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La personalidad de B. Traven sigue siendo un enigma, cuya resolución parece imposible, dada la existencia de abundantes declaraciones y testimonios contradictorios. Existen al menos veintiséis biografías que tratan de resolver ese misterio, todas en vano. Nadie sabe con certeza dónde nació ni cuándo nació ni quiénes fueron sus padres: él mismo probablemente no lo supo nunca. Nadie sabe tampoco, con seguridad, en qué lugar pasó su niñez, qué cosas le sucedieron durante su juventud, cuál era su nombre de verdad, quiénes fueron sus amigos durante todos esos años. En su biografía no hay tíos ni primos ni abuelos ni hermanos. No hay nada.

El Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México inauguró en el verano de 2016, en el contexto del año dual México-Alemania, una exposición sobre el escritor alemán y mexicano a la vez, uno de los más enigmáticos de todos los tiempos, a partir del material disponible en el B. Traven Estate. Hay cartas, manuscritos, fotos, máquinas de escribir: los objetos que lo rodearon en su vida, heredados a su muerte por su esposa, Rosa Elena Luján. En todos ellos está Traven. ¿Quién era? ¿Es posible saberlo al fin? La exposición ofrece pistas, pero no responde a la pregunta, que sigue todavía sin tener una respuesta clara, a no ser la de Paul Theroux: “El más grande misterio literario de este siglo”.

Según las investigaciones documentales de Will Wyatt, se trataría de Hermann Albert Otto Maximilian Freige Wienecke, nacido en Schwiebus, Alemania, el 23 de febrero de 1882; sin embargo, según Gabriel Figueroa, quien fuera uno de sus pocos amigos cercanos, Traven le confió que era Mauricio Ratenau, el hijo no reconocido de un importante empresario alemán y de la actriz irlandesa Helen Mareck. Según Wyatt, Traven vivió un tiempo al lado de los abuelos maternos y, tras una breve estancia con sus padres, se separó de ellos, por lo que tuvo que trabajar como cerrajero y militar. Por su parte, Figueroa afirmó que había pasado su infancia en Alemania, hasta la edad de diez u once años, cuando se embarcó como grumete en un barco que lo llevó por Oceanía, Asia y América. Tiempo después al iniciar la Primera Guerra Mundial, Traven sería conocido bajo el seudónimo de Ret Marut.

Carlos Tello Díaz cuenta que tuvo el gusto y el honor de conocer, gracias a una de sus hijas, a la viuda de Traven: Rosa Elena Luján. Estaba ya grande, nos dice, aunque conservaba todavía el aura de la belleza que la había hecho célebre en la década de los cuarenta. “Casi nunca le hacía preguntas”, comento la viuda, “porque sabía que a él no le gustaban”. Las preguntas eran además inútiles. “No creo que haya podido decir la verdad incluso si lo quería”, había dicho ella misma en otra entrevista, reproducida por Karl Guthke, el biógrafo de Traven. “Estaba todo tan hecho bolas en su cabeza que él mismo ya no sabía la verdad”. Un mes después de la muerte de su marido, sin embargo, ella confirmó, de acuerdo con su voluntad, lo que ya muchos sospechaban: que Traven era de verdad Ret Marut. No sabemos con certeza quién era Marut, pero sabemos que Traven era Marut.

La vida de Traven está documentada, por vez primera, en septiembre de 1907, bajo el nombre de Ret Marut, un actor que trabajaba en el teatro municipal de Essen, en Alemania. Marut reaparece después en Berlín, en 1910, como miembro del grupo de teatro Neue Bühne y, más tarde, en 1912, como tesorero del sindicato de actores de Danzig. La guerra de 1914 lo sorprende junto con sus compañeros en Dusseldorf, que deja meses después para llegar a Munich, la capital de Baviera. Ahí tiene que llenar, por orden de las autoridades, un cuestionario con datos sobre su biografía.

Ret Marut 1914. Foto Archivo

Según el cuestionario de la policía, Ret Marut nació el 25 de febrero de 1882 en la ciudad de San Francisco, hijo de William Marut y Helene Ottarrent. El padre desapareció muy pronto de su vida y la madre, que era actriz y cantante, zarpó con él hacia Europa, con el propósito de residir en Alemania. Marut tuvo ahí una niñez muy bohemia —caótica, en verdad— aunque no totalmente descuidada, pues aprendió a tocar el piano y el violín. A los diez años hizo algo que marcó su vida para siempre: abandonó su casa para nunca más ver a su madre, a quien detestaba. Es difícil imaginarlo en ese momento de su vida: solo, frágil, vagando sin rumbo por Europa. ¿Qué comía? ¿Qué ropa vestía? ¿Cómo viajaba de un lugar a otro? ¿Dónde dormía cuando llegaba la noche? En 1892 encontró trabajo como mozo de cocina en un barco que zarpó, ese verano, al fin del mundo: Oceanía. Llegó a Sydney, al este de Australia, y luego de cinco semanas procedió a Singapur y a la India, al parecer a Madras, para regresar luego de tres años de viajes al puerto de Rotterdam. Entre 1895 y 1897 volvió a la India. Más tarde, en 1899, cruzó el Atlántico para conocer América. Zarpó de Hamburgo a Río de Janeiro, bajó por el Cabo de Hornos, subió hasta San Francisco, regresó después por el Atlántico para recalar en Nueva York. En 1900 tornó a Rotterdam y más tarde, en 1902, llegó por tren a Viena, donde estudió literatura para ser actor de teatro en Alemania.

Nadie sabe si son ciertos todos estos datos, que sobreviven aún en el cuestionario de la policía de Munich. El apellido Marut, por ejemplo, que es polaco, no aparece en los registros de San Francisco. Traven, por lo demás, fantaseaba con facilidad y con frecuencia. Afirmó ser americano, noruego, croata, sueco, lituano, inglés y nicaragüense, y fomentó la idea de que era el heredero del empresario Emil Rathenau (fue dicho también que era el hijo no legítimo del kaiser Wilhelm II).

El Ladrillo. Foto Archivo

Su carrera en el teatro terminó en 1915, en Dusseldorf, donde conoció a la actriz Irene Mermet, con quien editó después la revista que publicaban los anarquistas de Baviera, idealista, incendiaria, que tenía el color y la forma de un ladrillo: Der Ziegelbrenner. Es el final de su vida como actor y el comienzo de su vida como revolucionario.

El barco de los muertos (poner foto del libro)

Marut vivió con intensidad los sucesos que desencadenó la derrota de su país en la Primera Guerra. En noviembre de 1918 fue proclamada en Munich, donde residía, la República de los Consejos. Ese mes los Wittelsbach, soberanos de Baviera, salieron exiliados de su reino, y el escritor Kurt Eisner, líder de los socialdemócratas, asumió por consenso la jefatura del gobierno de la República. Sobrevino después el desconcierto. En febrero Eisner cayó asesinado frente al Parlamento; en abril los comunistas tomaron el poder en Munich; en mayo la revolución de Baviera terminó aplastada por las tropas de Berlín. Sus líderes fueron entonces perseguidos sin tregua, entre ellos Marut, acusado de trabajar en el Comité de Propaganda de la República de los Consejos. Fue apresado, interrogado y condenado a muerte, pero logró escapar de la prisión con ayuda de sus guardias. Entre 1919 y 1923 vivió en la clandestinidad, al parecer en Viena, Berlín y Colonia. Viajaba muchas veces a pie, de ciudad en ciudad, durmiendo en el campo bajo las estrellas. Con ayuda de su compañera, Irene Mermet, hacía muñecas de juguete con retazos de tela para vender en los mercados de Alemania. En el verano de 1923 consiguió por fin escapar a Canadá, donde las autoridades lo deportaron a Londres, ciudad en la que fue arrestado el 30 de noviembre por violar la ley de migración del Reino Unido. Permaneció casi tres meses en la prisión de Brixton, aunque no la pasó tan mal, pues sus custodios le dieron, además de techo y comida, la tranquilidad necesaria para escribir en inglés el borrador de El barco de los muertos. El libro, publicado después en alemán, sería con los años un bestseller en todos los idiomas. Narraba con lujo de detalle las aventuras que el autor vivió de joven —sin papeles, al garete— en los buques que surcaban las aguas del Atlántico.

A principios del verano de 1924, Ret Marut desembarcó en el puerto de Tampico, al noreste de México. Son desconocidas las razones que lo llevaron a vivir ahí. Tal vez trataba de llegar a Estados Unidos con Irene Mermet, que lo dejó poco después para cumplir su deseo de residir en Nueva York; tal vez soñaba con aquel país desde sus noches en Londres, cuando leía sobre la Revolución en las páginas de Freedom, la revista que publicaban sus camaradas del East End; tal vez recordaba lo que le decían, cegados por el optimismo, los sindicalistas que frecuentaba en la clandestinidad de Berlín, uno de los cuales era representante de la Confederación General de Trabajadores de México. Eso no lo puede saber nadie con certeza. Al llegar al país, como quiera, Ret Marut desapareció para dar lugar a Traven, el pseudónimo del autor más enigmático del siglo XX. Así tuvo lugar la parte final de su metamorfosis.

La gente de Tampico lo conocía con el nombre de Traven Torsvan. Era un tipo solitario, no muy diferente al resto de los americanos que trabajaban en el negocio del petróleo: rubio, quemado por el sol, con los ojos azules y claros deslumbrados por la luz del trópico. Todos lo reconocían por su nariz, que era descomunal. Había nacido —según reveló más tarde, en su testamento— el 3 de mayo de 1890, en Chicago, hijo de Burton Torsvan y Dorothy Croves. Sus padres eran norteamericanos, aunque descendían de familias originarias de Noruega. Los años de su niñez, que fue solitaria, transcurrieron en el norte de Estados Unidos. Nunca asistió a la escuela, pues desde pequeño tuvo que trabajar en oficios muy diversos, entre ellos boleador de zapatos, panadero, voceador de diarios y ayudante del repartidor de leche. En 1900, a los diez años, llegó de casualidad a los muelles de Nueva Orleáns, donde fue reclutado como grumete por un barco de carga que tocaba los puertos del Golfo de México. Con el paso de los años tuvo la oportunidad de conocer el resto del mundo, sobre todo los países del oriente de Asia. En 1911 puso fin a su vida de marino, disgustado con el trato que le daban —así señalaría después, en una carta— los oficiales de un buque que navegaba con la bandera de Holanda. Vivió por unos años en el puerto de Mazatlán, al oeste de México. Más tarde residió también, por momentos, en los estados del sur de la Unión Americana. En 1914 cruzó de nuevo la frontera, esta vez por Ciudad Juárez. Desde entonces vivía en México, donde trabajaba en la pizca de algodón en Tamaulipas.

Nadie tenía motivos para poner en duda la palabra del señor Traven Torsvan. Era una persona que parecía seria. En el curso de 1925, mientras escribía sin parar en su casa de Tampico, agachado sobre las teclas de su Smith Premier, exploraba también los pozos de la Compañía Mexicana de Petróleo El Águila. El contacto con los petroleros le deparó la sorpresa de conocer a quien sería después el general Augusto César Sandino, que por esas fechas trabajaba como mecánico para la Huasteca Petroleum Company. Su relación con él fue muy estrecha, al grado de que, pasados los años, organizó varias colectas para mandar a sus tropas, hasta las montañas de Nicaragua, los fondos recaudados en la ciudad de México. Traven estuvo también vinculado con otros personajes de la izquierda, como el pintor Diego Rivera, que por esas fechas terminaba los murales de la Secretaría de Educación. Los frecuentaba en la capital, donde radicaba desde principios de 1926 en un cuarto del Hotel Pánuco, en la calle de Ayuntamiento. El éxito de sus libros, que firmaba ya con el nombre de B. Traven, le permitía vivir, finalmente, sin problemas de dinero. Acababa de terminar una novela que, transcrita después al inglés, John Huston habría de llevar a Hollywood con un nombre de leyenda: El tesoro de la Sierra Madre.

Traven, un fotógrafo en Chiapas.

Tampico Tamaulipas. Foto Archivo

En el verano de 1926 Traven participó en una expedición a Chiapas organizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. En la lista de los participantes, todos mexicanos, aparecía con el título de “fotógrafo noruego”. No mentía, al menos no por completo: entre sus maestros en el arte de la fotografía —que conocía: hay fotos suyas en la exposición del Museo de Arte Moderno— estaban sus amigos Edward Weston y Tina Modotti. La expedición a Chiapas tenía la pretensión de recorrer todo el estado, pero llegó nada más hasta San Cristóbal, donde Traven la dejó para tomar imágenes de las comunidades de los Altos. Ahí fue donde escuchó hablar por vez primera de la selva.

Traven volvió a Chiapas a principios de 1928. En Ocosingo conoció a Enrique Bulnes, quien lo invitó a pasar un tiempo en la finca de su familia, El Real, situada en los linderos de la Selva Lacandona. Bulnes era todavía por esas fechas, a pesar de vivir con modestia, un hombre bastante rico, gracias a la explotación de la caoba que abundaba en la cuenca del Jataté. Era también un hombre culto, que hablaba bien el inglés, pues había vivido de joven en Estados Unidos. Llegó a ser muy amigo de Traven, a quien le escribía durante sus viajes a la capital (“muy señor mío y amigo”) para decirle que no tuviera cuidado, que sus caballos estaban bien atendidos en El Real. “Bulnes pertenecía a la vieja escuela”, escribió un explorador que lo conoció por esos años, “todavía bien conservado, a pesar de los vuelcos de fortuna que siguieron a la caída del general Díaz. Era rubio, de nariz aguileña, con un pequeño bigote dorado tocado de gris”. No fue nunca un ejemplo de benevolencia con sus trabajadores. A pesar de sus modales, amables y refinados, tenía la costumbre de castigar con azotes a sus peones, hombres o mujeres, al igual que la mayoría de los finqueros de Chiapas. “Don Enrique decía que era absolutamente la única manera de mantener en orden a la gente”, explicó en una carta a su familia el arqueólogo Alfred Tozzer, uno de sus huéspedes en El Real.

La finca estaba consagrada a la producción de café, que cortaban los peones que trabajaban en sus tierras, por lo general indígenas oriundos de los Altos. Sus corredores, divididos por columnas, donde colgaban las hamacas, estaban llenos de macetas con rosas. Eran uno de sus lujos. Había otros. La casa tenía, por ejemplo, una máquina para hacer hielos, donde don Enrique guardaba los vinos de La Rioja que mandaba traer de España por barco, para después hacer llegar a lomo de mula desde Veracruz. En aquella finca Traven intimó con un mestizo que había trabajado de joven en las monterías de la selva, un hombre llamado Amador Paniagua que estaba destinado a ser el principal informante de las novelas que formaron el llamado Ciclo de la Caoba, entre las que destaca La rebelión de los colgados.

Tampico Tamaulipas. Foto Archivo

Traven visitó por vez primera las monterías que todavía quedaban en la selva de Chiapas durante la primavera de 1930. Acababa de conocer en San Cristóbal al contador de la Casa Romano, un tal Yarela, quien le proporcionó una carta de introducción para Sergio Mijares. Traven estaba interesado en platicar con él sobre su tío, ya fallecido, un hombre siniestro, Fernando Mijares, así como también en visitar los restos de la central que dirigiera a sangre y fuego, San Román, en el corazón de Tzendales. Al llegar a El Real, sin embargo, cambió de planes: optó por explorar con apoyo de unos guías la región del Usumacinta. En enero pasó con ellos, en mula, por un caribal de lacandones, cerca de Nahá. Luego recorrió la laguna de Santa Clara, el cañón de Anaité, las ruinas de Yaxchilán, en el lodo, bajo los árboles, hasta llegar al cabo de varias semanas a la central de Nueva Filadelfia. Ahí permaneció unos días. Llevaba con él una cámara de bolsillo marca Leica, con la que tomó fotos de las trozas de caoba que esperaban en el tumbadero del Usumacinta. La central pertenecía desde hacía diez años a la Agua Azul Mahogany Company, una empresa basada en Canadá, cuyas instalaciones eran las más lujosas de la Selva Lacandona. La casa del administrador, por ejemplo, estaba hecha de madera, con techo de lámina para resistir las lluvias. Su baño tenía ducha y excusado y su recámara, cosa increíble, estaba todas las noches iluminada con bombillas de luz. Los trabajadores, de hecho, usaban tractores en vez de bueyes, a pesar de la dificultad que significaba llevar la gasolina tan lejos de la civilización.

La Rebelión de los Colgados (poner foto del libro) y el Ciclo de la Caoba.

Un año después de su viaje por la selva, Traven empezó a publicar en Alemania las novelas del Ciclo de la Caoba. En 1936 apareció la más brutal de todas, la quinta, con un título enigmático: Die Rebellion der Gehenkten. Fue traducida al español (a partir de su versión en inglés) por la hermana de quien sería el presidente más popular de México, la señora Esperanza López Mateos, entonces secretaria, delegada y confidente del autor que firmaba con el nombre de B. Traven. Por razones poco claras, Esperanza se quitó la vida en 1951, meses después de publicar La rebelión de los colgados. Al conocer la noticia, un periódico del gobierno reportó: “Murió B. Traven”. La rebelión de los colgados contaba la tragedia de los peones que trabajaban en una montería de la Selva Lacandona llamada La Armonía. Estaba claramente basada en la historia: La Armonía es una copia de la central de San Román y su dueño, Don Acacio, es un retrato de Fernando Mijares, célebre por su crueldad, muerto a mediados de los veinte en una cárcel de San Juan Bautista de Tabasco. Así también, la insurrección que describe hacia el final está inspirada en un conato de rebelión que en 1908, parece ser, estalló entre los trabajadores de Tzendales, la zona de la central de San Román. La realidad fue pues la fuente de la ficción, aunque con el paso de los años los papeles acabaron invertidos: el impacto del libro resultó tan profundo, en efecto, que la historia terminó por imitar a la novela. Es imposible no ver hoy la vida de las monterías a través de Traven. La novela resultó un éxito de público sin precedentes, que muy pronto, como reguero de pólvora, propagó la historia de la crueldad de los madereros hasta los confines de Chiapas. Los Bulnes no sabían aún —nadie lo sabía— que el autor del libro era su amigo, el señor Torsvan. Cuando lo descubrieron, años más tarde, quedaron sorprendidos de que les pagara con esa moneda las amabilidades que con él tuvieron en El Real. La rebelión de los colgados tenía una fuerza narrativa considerable, desarrollaba una trama que era fácil de comprender. Pero desde el punto de vista de la historia era criticable por generalizar a partir de la experiencia de un caso que había sido excepcional, el de Fernando Mijares en la central de San Román. Para quienes conocían el tema, además, tenía detalles que le restaban credibilidad, como situar a los tzotziles de los Altos —protagonistas de la rebelión— en las explotaciones de caoba de la Selva Lacandona. Los monteros tenían en realidad un origen distinto. Eran por lo general mestizos, hacheros de Bachajón y vaqueros de Ocosingo, así como también hombres de río de Cabecera, Balancán y Comalcalco.

Traven en Palenque

Balneario Nututún, set de la película “La rebelión de los colgados” Foto archivo

Traven habría de volver a Chiapas una vez más, años después, en abril de 1954, para filmar La rebelión de los colgados. La película fue rodada en un paraje de la Selva Lacandona y en el rio Chacamax que se encuentra en Palenque, con fotografía de su amigo Gabriel Figueroa. Traven asistió a la filmación sin dar a conocer su identidad, escondido tras el nombre de Hal Croves. Así lo llamaban todos. Era de hecho el autor del guión de la película. Unos años antes, en su rancho de Acapulco, donde vivía muy tranquilo, el periodista Luis Spota lo había sorprendido con la noticia de que él, Traven Torsvan, era en realidad B. Traven. Por aquellos años, para colmo, sus editores comenzaban a rumorar que su nombre de verdad era Ret Marut, el anarquista de Baviera. ¿Qué secreto guardaba su pasado? ¿Algo vergonzoso? ¿Por qué no quería que la gente supiera quién era? Quizá por haber sufrido la persecución del Estado durante sus años rebeldes y anarquistas en Europa. Las fotos lo muestran a menudo con la mirada nerviosa, como de perseguido, en las raras ocasiones en que mira de frente a la cámara. Por lo general la veía de lado. “Siempre se volteaba un poquito cuando le tomaban fotos”, recuerda una de sus hijastras, que lo conoció por esas fechas, “o se ponía un cigarro en la boca para esconderse la cara, a pesar de que no fumaba, porque odiaba el cigarro”. A veces recurría a tácticas más sofisticadas: “Se ponía zapatos especiales, con tacón, para verse más alto en la calle”.

Traven Torsvan vivió sin mayores sobresaltos el ocaso de su vida, acompañado por su esposa Rosa Elena Luján. Antes de morir, en el seno del hogar, dispuso que sus cenizas fueran regadas en el río Jataté, cerca de la finca El Real. El 19 de abril de 1969 una avioneta Cessna de una hélice salió de Ocosingo para esparcir las cenizas de Traven en la Selva Lacandona.

Legado

B. Traven, cualquiera que sea su verdadera identidad, pertenece por igual a la literatura angloamericana, a la alemana –por su origen o por la lengua en la que aparecieron las primeras ediciones de sus obras- y a la mexicana, no sólo por la temática que abordó, sino por la compenetración que logró con el mundo mexicano y, en especial, con el indígena. Su obra narrativa se caracteriza por denunciar la explotación que sufren los trabajadores en el mundo, no importa si se trata de negros, asiáticos o indios; sólo el anarquismo parece ser la solución a esta realidad social. Normalmente sus historias están contadas desde la perspectiva de un narrador en primera persona, que se identifica con un norteamericano, a veces un poco cínico. A pesar de la evidente simpatía que Traven muestra por los desprotegidos, no deja de señalar sus defectos, como la poca importancia que los indios le dan a las mujeres, la necedad e incluso la crueldad de sus acciones, cercana a la barbarie; muchos de estos rasgos se ven acentuados por el humor, a veces bastante cruel. Algunos críticos han encontrado rasgos autobiográficos en el personaje de Gerard Gales, protagonista de sus dos primeras novelas, El barco de la muerte y Los pizcadores de algodón, pues se trata de un norteamericano sin identidad que, durante los años de la Guerra Mundial, viaja en un par de barcos destinados a naufragar y llega a México, donde se establece, trabajando primero como pizcador y luego como empleado petrolero. A partir de El tesoro de la Sierra Madre, una de sus novelas más conocidas, Traven plantea el enfrentamiento entre culturas y sus sistemas de valores: por un lado, la norteamericana, caracterizada por su codicia y ambición, y por el otro, la sencillez, el apego a la tierra y la alegría, propias de los pueblos indígenas. La Rosa Blanca, por ejemplo, denuncia la ambición de las compañías petroleras, que incluso asesinan a un propietario con tal de adueñarse de sus tierras. Con La carreta inicia el ciclo de la caoba, serie de seis novelas en las que la selva chiapaneca sirve de marco a la vida de explotación que padecen los trabajadores, atados a sus patrones por deudas ancestrales, durante los años anteriores a la Revolución; de este grupo destaca La rebelión de los colgados. Macario, posiblemente uno de sus mejores cuentos, reelabora un par de relatos de los hermanos Grimm, “El padrino” y “El padrino Muerte”, pero ambientándolos en el campo mexicano. Una de sus obras menos conocidas, Tierra de la primavera, recientemente traducida al español, es un valioso testimonio porque es el relato personal de su viaje por la selva chiapaneca durante los años veinte, en el que mezcla el análisis objetivo con sus opiniones subjetivas; además, muchos de los asuntos que aborda, los retomará en su narrativa posterior. Sus obras han sido traducidas a más de treinta lenguas; algunas de ellas han sido adaptadas al cine, mientras que de otras sólo se conocen ediciones alemanas, como es el caso de Trozas y de Aslan Norval.

Macario (poner foto del libro)

Traven nos narra la historia de un campesino que a pesar de su pobreza era un hombre honesto que vivía con su familia en una casita de paja. Él es un leñador que trabaja todo el día, desde antes del amanecer hasta el anochecer, con un solo sueño: comerse un pavo entero él solo, aunque tiene once hijos que mantener con su sueldo de dos reales (pesos) al día y a veces menos. Su esposa también trabaja, haciendo labores del hogar y después de atender a los niños en casa, lava ropa ajena y así logra juntar centavos para los fines de semana beber mezcal. Después de tres años su mujer compra el pavo, con lo que ella ganaba, y se lo cocina a Macario diciéndole que tome el pavo y se vaya al bosque a comérselo el solo, pues sus hijos despertarían y le pedirían un pedazo. Macario se lo agradeció, salió corriendo a lo más profundo del bosque y bajo un árbol empezó a comer. Al poco tiempo apareció un señor vestido de charro y le pidió un trozo de aquel pavo, pero Macario se lo negó y el charro le ofreció una parte de su vestimenta que era de oro y de plata pura Macario de nuevo lo rechazó. Luego llegó un viejecito que le dijo que si le daba de comer pues el llevaba un muy largo viaje pero niega el pedazo de pavo deseado por aquel viejo. Después y por último llegó una persona muy delgada con una túnica muy oscura y también le pide un poco del pavo y al fin Macario accede a convidarlo. El extraño lo cuestiona y le pregunta si sabía quiénes eran los tres visitantes y porque no les había convidado del pavo y a él sí, Macario contesta que cada uno representaba a las más grandes figuras de la vida y el tiempo: Dios, el diablo y la muerte y le explica que si convidaba su pavo con aquellos dos no podría disfrutar su pavo él solo. Macario le responde que al contrario si no le daba pavo a ella (la muerte) no lo dejaría comer ni siquiera la mitad del pavo. Su acompañante lo felicita por su astucia ante ese hecho y lo lleva a un lugar seco dándole agua cristalina que hizo brotar del suelo. Con esa agua curaría cualquier mal que los doctores no podrían curar y de esa manera se haría rico. Macario se convirtió en un gran “médico” pues la muerte seleccionaba a quienes si podía curar y a quien no dándole un aviso para poder aplicar la cura solo la mitad de las veces que el acudía era para curarlos y la otra era para llevárselos. Pero uno de esos casos era de vida o muerte para Macario pues era un personaje de mucho poder económico y su hijo sufría y si lo curaba era merecedor de la cuarta parte del tesoro personaje en cuestión y solo le quedaban unas gotas de esa mágica poción y él las quería para su familia. Más adelante su mujer vio que era tarde y Macario no llegaba y fue con unos hombres a buscarlo. Fue hasta la parte más profunda del bosque. Estaba muerto y con una sonrisa en la boca pero solo con medio pavo.

La película de Macario

Balneario Nututún, set de la película “La rebelión de los colgados” Foto archivo

En 1960 Roberto Gavaldón se basa en el relato de B Traven y dirige la película homónima con la participación de los actores Ignacio López Tarso, Enrique Lucero, Mario Alberto Rodríguez, José Gálvez, José Luis Jiménez y la actriz Pina Pellicer. La cinta fue nominada al Oscar como Mejor película de habla no inglesa y en el Festival de Cannes nominada a la Palma de Oro como mejor película. Bosley Crowther de The New York Times escribió que «Su encanto reside en la alegría con la que pasa de ser una historia solemne y triste sobre la miseria y la futilidad a una comedia animada, sazonada con observaciones ingeniosas, que a su vez se vuelve una historia cómica de terror.» Por su parte Andrea Gronvall del Chicago Reader señaló que la película «Combina realismo mágico y elementos del folclore del movimiento indianista de México logrando resultados que son a la vez cómicos y emotivos.»

 

 

Carlos Tello Díaz https://www.nexos.com.mx/?p=28991

https://www.filmaffinity.com/mx/film632795.html

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