Seleccionar página

Bernardo Meneses Curling

Periodista, escritor. Ha sido director de prensa de la UNAM, en comunicación social de las secretarías de educación y del trabajo federal, del gobierno de Chiapas con el Doctor Velasco Suárez, entre otros. Ha colaborado en medios nacionales como: El Día, La Jornada, Unomásuno, Revista Siempre; Conductor del programa de televisión Problemas y Realizaciones de México en Canal Once y comentarista de Radio.


Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Venía bajando por Coita, después por Berriozábal, y luego de una curva que despejó el panorama, ¿qué veo…? ¡Maravilla!: Tuxtla montando el gran cayuco* que, un día de la leyenda, le regalara el Río Grande.
Navegaba alegremente en su cayuco volador, sobre el valle bello, alargado, que con sus elevadas crestas, El Sumidero y Mactumatzá*, para ella, Tuxtla, han formado.

Yo he soñado a Tuxtla…
Y he vivido y disfrutado, y he vuelto mil veces a Tuxtla. Y hace no mucho, cuando aún conservaba muchas de sus frescas, coloridas, artesanales casas de adobe; coronadas con pequeños o grandes tejados de barro, que embellecían su paisaje urbano, Tuxtla me regaló a Cristina, mi hija linda.

Eran días en que los aromas desprendidos de paredes y techos, los olores que escapaban de cocinas y fogones, los jardines y los arboles caseros, daban a la comunidad, que pasaba ya de pueblo grande y tradicional a ciudad media en crecimiento, una atmósfera muy suya, un lenguaje con estilo propio que conservaba elementos del zoque originario y del castellano antiguo avecindado.
Y que todavía resistía el habla generalmente bárbara, mercantilista, con que la televisión irrumpió en los hogares, limitó cada vez más lo mejor de la comunicación familiar: las cotidianas tertulias vespertinas –con intercambio de información, de experiencias, de historias–, y mermó el espíritu común grato y estimulante para la convivencia entre padres, hijos, abuelos, vecinos, amigos: la vida en comunidad.
Luego, de manera acelerada, en pocas décadas, Tuxtla ha pasado a ser, en el sureste mexicano, una de las mayores metrópolis, más atractivas, con más infraestructura urbana.

Obsequio mágico, el gran cayuco, en el que Tuxtla reposa o se eleva y navega entre las nubes. Contempla así, más cerca, el brillo de las “once estrellas” del Mactumatzá.
Luego va hasta el otro lado, brinca el parteaguas de El Sumidero y, desde más allá del precipicio, saluda a su galante amigo, el río, quien le sonríe desde su eterno paso, en los más profundo del inmenso, descomunal cañón.

Antes de volver a su recinto, su valle sobrevuela nuevamente, pues ahora quiere ver cómo sigue la selva de El Zapotal, receptora de lluvia, preservadora, paridora de agua que, llevada a nuestras casas, hemos bebido tuxtlecos y avecindados.
Y allí mismo, en el arbolado cerro, con inquietud amorosa, desea saber de los animales y de los dioramas* del Zoológico, que para orgullo de Chiapas, durante medio siglo de aplicado ingenio, creara y nos legara don Miguel.

Finalmente, porque montada en su volador cayuco va, Tuxtla llega más alto, invierte los puntos de vista, y mira, ahora sí, “desde arriba”, a Copoya.

Yo he soñado en Tuxtla…

*Cayuco: Especie de canoa de una sola pieza, construido con el tronco de un árbol frondoso y de madera blanda, como la Ceiba, al que se vacía el interior. Se usaba para viajar y comerciar en ríos de caudal amplio, así como en las lagunas y canales de aguas salobres, de río y de mar, que en Chiapas corren, junto con bosques de manglares, en forma paralela al litoral del Pacífico.

*Mactumatzá: De la lengua zoque, “Cerro de las Once Estrellas”

*Dioramas: Representaciónes artísticas con las que el naturalista recreó los diversos ecosistemas y microclimas –con uso de ingenio pictórico, taxidérmico, biológico, paisajístico, arquitectónico–, primero en su refugio antiguo –pero intermedio– del Parque Madero, y luego en el museo de El Zapotal.

 

Revista Escribas