La discípula y colaboradora de artistas como Diego Rivera y Frida Kahlo, confió hasta el último momento de su vida en que el movimiento muralista “volverá a tener fuerza y presencia en el arte mexicano, porque está arraigado a la historia de México como un arte revolucionario”, comentó el año pasado en una entrevista. El muralismo es lo más grandioso. Es como hacer una foto o una película. Si haces un cuadro de caballete estará en la sala del coleccionista; pero, si haces un mural, lo verá toda la gente que pase por el edificio”, señaló en ese entonces sentada en la sala de su casa en Coyoacán, rodeada de sus óleos y de las obras de su esposo, el también pintor Arturo García Bustos, uno de los últimos tres alumnos de Kahlo.
De origen guatemalteco, Lazo llegó a la Ciudad de México en 1947. Desde entonces, quien ingresó a la Escuela de Pintura y Escultura La Esmeralda, adoptó el movimiento del fresco como propio. Allí tuvo de maestro a Diego Rivera, de quien se convertiría en su discípula y por quien conoció a Frida Kahlo. Debido a su relación con la pareja de artistas se hizo militante del Partido Comunista Mexicano y sus primeras obras están fuertemente ligadas con la estética y temáticas de los murales de Rivera.
Asistió a Rivera en la realización de murales como Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, El agua, origen de la vida sobre la Tierra en Chapultepec, La Universidad, la familia mexicana, la paz y la juventud deportista en el Estadio Olímpico Universitario y El pueblo en demanda de salud, en el Hospital La Raza, entre otros.
En 1954 la pintora creó el mural al fresco Tierra fértil, que está en el Museo de la Universidad de San Carlos de Guatemala. En 1966, por encargo de Pedro Ramírez Vázquez, reprodujo las pinturas de Bonampak en el Museo Nacional de Antropología de México. Y en 1997 pintó el mural Venerable Abuelo Maíz en ese recinto. Son numerosas sus obras de caballete y gráfica lo mismo que sus exposiciones individuales y colectivas, nacionales e internacionales. La pintora realizó una reproducción del mural maya de Bonampak, que se exhibe en el Metro Bellas Artes. Rina Lazo nunca dejó de pintar. Colaboró y convivió con Rivera y Frida Kahlo. Deja un gran acervo pictórico y muralístico en varios estados del país.
Además de la cultura maya, Lazo se interesó por los retratos y las naturalezas muertas. Un cuadro de éstos, Puesto de cocos en La Merced, ilustra la portada del libro de texto gratuito de Matemáticas, del tercer grado de primaria, de la Secretaría de Educación Pública.
Debido a su infancia en Cobán, la artista mantuvo una estrecha relación con la cultura maya, cuyos motivos estuvieron presentes en sus obras, como en el mural Tierra fértil, el cual considera episodios de la zona de Tikal.
Lazo prefirió pintar frescos, pero sus lienzos son reconocidos por su calidad interpretativa, tales como El espejo de mi estudio en el que ella se representa en el espejo rodeada de niños.
La opinión de Lazo al respecto de los artistas de hoy en día era que están demasiado comercializados y ya no tan comprometidos con las causas sociales. A pesar de que ya no disfrutaba tanto de la pintura mural como lo hacía antes, Lazo sentía en sus últimos años que el muralismo mexicano era importante y relevante. Ella puntualizaba que además de los como Frida Kahlo y Diego Rivera, todavía existe un reconocimiento internacional por el movimiento. Lazo creía que habrá un regreso a esa forma de arte dadas las implicaciones sociales y políticas que conlleva.
Rina Lazo afirmaba que de Rivera aprendió ‘‘a ver y sentir de manera profunda y humana la vida”, así como el valor de lo nacional. ‘‘Mantener ese espíritu combativo y de denuncia y transmitir un mensaje histórico y social para traerlo a nuestro tiempo es lo que mi obra mural busca aportar”, dijo a la revista Artes de México.
El curador y crítico de arte Carlos Blas Galindo afirmó que la obra de Lazo contribuyó de manera importante al desarrollo de la cultura artística mexicana. “Recordemos, entre otras cosas, que los relieves en la estación del Metro Insurgentes son de su autoría y jamás se le reconoció. La comunidad artística del país tiene una deuda con la creadora, considerada como una de las mayores representantes del muralismo”.
En un comunicado, el INBA destacó que cuenta con obra gráfica de Lazo, como Urnas de la Alameda Central, Árbol de papayas, Corrido del regreso de Diego Rivera del Frente Nacional de Artes Plásticas, que se encuentran resguardadas en los museos Mural Diego Rivera, Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, de Arte Moderno y Nacional de la Estampa. El INBA, ratificó que el mural El inframundo de los mayas, una de sus últimas obras, será exhibido en el Palacio de Bellas Artes antes de partir hacia Austin, Texas.
Rina expuso sus obras en países como Alemania, Austria, Francia, Estados Unidos, México, Guatemala y Corea, entre otros.
El siguiente texto lo escribió Rina Lazo para la Revista de la Universidad:
Mi participación en el muralismo mexicano
Un verdadero muralista, como los grandes maestros italianos del Renacimiento debe llegar al muro y crear directamente sobre él sin proyecto previo, ya que éste restaría emotividad y monumentalidad a la obra. Cuando se elaboran cartones o dibujos muy acabados, el artista ya resolvió los problemas de forma y color en ellos, habiendo volcado allí su emotividad y esfuerzo antes de ejecutar el mural, por lo tanto, resulta una repetición de lo ya realizado y se merma la inspiración y la vitalidad del esfuerzo de la improvisación, emoción que siente el artista y que queda materializada en la pintura para transmitirla posteriormente a quien la observa.
Después de esta explicación inició los trazos con seguridad y sabiduría con un carboncillo colocado en la punta de un carrizo de un metro de largo; sin titubear, como si estuviera calcando, trazaba una figura tras otra con una maestría increíble, no borraba, dibujaba con gran precisión desde la primera hasta la última línea, yo me quedaba maravillada observándolo y le cambiaba rápidamente los carbones cada vez que se terminaban. Así, vi nacer figura tras figura de izquierda a derecha; dibujaba en el primer plano los personajes que pasean por la Alameda, luego los que van atrás y por último las personalidades históricas en la parte superior. Era incansable, apasionadamente pintaba muchas horas.
Hubo días en que comenzó a trabajar temprano por la mañana y pintó todo el día sin bajarse del andamio ni para comer. Frida, su joven esposa, le enviaba una canasta con su comida acostumbrada, y cubierta con una servilleta bordada que decía “amor mío”, adornada con un ramito de flores. Pintaba toda la tarde y cuando empezaba a anochecer llegaban sus amigos a charlar con él mientras lo veían trabajar, esta tertulia era de lo más amena e interesante para mí, entonces México era una ciudad pequeña con una vida intelectual muy activa y con un sentimiento de nacionalismo lleno de amor a las tradiciones y a las costumbres populares; el ambiente artístico y político se desarrollaba en el corazón de la ciudad, en el Palacio de Bellas Artes, el Sindicato de Ferrocarrileros, el Hemiciclo a Juárez, el Café París, al que un grupo de escritores y artistas eran asiduos. El Partido Comunista aglutinaba a otro grupo de artistas en la célula Silvestre Revueltas y los maestros muralistas de la Escuela Mexicana de Pintura daban su cátedra en la recién fundada Escuela de Pintura, Grabado y Escultura La Esmeralda de la Secretaría de Educación Pública.
Un día, ya trabajando con Diego Rivera en el mural, me invitó a comer a casa de Frida, donde ellos vivían y que hoy es el Museo Frida Kahlo. Yo muy complacida acepté visitar la Casa Azul, en el pueblo de Coyoacán, que en aquel tiempo parecía estar muy distante del centro de la ciudad donde tenía lugar la vida cultural, artística y política del momento. Al llegar a la casa me impresionó el jardín lleno de plantas y vida animal. Un venado llamado “Granizo” perros xoloixcuintcle y monos, todos con su nombre propio. Frida se encontraba en la cocina vestida con traje de tehuana y la cabeza adornada con flores. Diego me presentó como su ayudante y la comida se sirvió en el jardín en una mesa de piedra. Frida había preparado una comida típica mexicana picante y como yo no estaba acostumbrada a tanto chile, no podía saborearla bien, entonces el maestro Rivera al ver que no estaba disfrutando la comida me dio una lección: “Rina si usted no aprende a comer picante no va a poder pintar bien”. En aquel momento no entendí a qué se refería, pasaron muchos años hasta que comprendí el significado de sus palabras: Si usted no aprecia bien nuestra comida, nuestras costumbres, nuestras tradiciones, nuestra cultura, no va a poder reflejar en su pintura lo más profundo del pueblo mexicano. En el contexto romántico de esa época yo pinté una serie de cuadros que ahora se diría que fueron influencia de Frida. En ellos se sintetizaban sentimientos muy profundos. Ese era un camino diferente por el que pude haber desarrollado mi pintura. Pero en cambio, estando cerca del maestro Rivera me convenció su pasión por el arte monumental, el arte público, el arte de contenido social. En 1951 fui ayudante del maestro Rivera en el Cárcamo de la llegada del agua del Lerma a la ciudad de México, en la segunda sección de Chapultepec, con el tema El agua, origen de la vida. Esta fue la única vez que no hizo una pintura mural al fresco, sino que decidió utilizar poliestireno, un material plástico completamente nuevo, al que se le agregaban los pigmentos. A cada uno de sus ayudantes nos encomendaba distintas tareas; a mí me pidió que pintara una tortuga en el agua. Y después me pintó junto con su hija Ruth Rivera. Nos dijo las voy a dibujar nadando, recogimos los trajes de baño y nos fuimos a la alberca.
Él se sentó en unos escalones para dibujarnos en una pequeña libreta y nosotras nadábamos de un lado a otro. Nos pintó en el mural en la parte más alta, que aún está bien conservada. La integración plástica en la cámara de distribución del agua del Lerma no se pudo completar porque además del piso y las paredes el maestro deseaba pintar la cúpula al fresco donde representaría las nubes y la lluvia, para que éstas se reflejaran en el agua que corría sobre el mural. Otras de mis experiencias con el maestro Rivera fue el trabajo monumental en el talud del Estadio Olímpico universitario y el mural que se encuentra en el Hospital La Raza, en el que establece la íntima relación entre la medicina moderna y la tradicional o popular, donde a mí me tocó pintar las yerbas medicinales prehispánicas tomadas del manuscrito azteca de 1552 de Martín de La Cruz.
Al lado derecho vemos a una familia indígena donde el campesino tiene la tierra en sus manos y un niño con un machete trabaja en el campo, mientras una niña come una pitaya con una paloma de la paz en su regazo. Cuando regresé de Guatemala, en 1954, Frida Kahlo acababa de morir y por la importancia del momento histórico vivido en Guatemala, Diego Rivera decidió plasmarlo en el mural al temple La Gloriosa Victoria, parafraseando de manera sarcástica el cinismo de John Foster Dulles, Secretario de Estado de Eisenhower, que festejó el golpe militar encabezado por el coronel guatemalteco Carlos Castillo Armas con tropas armadas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Como yo viví ese momento en Guatemala, le ayudé al maestro en la pintura mural transportable La Gloriosa Victoria, no solo pintando sino aportándole algunos datos. Luego el maestro me dio la oportunidad de pintar una parte dentro de la misma, apareciendo una pintura mía dentro de su mural. En la esquina superior derecha del mural me encargó pintar una cárcel con los presos políticos que tras las rejas agitan una bandera de Guatemala. Cuando terminé de pintar, el maestro me dijo: ahora fírmelo, ante mi timidez por hacerlo, él siempre bromista, colocó un corazoncito con su nombre y el mío. Un día me dijo: “mañana traiga una blusa roja”, y cuando llegué me pidió que posara como guerrillera con la ametralladora que el día anterior había dejado tirada en el estudio su nietecito Juan Pablo. De este mural conservo una carpeta numerada donde el maestro me puso una dedicatoria al calce que dice: “Para Rina Lazo en quien tuve dos cabezas y cuatro manos y por poco me deja sin corazón”. En el estudio de Diego Rivera en San Ángel, mientras asistía yo a ayudarle en el cuadro mural La Gloriosa Victoria, anoté algunas de las sabias reflexiones que oí del maestro. Algunas eran a manera de respuestas a mis preguntas cuando viéndolo trabajar tenía alguna duda. Otras veces frases llenas de sabiduría expresadas en las conferencias o artículos que dictaba, y por último expresiones sencillas de sus pláticas que me enseñaban mucho de pintura y de la vida. La composición, decía, “no puede ser arbitrariamente escogida, sino debe expresar el tema en su geometría”. Tomando en cuenta esto, pienso que la composición del mural exterior de un observatorio circular debe basarse en la espiral y ésta dividirla en secciones áureas como en el caracol, como en los astros, como en la relación dinámica que hace mover, vivir y crecer al mundo, al universo.
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