además de su labor como creador, ocupó cargos oficiales, trabajó como docente y dedicó gran parte de su vida a intentar recuperar piezas de arte que se hubieran perdido a raíz de la conquista española. Su estilo literario, de naturaleza vanguardista, lo llevó por el camino de la innovación y la búsqueda de nuevas influencias. Por esta razón, muchos lo consideran el primer poeta moderno de México. Entre sus obras publicadas por él mismo, se encuentran “Colores en el mar y otros poemas”, “Esquemas para una oda tropical”, la antología “Hora de junio” y “Cuerdas, percusión y alientos”. Luego de su fallecimiento, se editaron varios libros de su autoría, como ser “Cosillas para el nacimiento”.

DESEOS

Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color.
Todo lo que yo toque
se llenará de sol.
En las tardes sutiles de otras tierras
pasaré con mis ruidos de vidrio tornasol.
Déjame un solo instante
dejar de ser grito y color.
Déjame un solo instante
cambiar de clima el corazón,
beber la penumbra de una cosa desierta,
inclinarme en silencio sobre un remoto balcón,
ahondarme en el manto de pliegues finos,
dispersarme en la orilla de una suave devoción,
acariciar dulcemente las cabelleras lacias
y escribir con un lápiz muy fino mi meditación.
¡Oh, dejar de ser un solo instante
el Ayudante de Campo del sol!
¡Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color!

 

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