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Joaquín Gutiérrez Niño

Analista, docente y realizador, inició un intenso
quehacer comunitario en favor de su lugar de
origen Tonalá, Chiapas. Con amplia trayectoria
en medios nacionales como El Universal y
Radio Red en CDMX es reconocido con el
Premio Nacional de Periodismo en 1992 y
la Medalla Luis M. Farías. Cuenta con una
amplia experiencia de más de 25 años frente a
los micrófonos. Es creador de la Revista Ocote
y Stéreo Costa. Su blog personal En la brega
disponible en: bregador.wordpress.com/


Boombox record player AIWA. Foto archivo

La muerte del ingeniero Lou Ottens desata recuerdos y reflexiones. Su obra, la cinta compactada en caja, debe prevalecer. Más allá de lo vintage; como formato manuable y económico que ayude a preservar tesoros como música, voces y sonidos. ¡A reproducir caseteras!

Mientras en 1964, en un pueblo de la costa de Chiapas, un niño de diez años jugaba a la radio con un receptor de bulbos que amplificaba su voz registrada con micrófono hechizo (con caja de cerillos), un técnico holandés culminaba el desarrollo de la cajita magnética: el cassette.

Cinco años después, ya mozuelo, el futuro comunicador se maravilló al hallar las primeras grabadoras de cassettes. Una, rectangular, de su amiga Rosa Elena, y otra, cuadrada, con radio incluido, de Carlos, el hermano que le construyó su primer micrófono.

Para ese momento, el joven que era yo, contaba ya con puntos de referencia: había visto las grabadoras de carrete abierto e incluso los primeros cartuchos en los que la naciente radio local de Tonalá grababa sus presentaciones de programas y algunos comerciales.

Notaba con claridad el mar de diferencia: lo práctico que resultaba insertar aquellas cajitas de plástico rectangulares, y grabar y reproducir los materiales; incluso fuera de estudio y hasta para perifonear con sonido móvil, como pronto sugerí a los amigos comerciantes.

En un principio, el pequeño cassette era tan discreto que poco o nada se reparaba en su existencia; era más bien el equipo en su conjunto lo que podía apreciarse, no tanto los consumibles y accesorios, que abarcaban pilas o extensiones para corriente.

Pero pronto se advirtió su presencia y se tornó en la herramienta más eficaz para la actividad reporteril en consolidación y, a medida que perfeccionó la calidad de sus registros, se convirtió también en un práctico almacén de música y hasta de grandes producciones.

(¡Gracias, Waldo Cervantes, por aquel inmenso poema tuyo dedicado a Zapata!, que ya no pude reparar ni reproducir en su momento).

Al comienzo de este 2021, con motivo del fallecimiento del periodista Agustín Duvalier, recordé que desde el primer encuentro me llevó como obsequio un paquete de cassettes, que guardaron mis primeras entrevistas y transmisiones diferidas; los recuentos de año y demás.

Parte de aquellos casetes los dediqué a conservar el catálogo de mi cuna radiofónica, tesoro que conformó lo más valioso de mi equipaje cuando vine a estudiar a la ciudad de México, y que ya no me devolvieron tras un confiado préstamo.

Acá, en 1976, me maravilló el sistema empleado por Adrián Ojeda para duplicar la matriz de su audiosíntesis (conectaba en circuito varias caseteras que trabajaban a alta velocidad), y que él hacía circular entre funcionarios de primer nivel.

A la par, Ojeda seguía con su noticiero por microondas a todo el país.

Por cierto, vez hubo que el metro se detuvo más de la cuenta. Como debía pasar el primer resumen, bajé en pos de un teléfono para difundirlo (ahí sí, por “Línea directa”) pero olvidé en la caseta una bolsa con cassettes, entre ellos ¡mi última hora al aire en Chiapas! Otra dolorosa pérdida.

Tan manuable y práctico era el cassette que me permitió enviar a XEMG de Arriaga una emisión semanal tipo revista dialogada. Asimismo, fue un excelente auxiliar para las tareas de monitoreo para el análisis de la radio capitalina.

Al cambio de la década conseguí varias cajas de buena marca para reunir los principales éxitos por géneros musicales y/o perfiles de las emisoras de Radio Centro, adelantándome un poco a las recopilaciones posteriores: rock, baladas, boleros, tropical, rancheras, juvenil en inglés y hasta instrumental.

En casetes quedaron también algunas emisiones especiales que me tocaron realizar: la puesta formal al aire de Radio 15-60, La Consentida, y la despedida de La Guapachosa Radio AI, por ejemplo.

Oyente asidua de mis emisiones de medianoche en Radio Red, al comienzo de los años de 1990, la astróloga Chela Bracho solía preguntarme con frecuencia: ¿grabaste el programa de…? Y no; no contaba con suficientes casetes.

Entonces Chela, toda bondad, me regalaba periódicamente algunas cajas y hasta convenció a la escritora Lila Yolanda Andrade para que alguna vez también me obsequiara con una. De ese modo pude conservar un medio centenar del millar de emisiones, todas diferentes.

También obsequié cassettes con producciones especiales y, cuando mi exjefa en NotiCentro Ana María Aguirre incursionó en la realización de audiolibros (en cassettes, claro), llevé a su equipo a mi programa para conversar del proyecto y poner fragmentos al aire.

En casa mi esposa solía tener un cassette disponible para grabar algún programa o comentario de interés que pasaba mientras yo cumplía tareas docentes o estaba transmitiendo, de manera que luego revisara y comentara para la columna de radio.

El TPS-L2 de Sony se lanzó en 1979. Foto archivo

Cuando quedé fuera de medios, al mediar los noventa, comencé a recabar testimonios y vivencias de los mayores de mi terruño. Otra vez el cassette fue el gran aliado. Igual cuando edité la revista Ocote y en aventuras editoriales previas.

Durante el breve paréntesis laboral (1997-98) en medio del prolongado desempleo en que sobremuero en las últimas décadas, el cassette fue fundamental. Pedí a la radio paraestatal nos dotara de cartucheras y yo me hice de una casetera para divulgar parte de mi acervo sonoro.

Fue un lujo que se potenció con la calidad digital del DAT. Así tocamos buena música infantil, motivacional y marimba.

Ya de vuelta a la capital, al comienzo de siglo y milenio, todavía recogí algunos valiosos testimonios, incluso entrañables como la última charla con “El Profe” Alejandro Avilés.

El Archivo Aguila, que no contó con apoyo para rescatarse y reciclarse, cuenta con alrededor de mil casetes, entre otros materiales audiovisuales e impresos. Ignoro cuánto de ese material ha sido dañado por el polvo, la humedad y el calor…

Pero la intención de salvaguardar los materiales siempre se tuvo. Se han llevado de un lado a otro, se han protegido en lo posible, y hasta se rescataron del derrumbe del viejo caserón que lo resguardaba y le dio nombre.

La muerte del ingeniero Lou Ottens desata recuerdos y reflexiones. Su obra, la cinta compactada en caja, debe prevalecer. Más allá de lo vintage; como formato manuable y económico que ayude a preservar tesoros como música, voces y sonidos. ¡A reproducir caseteras!

Mientras en 1964, en un pueblo de la costa de Chiapas, un niño de diez años jugaba a la radio con un receptor de bulbos que amplificaba su voz registrada con micrófono hechizo (con caja de cerillos), un técnico holandés culminaba el desarrollo de la cajita magnética: el cassette.

Cinco años después, ya mozuelo, el futuro comunicador se maravilló al hallar las primeras grabadoras de cassettes. Una, rectangular, de su amiga Rosa Elena, y otra, cuadrada, con radio incluido, de Carlos, el hermano que le construyó su primer micrófono.

Para ese momento, el joven que era yo, contaba ya con puntos de referencia: había visto las grabadoras de carrete abierto e incluso los primeros cartuchos en los que la naciente radio local de Tonalá grababa sus presentaciones de programas y algunos comerciales.

Notaba con claridad el mar de diferencia: lo práctico que resultaba insertar aquellas cajitas de plástico rectangulares, y grabar y reproducir los materiales; incluso fuera de estudio y hasta para perifonear con sonido móvil, como pronto sugerí a los amigos comerciantes.

En un principio, el pequeño cassette era tan discreto que poco o nada se reparaba en su existencia; era más bien el equipo en su conjunto lo que podía apreciarse, no tanto los consumibles y accesorios, que abarcaban pilas o extensiones para corriente.

Pero pronto se advirtió su presencia y se tornó en la herramienta más eficaz para la actividad reporteril en consolidación y, a medida que perfeccionó la calidad de sus registros, se convirtió también en un práctico almacén de música y hasta de grandes producciones.

(¡Gracias, Waldo Cervantes, por aquel inmenso poema tuyo dedicado a Zapata!, que ya no pude reparar ni reproducir en su momento).

Al comienzo de este 2021, con motivo del fallecimiento del periodista Agustín Duvalier, recordé que desde el primer encuentro me llevó como obsequio un paquete de cassettes, que guardaron mis primeras entrevistas y transmisiones diferidas; los recuentos de año y demás.

Parte de aquellos casetes los dediqué a conservar el catálogo de mi cuna radiofónica, tesoro que conformó lo más valioso de mi equipaje cuando vine a estudiar a la ciudad de México, y que ya no me devolvieron tras un confiado préstamo.

Acá, en 1976, me maravilló el sistema empleado por Adrián Ojeda para duplicar la matriz de su audiosíntesis (conectaba en circuito varias caseteras que trabajaban a alta velocidad), y que él hacía circular entre funcionarios de primer nivel.

A la par, Ojeda seguía con su noticiero por microondas a todo el país.

Por cierto, vez hubo que el metro se detuvo más de la cuenta. Como debía pasar el primer resumen, bajé en pos de un teléfono para difundirlo (ahí sí, por “Línea directa”) pero olvidé en la caseta una bolsa con cassettes, entre ellos ¡mi última hora al aire en Chiapas! Otra dolorosa pérdida.

Tan manuable y práctico era el cassette que me permitió enviar a XEMG de Arriaga una emisión semanal tipo revista dialogada. Asimismo, fue un excelente auxiliar para las tareas de monitoreo para el análisis de la radio capitalina.

Al cambio de la década conseguí varias cajas de buena marca para reunir los principales éxitos por géneros musicales y/o perfiles de las emisoras de Radio Centro, adelantándome un poco a las recopilaciones posteriores: rock, baladas, boleros, tropical, rancheras, juvenil en inglés y hasta instrumental.

En casetes quedaron también algunas emisiones especiales que me tocaron realizar: la puesta formal al aire de Radio 15-60, La Consentida, y la despedida de La Guapachosa Radio AI, por ejemplo.

Oyente asidua de mis emisiones de medianoche en Radio Red, al comienzo de los años de 1990, la astróloga Chela Bracho solía preguntarme con frecuencia: ¿grabaste el programa de…? Y no; no contaba con suficientes casetes.

Entonces Chela, toda bondad, me regalaba periódicamente algunas cajas y hasta convenció a la escritora Lila Yolanda Andrade para que alguna vez también me obsequiara con una. De ese modo pude conservar un medio centenar del millar de emisiones, todas diferentes.

También obsequié cassettes con producciones especiales y, cuando mi exjefa en NotiCentro Ana María Aguirre incursionó en la realización de audiolibros (en cassettes, claro), llevé a su equipo a mi programa para conversar del proyecto y poner fragmentos al aire.

En casa mi esposa solía tener un cassette disponible para grabar algún programa o comentario de interés que pasaba mientras yo cumplía tareas docentes o estaba transmitiendo, de manera que luego revisara y comentara para la columna de radio.

Cuando quedé fuera de medios, al mediar los noventa, comencé a recabar testimonios y vivencias de los mayores de mi terruño. Otra vez el cassette fue el gran aliado. Igual cuando edité la revista Ocote y en aventuras editoriales previas.

Durante el breve paréntesis laboral (1997-98) en medio del prolongado desempleo en que sobremuero en las últimas décadas, el casstte fue fundamental. Pedí a la radio paraestatal nos dotara de cartucheras y yo me hice de una casetera para divulgar parte de mi acervo sonoro.

Fue un lujo que se potenció con la calidad digital del DAT. Así tocamos buena música infantil, motivacional y marimba.

Ya de vuelta a la capital, al comienzo de siglo y milenio, todavía recogí algunos valiosos testimonios, incluso entrañables como la última charla con “El Profe” Alejandro Avilés.

El Archivo Aguila, que no contó con apoyo para rescatarse y reciclarse, cuenta con alrededor de mil casetes, entre otros materiales audiovisuales e impresos. Ignoro cuánto de ese material ha sido dañado por el polvo, la humedad y el calor…

Pero la intención de salvaguardar los materiales siempre se tuvo. Se han llevado de un lado a otro, se han protegido en lo posible, y hasta se rescataron del derrumbe del viejo caserón que lo resguardaba y le dio nombre.

La muerte del ingeniero Lou Ottens desata recuerdos y reflexiones. Su obra, la cinta compactada en caja, debe prevalecer. Más allá de lo vintage; como formato manuable y económico que ayude a preservar tesoros como música, voces y sonidos. ¡A reproducir caseteras!

Mientras en 1964, en un pueblo de la costa de Chiapas, un niño de diez años jugaba a la radio con un receptor de bulbos que amplificaba su voz registrada con micrófono hechizo (con caja de cerillos), un técnico holandés culminaba el desarrollo de la cajita magnética: el cassette.

Cinco años después, ya mozuelo, el futuro comunicador se maravilló al hallar las primeras grabadoras de cassettes. Una, rectangular, de su amiga Rosa Elena, y otra, cuadrada, con radio incluido, de Carlos, el hermano que le construyó su primer micrófono.

Para ese momento, el joven que era yo, contaba ya con puntos de referencia: había visto las grabadoras de carrete abierto e incluso los primeros cartuchos en los que la naciente radio local de Tonalá grababa sus presentaciones de programas y algunos comerciales.

Notaba con claridad el mar de diferencia: lo práctico que resultaba insertar aquellas cajitas de plástico rectangulares, y grabar y reproducir los materiales; incluso fuera de estudio y hasta para perifonear con sonido móvil, como pronto sugerí a los amigos comerciantes.

En un principio, el pequeño cassette era tan discreto que poco o nada se reparaba en su existencia; era más bien el equipo en su conjunto lo que podía apreciarse, no tanto los consumibles y accesorios, que abarcaban pilas o extensiones para corriente.

Pero pronto se advirtió su presencia y se tornó en la herramienta más eficaz para la actividad reporteril en consolidación y, a medida que perfeccionó la calidad de sus registros, se convirtió también en un práctico almacén de música y hasta de grandes producciones.

(¡Gracias, Waldo Cervantes, por aquel inmenso poema tuyo dedicado a Zapata!, que ya no pude reparar ni reproducir en su momento).

Al comienzo de este 2021, con motivo del fallecimiento del periodista Agustín Duvalier, recordé que desde el primer encuentro me llevó como obsequio un paquete de cassettes, que guardaron mis primeras entrevistas y transmisiones diferidas; los recuentos de año y demás.

Parte de aquellos casetes los dediqué a conservar el catálogo de mi cuna radiofónica, tesoro que conformó lo más valioso de mi equipaje cuando vine a estudiar a la ciudad de México, y que ya no me devolvieron tras un confiado préstamo.

Acá, en 1976, me maravilló el sistema empleado por Adrián Ojeda para duplicar la matriz de su audiosíntesis (conectaba en circuito varias caseteras que trabajaban a alta velocidad), y que él hacía circular entre funcionarios de primer nivel.

A la par, Ojeda seguía con su noticiero por microondas a todo el país.

Por cierto, vez hubo que el metro se detuvo más de la cuenta. Como debía pasar el primer resumen, bajé en pos de un teléfono para difundirlo (ahí sí, por “Línea directa”) pero olvidé en la caseta una bolsa con cassettes, entre ellos ¡mi última hora al aire en Chiapas! Otra dolorosa pérdida.

Tan manuable y práctico era el cassette que me permitió enviar a XEMG de Arriaga una emisión semanal tipo revista dialogada. Asimismo, fue un excelente auxiliar para las tareas de monitoreo para el análisis de la radio capitalina.

Al cambio de la década conseguí varias cajas de buena marca para reunir los principales éxitos por géneros musicales y/o perfiles de las emisoras de Radio Centro, adelantándome un poco a las recopilaciones posteriores: rock, baladas, boleros, tropical, rancheras, juvenil en inglés y hasta instrumental.

En casetes quedaron también algunas emisiones especiales que me tocaron realizar: la puesta formal al aire de Radio 15-60, La Consentida, y la despedida de La Guapachosa Radio AI, por ejemplo.

Oyente asidua de mis emisiones de medianoche en Radio Red, al comienzo de los años de 1990, la astróloga Chela Bracho solía preguntarme con frecuencia: ¿grabaste el programa de…? Y no; no contaba con suficientes casetes.

Entonces Chela, toda bondad, me regalaba periódicamente algunas cajas y hasta convenció a la escritora Lila Yolanda Andrade para que alguna vez también me obsequiara con una. De ese modo pude conservar un medio centenar del millar de emisiones, todas diferentes.

También obsequié cassettes con producciones especiales y, cuando mi exjefa en NotiCentro Ana María Aguirre incursionó en la realización de audiolibros (en cassettes, claro), llevé a su equipo a mi programa para conversar del proyecto y poner fragmentos al aire.

En casa mi esposa solía tener un cassette disponible para grabar algún programa o comentario de interés que pasaba mientras yo cumplía tareas docentes o estaba transmitiendo, de manera que luego revisara y comentara para la columna de radio.

Cuando quedé fuera de medios, al mediar los noventa, comencé a recabar testimonios y vivencias de los mayores de mi terruño. Otra vez el cassette fue el gran aliado. Igual cuando edité la revista Ocote y en aventuras editoriales previas.

Durante el breve paréntesis laboral (1997-98) en medio del prolongado desempleo en que sobremuero en las últimas décadas, el casstte fue fundamental. Pedí a la radio paraestatal nos dotara de cartucheras y yo me hice de una casetera para divulgar parte de mi acervo sonoro.

Fue un lujo que se potenció con la calidad digital del DAT. Así tocamos buena música infantil, motivacional y marimba.

Ya de vuelta a la capital, al comienzo de siglo y milenio, todavía recogí algunos valiosos testimonios, incluso entrañables como la última charla con “El Profe” Alejandro Avilés.

El Archivo Aguila, que no contó con apoyo para rescatarse y reciclarse, cuenta con alrededor de mil casetes, entre otros materiales audiovisuales e impresos. Ignoro cuánto de ese material ha sido dañado por el polvo, la humedad y el calor…

Pero la intención de salvaguardar los materiales siempre se tuvo. Se han llevado de un lado a otro, se han protegido en lo posible, y hasta se rescataron del derrumbe del viejo caserón que lo resguardaba y le dio nombre.

Medio siglo de quehacer a la espera de…

Revista Escribas